Saber oír

 
 
En un mundo tan complicado como el actual, hay que saber oír, para poder entender las circunstancias que nos rodean. Muchas personas no oyen las noticias porque entienden que eso es perder el tiempo; otras, no oyen a los políticos porque consideran que todos hablan mentiras; otras, no visitan  iglesias porque siempre repiten lo mismo; y , otras, no se oyen a sí mismas, porque no creen en nadie ni siquiera en ellas. Lamentable es lo que acontece con esa conducta de no saber oír, pues se requiere de la humanidad que  ella despierte y esté atenta a todo lo que acontece.
 
El no saber oír trae como consecuencia que cada quien interpreta las cosas según su parecer; aunque las cosas hablan por sí mismas. Recuerdo que el doctor Joaquín Balaguer, decía una palabra y las personas interpretaban decenas de cosas que era lo que él probablemente quiso decir. Sin embargo, la mayoría de los decires eran falsos. Era obvio, él sabía que podía entretener a muchas gentes tratando de descifrar lo que él dijo. Esta realidad es propia de personas que no son sobrias ni están atenta a lo que se dice; saber oír, es saber decir lo que el emisor en realidad dijo.
 
Entender lo que alguien dice requiere conocer la mentalidad de las personas. Toda palabra tiene una causa y un objetivo, por lo que se hace necesario conocer el emisor para poder saber lo que él dijo. Hay que entrar a la mente y corazón de la persona, lo cual se puede hacer con facilidad si aprendemos a oír a las personas. Jesucristo, hablando de los falsos profetas dijo: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos,o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos…Así que por sus frutos los conoceréis» Mt. 7 16- 20.
 
Si analizamos los dichos por Jesucristo en comparación con su vida diaria, entonces conoceremos la magnitud de la presencia de un ser excepcional en la humanidad. No es casual que él haya conquistado una gran parte del mundo y cuya conquista va en aumento. Además su permanencia en más de dos milenios de años, en la mente de muchas personas que han sufrido y otros han muertos por causa de él, indica que muchos han oído y entendido el mensaje del Hijo de Dios. Pero, aún vemos que muchos no han sabido oír a Jesucristo, y andan confundido, buscando elefantes en las nubes.
 
Saber oír es una virtud de aquellos que están atento a lo que se dice, o a lo que se ve. Jesucristo dijo: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.» Jn. 12:44- 48.
 
Saber oír las realidades del mundo actual, es conocer las corrientes de conductas y por ende de objetivos que lo dominan. El poder, el dinero y las vanidades son expresiones de esa realidad de tinieblas que envuelve a los hombres en su camino de destrucción. Estos tres aspectos son mencionados como anti- valores, sin embargo son los que dominan las conductas del hombre en sociedad. He ahí donde radica el problema de la humanidad; el ser humano, por lo general, se considera importante cuando por lo menos uno de estos tres está en él.
 
El apóstol Santiago, escribió: «Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios» Stgo. 19, 20. Gran sabiduría hay en esas palabras, pues si el hombre oyera a los demás, entendiendo lo que se  dijo, y a la vez asimilando dicha información antes de responder, sin duda, que hubiera más éxitos en la vida; un mundo no puede ser exitoso, si los que lo integran no se oyen unos a otros. Ese es el gran problema entre el mundo y las iglesias.
 
El hombre mundano no entiende a las iglesias, porque nunca ha querido  oír a Dios. El cree que lo que se dice en las iglesias es locura, es porque su entendimiento no está adaptado a entender las cosas espirituales. El apóstol Pablo escribió: «Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» I Co. 2:14. Además escribió: «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» I Co. 1: 18.
 
Se espera que lo mismo suceda con los que son de iglesias, que no entiendan al mundo. Sin embargo, es todo lo contrario, debido a que primero fueron parte ese mundo; luego, la palabra de Dios describe con exactitud  lo que es el mundo; y tercero, cuando leemos un libro de ateísmo, basado en un enfoque materialista del mundo,  podemos entenderlo a su perfección, debido a que conocemos de antemano la mente del escritor y el objetivo de su escrito. De ahí que, podemos entender al ateo, al escéptico, y al de doblez en el conocimiento, quien no está definido.
 
Saber oír, es saber entender lo que se dijo, pero a la vez es saber dar una respuesta correcta a cada circunstancia. El que no es capaz de aprender a oír, jamás será eficaz al hablar. Es de sabios el oír y además el economizar las palabras. Los grandes hombres oyen más y hablan menos. También es de sabio hablar de lo que sabe, pero nunca hablar de lo que no domina. Le aconsejo que oiga lo que Pablo dice, en I Co. 3:18: «Nadie se engañe a sí mismo; si alguno entre vosotros se cree sabio en este siglo, hágase ignorante, para que llegue a ser sabio.» Dios le bendiga.   
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