Urge una distensión dominico-haitiana
Las históricas tensiones económicas e inmigratorias entre pueblos limítrofes con culturas, idiomas, costumbres y necesidades existenciales tan desemejantes, como las que presenta el pueblo haitiano y el pueblo dominicano, en el devenir proverbial de estos dos países han oscilado de manera cronológica entre dos extremos: uno de alta tirantez y otras veces con intervalos de una distensión simulada.
No podría decirse sin infringir en alguna ligereza, que la rigidez de estas relaciones Dominico-Haitiana se inscribe en una actitud segregacionista solamente de una parte sin considerar otros dilemas que de forma clásicas han influenciado en la carga de tensiones de uno y de otro lado de la isla.
En el tiempo que ha habido intranquilidad social, económica y política dentro el pueblo haitiano es cuando hemos visto levantarse una polvareda de enfrentamiento entre estos dos Estados limítrofes. El pueblo haitiano padece desde hace tiempo un deterioro de su bienestar de vida y, al mismo tiempo, la clase baja ha tenido que observar sin protestar el enriquecimiento desproporcionado de los segmentos altos de aquella sociedad.
Resulta humanamente imposible seguirle pidiendo a la clase baja o humilde en la sociedad haitiana que siga empobreciéndose para sostener el desenfreno y el boato de la minoría rica que vive en Petionville y en hectáreas disgregadas en poder de generales y pequeños caciques que no les dan los buenos días ni le permiten acceso a los haitianos de los arrabales o cité dortoir.
Ha sido precisamente esa minoría acaudalada y cruel la que controla las aduanas haitianas, el centro de todas las desgracias sociales y económicas que padece hoy día la mayoría de los haitianos. La razón de la calamidad haitiana no hay que buscarla en Santo Domingo, en los Estados Unidos, en Francia o Canadá, salvo que alguna potencia quiera resarcir viejas deudas.
En tiempo de las dictaduras de François Duvalier, conocido con el sobrenombre de Papa Doc, en Haití, y de Rafael Leonidas Trujillo Molina, en República Dominicana, respectivamente, estas tensiones no fluyeron con la magnitud que vemos hoy día porque ambos gobernantes supieron mantener una relación económica o paga durante las zafras cañeras con los braceros haitianos. Solamente en la matanza o genocidio de haitianos en 1937 y en el conflicto o discrepancia fronteriza durante los gobiernos de Heureaux y de Bosch se observaron desavenencias de carácter diplomático entre los dos países.
El hecho de que en ninguno de los gobiernos post Duvalier haya habido una verdadera transición económica que hubiese beneficiado a las capas sociales más bajas de la población, esa deficiencia económica y social, unida a la incapacidad de lograr una redistribución equitativa de la riqueza haitiana, benefició exclusivamente a los segmentos de mayores ingresos y mejor educados de la población.
Esa minoría aristocrática de Petionville, que tiene sus hijos estudiando en centros académicos de países como Francia, Estados Unidos, Canadá o República Dominicana, ha incidido y continuará incidiendo a su propio favor en todo el proceso histórico-político haitiano. Hasta tanto los grupos sociales de clase media-baja no asuman dentro del propio Haití una actitud militante que propicie un cambio democrático bien organizado y, sobretodo, bien liderado, que desmonte el poder que tiene la oligarquía tradicional dominante, el pueblo haitiano será cada vez más pobre y sin oportunidades materiales para lograr su desarrollo verdadero.
A esa clase enquistada tradicionalmente en el poder político y económico haitiano le resulta más provechoso estimular y propiciar una inmigración masiva de sus pobres conciudadanos hacia otros territorios, porque de ser así en ese caso no tendrían que enfrentarse a resolver dentro de Haití los problemas socioeconómicos de su propia población.
Los segmentos de la población haitiana con ingresos más bajos han experimentado un deterioro progresivo y lamentable de la satisfacción básica de sus necesidades. En un importante trabajo publicado recientemente, que tiene como título «¿Cuál es la causa de la pobreza en Haití?», el articulista explica que la pobreza en Haití es «masiva y estructural» y seguidamente establece que «el país tiene una historia de inestabilidad política, de gobernabilidad mala e injusta, de baja inversión y productividad».
Los gobiernos que ha tenido esa deprimida nación, el actual de Martelly inclusive, no se han preocupado por encarar y desmontar el sistema de exclusión social existente. Más de la mitad de las tierras aptas para la explotación agrícola están en poder de una casta o clase social, civil y militar minoritaria de terratenientes que controla gran parte de las tierras labrantías. De acuerdo al estudio de marras «casi 50% de las pequeñas explotaciones poseen 14% de la superficie total cultivada, mientras que los grandes terratenientes con 1.2% del número total de las explotaciones controlan el 66% de las tierras aptas para la agricultura».
Bajo un sistema de control de la económica, de la política y de la producción en manos de un grupo esclavista, como existe actualmente en Haití, que se aprovecha sin la más mínima compasión de su pueblo, un tipo de relación como ésta se fundamenta en el predominio de una clase sobre otra, resulta imposible que un pueblo pueda lograr su desarrollo. Y, peor aún, esa élite social, económica, militar explotadora haitiana ha logrado, después de los gobiernos de los Duvalier, mantener un gran desorden o incoherencia institucional que le ha producido rentabilidad a sus negocios y gozar del control interno de los estamentos de poder político y militar en Haití.
Ha sido precisamente esa clase socialmente segregacionista y rentista en Haití la que ha destruido al propio pueblo haitiano, estableciendo allí un sistema de esclavitud que funciona internamente como si fuera un apartheid y que coloca a la mayoría de los ciudadanos haitianos a merced de otros hombres de una superioridad social o de clase que dificulta cualquier visión de desarrollo que se vea surgir dentro de la sociedad haitiana.
Debo decir que en la sociedad haitiana actual existe una relación del fuerte que se aprovecha para explotar al débil en todo lo sentido. Este sistema guarda semejanza con el de las religiones, que son doctrinas creadas por hombres para dominar a los hombres. En otro sentido, la explotación que tiene montada la clase económica y socialmente alta en Haití puede decirse que es la explotación del hombre por la riqueza del hombre. Ese sistema, cruel e inhumano, no cree que todos los hombres son iguales y, por tanto, tienen derecho a ser tratados de igual manera.
La clase social y económicamente predominante en Haití, de cuya supremacía política he hablado anteriormente en este ensayo, esa pequeña élite maneja muy bien los resortes del poder y sabe emplear con inteligencia su poder económico, político y sus relaciones internacionales estratégicas para usarlos a favor de sus objetivos particulares de dominación y control. Los pobres, que forman la gran mayoría de la población haitiana, no tienen acceso a los medios de producción de riqueza ni a los de salud y educación.
El sistema social imperante en Haití, además de estar sustentado en la explotación del hombre por el hombre, tiende sobre todo a expulsar hacia fuera de ese país la masa de desempleados, de personas que meramente flotan y se les imposibilita encontrar ocupación cargándole irresponsablemente lo que debería ser su responsabilidad y su prioridad y no la es, traspasándole a otros países dicha carga a los cuales se les ataca por el gesto humanitario y de solidaridad con el pueblo haitiano.
Bajo ese estado de insatisfacción social la clase alta en Haití se convierte en causante directa de la miseria y del infortunio de su pueblo y con ello alimentan y mantienen un apoyo internacional y, por supuesto, unas tensiones fronterizas injustas que responde a una fabricación artificiosa que busca esencialmente aumentar su caudal de riquezas a costa de la pobreza de sus conciudadanos.
A pesar del desastre social y económico señalado, el vía crucis del pueblo haitiano no parece terminar nunca mientras la influencia política de esa clase explotadora deje de predominar en la vida y el progreso del pueblo haitiano. Los Estados Unidos, contrario a como piensan muchos, ha invertido esfuerzos, recursos económicos y propósitos grandiosos tendentes a que Haití cambie su ruta de vuelo fatal para evitar el colapso total de esa sociedad y librar a otros países de una responsabilidad social, económica y política que no les corresponde.
Por lo tanto, para impedir que aumente el desastre se impone de manera urgente la intervención concertada de una coalición o mancomunidad de países encabezada por Estados Unidos que plantee seriamente un plan indicativo de por lo menos diez años fiscales que produzca en ese término la recuperación rápida de Haití, similar al Plan Marshall para la reconstrucción de los países europeos después de la Segunda Guerra Mundial y detener, en este caso particular, el sistema cruel de explotación que produce pobreza, desempleo, insalubridad, desesperanza y angustia en el pueblo haitiano.
Haití no tiene otra salida democrática posible que no sea un plan de la naturaleza y alcance del que estoy sugiriendo en este ensayo, de lo contrario, en ausencia o en el caso de una tardanza en su implementación, estaría poniéndose en juego la solución de una estabilidad económica y política en Haití que afectaría cualquier medida posterior de desarrollo y haría, al mismo tiempo, más difícil o escabrosa la búsqueda de un tipo de entendimiento o convivencia pacífica entre los dos Estados fronterizos.
Finalmente, debo decir que en América Latina actualmente hay muy pocas tensiones importantes, por lo que un Plan Marshall en Haití liderado por los Estados Unidos no resiste la menor pérdida de tiempo por ser el modelo a seguir en la solución de la histórica problemática social, económica, política y militar que mantiene la sociedad haitiana en una especie de anquilosamiento o de parálisis que no le permitirá avanzar ni progresar.

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