La felicidad: nueva orientación de la gestión pública
Las medidas tradicionales de crecimiento económico y desarrollo humano se han centrado siempre en los ingresos y posesiones materiales, pero ignoran la importancia del bienestar y la felicidad de la sociedad.
Esto así aún consciente de que un objetivo central del gobierno debería ser mejorar la calidad de vida, el bienestar y la felicidad de sus ciudadanos, así como garantizar un entorno para que sus vidas prosperen.
Independientemente de que se midan mediante la creación de indicadores los niveles de desarrollo económico y humano, se hace necesario, además, repensar cómo medir el desarrollo integrando, el bienestar social y la felicidad en el gobierno.
En estos tiempos de inclusión y cohesión, en donde los derechos fundamentales de las personas pasan a jugar un papel de primer orden, la creación y adopción de indicadores exclusivamente de riqueza material y desarrollo económico, genera un enfoque algo desalineado de parte de los gobiernos.
Una de las funciones principales de los gobiernos debería ser el desarrollo y promoción de la felicidad y el bienestar de sus ciudadanos, para lo que se hace necesario medir el bienestar social y la felicidad.
Y aunque se reconoce la importancia y relevancia de esta función, la medición de la felicidad y el bienestar no es un indicador comúnmente monitoreado por los gobiernos. Esto es lamentable y algo sorprendente.
Sin embargo, la idea de que la felicidad y el bienestar son importantes para el gobierno estatal no es nueva.
Ya Aristóteles, en su obra “Ética a Nicómaco”, plantea la idea de la eudaimonía (felicidad o bienestar) y sostiene que “el desarrollo de la felicidad es, de hecho, la meta del Estado, por lo que el estudio de la política deberá ser realmente sobre el estudio del desarrollo de la felicidad”.
Desafortunadamente, el enfoque de los gobiernos se ha desalineado notoriamente, con un énfasis excesivo en los aspectos materiales y económicos y una mínima orientación hacia el bienestar y la felicidad de las personas.
En pocas palabras, hay cosas en la vida más importantes que el simple consumo y el desarrollo económico de un país.
Si bien es cierto que existe cierta relación entre los ingresos y el bienestar, la paradoja de Esterlín nos muestra que, “a largo plazo, hay un rendimiento decreciente de las ganancias económicas, por lo que, en algún momento, un ingreso más alto no conduce a una mayor felicidad y bienestar”.
Dado que el bienestar y la felicidad de la sociedad deberán ser siempre elementos de primer orden, éstos deben medirse, monitorearse e incluirse como indicadores claves dentro del desarrollo e implementación de políticas y estrategias gubernamentales. .
Esta desarticulación entre el énfasis en los indicadores económicos tradicionales y el bienestar y la felicidad, fue muy bien enfocada por el entonces candidato presidencial Robert F. Kennedy en su discurso de 1968 en la Universidad de Washington de Kansas cuando dijo:
“El producto nacional bruto no tiene en cuenta la salud de nuestros hijos, la calidad de su educación o la alegría de su lugar… no incluye la belleza de nuestra poesía, y mide todo, en resumen, excepto lo que hace que la vida valga la pena».
Países como Canadá, Noruega, Finlandia y Nueva Zelanda están comenzando ya a adoptar estrategias políticas similares que miran hacia un futuro que va más allá del PIB y reorienta el enfoque gubernamental hacia el fomento y el desarrollo de la felicidad y el bienestar.
Es necesario e importante lograr que el bienestar y la felicidad sean objetivos de política cuantificables. Sin embargo, para hacer esto, los gobiernos deben poder medir y rastrear claramente tanto el bienestar social como la felicidad.
Si bien actualmente hay muchas formas de hacer esto, al observar los enfoques utilizados por algunos países y la OCDE y hacer un balance de los conocimientos del campo de la economía de la felicidad, ya es posible dar pasos en la dirección correcta.
La felicidad es algo que tenemos en la mente y por lo tanto podemos medirla haciendo preguntas, es decir, pidiendo a la gente en qué medida disfrutan de la vida como un todo.
En ese sentido la felicidad es una meta realista en las políticas públicas. Para lograrla propone: prosperidad material, seguridad, libertad, igualdad, hermandad, justicia.
No hace mucho se expuso ante Naciones Unidas la Felicidad Nacional Bruta, y se dejó establecido el Índice de Felicidad Bruta, indicador que mide la calidad de vida desde lo psicológico y de forma holística.
Significó ello un cambio al pasar se centrarse en el crecimiento económico y desarrollo social, a incorporar otros elementos como la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y la implementación de un buen gobierno.
Algunos países han promovido iniciativas enfocadas en la felicidad, como el caso de España, Dubái, Venezuela, India, algunos de los cuales han llegado a crear, incluso, Ministerios de la Felicidad.
La misión de esos organismos sería la de observar el bienestar de la población y enseñar cómo ser más felices y tolerantes a través de programas sociales debidamente focalizados.
En definitiva, ¿Para qué sirve un Gobierno si no se preocupa por la felicidad de la gente?, por lo que estamos compelidos a cambiar los indicadores de éxito y desarrollar nuevos índices que nos permitan conocer qué necesita la gente para ser feliz y diseñar las políticas públicas necesarias para satisfacerla.
jpm-am