Depresión, túneles y suicidios
SANTO DOMINGO, República Dominicana.- El mes pasado dos personas se suicidaron
al día. Eso de acuerdo con los datos oficiales. De existir subregistro, lo que
es muy probable, el número sería más alto.
Lo más espeluznante es el rango de edad del 31%
de los que se mataron el año pasado y de
los que lo hicieron este, de 9 a 24 años. Una atrocidad.
De ese alto porcentaje, cerca del 56% tenía de 15 a 22 años. Muchachos
y muchachas comoAdriana Gálvez, de 18 años. Su muerte fue rápida. Se tomó alrededor de
100 pastillas para la hipertensión y la diabetes.
Hace diez meses murió su abuela y madre de
crianza. Un golpe muy duro. En diciembre fue agredida por delincuentes que le
cortaron la negra, larguísima y abundante cabellera. Es posible que para
venderla.
Un mes después, sin tiempo para reponerse del
trauma, su compañero de trabajo Rodolfo Ariel Pimentel la raptó y junto a otro
hombre la violó.
Encima de esa humillación, sufría la presión
del defensor del criminal (igual de
desalmado, imagino) para que retirara la denuncia. Sumida en una honda
depresión solo vio la muerte como escape.
La adolescente fue víctima de esa gruesa
realidad que la prisa no nos deja ver. De ese submundo que la falta de valores
y de compasión fomentan, al punto de volverlas comunes y hacernos indiferentes
al dolor ajeno.
Es el espacio en el que la depresión se vuelve
zona ineludible ante la carencia de oídos y de labios que apacigüen el
desasosiego que generan los atropellos, la falta de límites, las metas truncas.
Una situación agravada por los
diagnósticos caseros y la incomprensiónsobre esa terrible patología.
La ignorancia es atrevida y tal vez por eso es
común escucharafirmaciones tan
demoledoras para el enfermo como que la
depresión solo afecta a los débiles, a los menos inteligentes, a los que no
ponen de su parte.
El drama desborda las páginas de los
periódicos. Esas cifras frías esconden un mundo de dolor, de impotencia,que traspasa cualquier estadística.
Sobre todo, porque los especialistas
consultadospara fortalecer esos datos
afirman que la mayoría de los suicidas ha sufrido por mucho tiempo, quizás en
silencio, sin atreverse a hablar de su enfermedad, por temor al
encasillamiento, a la etiqueta de “pendejo” que solo agudiza el padecimiento.
Este espacio hoy va por Adriana y con
ella, por todos los jóvenes y no tan jóvenes a los que la desesperación hizo
olvidar que la luz sigue ahí, al final del túnel.