¿Por qué nuestros niños sólo se entretienen y ya no juegan?
KATIUSKA SUAREZ DE VARELA
Porque ya nuestros niños no se asombran, su capacidad de asombro y contemplación; de valoración y sencillez, han quedado reducidos a un video juego, al computador y al Internet.
El asombro es la capacidad de ver y sentir lo maravilloso y hermoso que se nos regala en lo simple, en lo natural. Los niños tienen la mente abierta, no contaminada y para ellos todo es nuevo. Con el paso de los años van perdiendo su capacidad de asombrarse, de llamarles la atención las cosas cotidianas, su curiosidad por todo lo que los rodea. Así es como con la adolescencia, la juventud y la llegada de la madurez vamos perdiendo nuestra capacidad de admirar (sentir lo que nos rodea); en el fondo, de vivir.
Pasando los años no somos capaces de asombrarnos de nada, todo nos parece “evidente”: el encender la luz desde un interruptor, abrir la llave y ver correr el agua, despertarnos y ver la luz; salvo cuando algo nos falta. Recién en ese momento apreciamos lo valioso que son estos elementos, entre muchos otros.
Para tener esa capacidad de asombro se requiere de pudor, de humildad, de amor por la verdad, de constancia y de ingenuidad, traducido a cierta pureza intelectual. Los niños de antes y algunos sobrevivientes de nuestra postmodernidad son el ejemplo obligado del asombro y la admiración. En ellos el ¿por qué? es una exigencia por saber y por no aceptar respuestas superfluas.
Siento tristeza por el niño que no se asombra, por el niño precoz que a fuerza de tecnología ha sido «estirado» para convertirlo en un adulto, porque su vida está exigida para que vea sobre el hombro de los demás.
El niño cuya mascota real (un perro, una rana, un pez) ha sido sustituida por la irrealidad algún aparato digital. Ya no acaricia ni alimenta a otro ser tangible, sino que se obsesiona por una pequeña máquina que le esclaviza día y noche.
Siento tristeza por el niño que equipado sólo para «hacer», pero no para vivir, aquél que conoce la tecnología y la manera de exigir sus derechos, pero que es ignorante con relación a lo más sencillo del mundo y con relación a sus obligaciones. Es de admirarnos cómo nuestros hijos han visto todo, pero no han observado nada, han oído todo, pero no han escuchado nada.
Considerando que el juego le proporciona la capacidad de descubrir creativamente el mundo. El juego no es el maquinismo, la imitación de la violencia; sin embargo, ese es el entretenimiento para nuestros niños: el poder de destrucción a través de un botón.
Pareciera fuera prohibido asombrarse y contemplar. No se permite la ingenuidad, sin llamar tonto al ingenuo, no se permite la inocencia, no se permite ser normal en un mundo cuyo reinado es la anormalidad.
Todos los sabios, los que más han aportado intelectualmente a la humanidad son aquéllos que se han asombrado, porque cada vez que conocen es como un pequeño milagro. Se han asombraron ante el nacimiento y la muerte. Se han asombrado ante la obra de Dios y ante la oportunidad de prolongarse en una eternidad.
Si el alma infantil se encuentra impregnada de muchos datos que le ciegan a la verdad y el hombre de nuestros días con tantos avances en el genoma humano y en la clonación nunca había sido tan ignorante y nunca tan ignorante de su ignorancia. Cree conocerse porque ha descubierto una serie de códigos, pero cada vez se pierden más en la nebulosa de su existencia. Hacia dónde volvernos entonces?
Sin menosprecio a la ciencia basta con mirar a nuestro alrededor y repasar cada una de las etapas de la humanidad para cuestionarnos ¿cuándo se ha sido más caótico sino es ahora? Ahora que «conocemos» más, ahora que – según nosotros- estamos en el umbral de sustituir todo por lo sintético.
Y es que el asombro está ligado armoniosamente con la humildad. El asombro impide al hombre pararse sobre el pedestal de la soberbia porque reconoce que ésta sólo petrifica, pues se hace un monumento de sí mismo, pero no crece y sus cambios son sólo para el deterioro.
Que falta entonces…imagino que falta definitivamente capacidad de asombro. El asombro de los hombres que fueron como niños, como los niños de antes, volver a sentir admiración, curiosidad y agradecimiento por todo lo que vivimos…
Jpm