Intelectuales vs. políticos ordinarios
Hay una intelectualidad dominicana, como no cabe duda que hay una intelectualidad cubana, argentina o uruguaya liberal, conservadora, progresista, revolucionaria, reaccionaria, democrática, fascista, trujillista, castrista, peronista o comunista que ni siquiera se dirige la palabra ni mucho menos se reúne para estudiar y reflexionar sobre los problemas que aquejan sus respectivos países.
Como intelectual y abogado estadounidense he respaldado y discutido desde hace tiempo con el también abogado dominicano y poeta Luís José Rodríguez Tejada, entre otros amigos, una cumbre de intelectuales del sector social burgués ilustrado (no como clase, que no es), donde participen filósofos, artistas, científicos, poetas y escritores, que se sientan comprometidos con la realidad política y social, particularmente de la sociedad dominicana.
No es fácil que ese colectivo ha reaccione positivamente llamado pues a partir de los anos 80’una profunda crisis golpea al sector intelectual, Esa crisis ha llegado a una metamorfosis en picada, a la casi desintegración y soledad de ese sector.
Esta falta de respuesta es preocupante porque deja claro el grave desinterés del grupo culto dominicano de no querer involucrarse en tema de política o de ceder ante ciertos proyectos fríos en financiamiento que bailan en el mismo salón, muy bien documentado por el prestigioso dramaturgo español Jacinto Benavente en su comedia famosa titulada Los intereses creados.
El sector intelectual está fracturado o dividido en varios pedazos en la sociedad dominicana. Esa fragmentación ha llegado al grado que unos se montan en la cocina en la estación Mamá Tingó del tren y otros en el carro del frente hasta llegar a la estación Joaquín Balaguer con cierta rabia interior. «Es que los intereses son materia y, como tal, son efímeros y deleznables. Pero, como dijo Sartre: «Intelectual es el que se mete donde no le importa» .
Los intelectuales del canon alineados con la élite
Es a este grupo social a quienes le corresponde «meterse en lo que no le importa» porque somos nosotros los intelectuales quienes tenemos una dimensión y una repercusión valiosa en la sociedad. De aquí que hemos decidido respetar a los intelectuales del canon que no respaldan esta idea por haber escogido alinearse con la élite que ostenta el poder o con algún grupo dominante formado por industriales, altos funcionarios de gobierno, directivos y dueños de medios, desde los días del amplio escenario trujillista, balaguerista, leonelista y ahora danilista.
Esa élite de poder fue definida adecuadamente por el periodista británico Henry Feirlie de la siguiente manera: «Por «establishment», no solo quiero definir los centros oficiales de poder —aunque ciertamente son parte de ello—, sino a toda la matriz de relaciones oficiales y sociales dentro de la cual se ejerce el poder. El ejercicio del poder en el Reino Unido (más específicamente en Inglaterra) no puede entenderse a menos que se reconozca que éste se ejerce socialmente».
Según Benavente «los pícaros llegan a formar en torno suyo una red tan fuerte de «intereses creados» que a pesar de que todos los que los conocen saben de su insolvencia nadie se atreve a negarle la ayuda necesaria».
No es raro que personas cultas o escritores de renombre por sus conocimientos o por su producción literaria se asocien con el poder político y religioso y ejerzan su preparación con propósitos apologéticos o en la defensa de la fe conforme a su posición o punto de vista tanto para sustentarlo y justificarlo como para destruirlo y construir su alternativa.
A los intelectuales del canon le podría pasar lo que advierte Benavente en la obra citada: «El que se enruta por este camino termina fracasando; quedan solamente las ideas no movidas por el interés. El artífice de la farsa caerá víctima de su propia ambición con el tablado que él mismo animó».
Y continúa aconsejando el literato y formidable dramaturgo español y autor de El nido ajeno (1894): «Conviene que el pueblo crea que hace justicia, con la ilusión de que sus males han terminado se levantará su abatido espíritu».
Los intelectuales y la clase dominante
Esta posición de algunos intelectuales dominicanos de colocarse al lado de la clase minoritaria y dominante en una sociedad apareció con los llamados «políticos» en la Francia del siglo XVI, con las guerras religiosas o con los enciclopedistas del siglo XVIII. Este último movimiento filosófico-cultural, actuando bajo la dirección de Diderot y de d’ Alembert, defendía el raciocinio y la ciencia, a la superstición y al dogmatismo religioso.
No obstante, durante el período histórico que abarca la Revolución francesa hasta nuestros días, o sea los 226 años entre 1789 y el año actual, 2015, la humanidad experimentó una transición demográfica o régimen demográfico preindustrial, presidido por las altas tasas de mortalidad y natalidad, otro industrial con un fuerte incremento de la población y posteriormente post industrial, con tasas muy bajas de mortalidad y natalidad.
Según Noam Chomsky, iluminado escritor estadounidense y una de las figuras más destacadas de la lingüística del siglo XX y quien favoreció el racionalismo cartesiano, dijo: «Los intelectuales son especialistas en la difamación, son básicamente comisarios políticos, son los administradores ideológicos, los más amenazados por la disidencia».
Chomsky es autor de un sinnúmero de obras que bien merecen ser leídas por su rico valor social, político y estético, tales como El triángulo fatal (2003), una crítica sobre La (Des) Educación (2001) y El lenguaje y el entendimiento (1968), entre otras no menos trascendentales.
Sin embargo, a los políticos ordinarios no les importa Chomski. A los políticos ordinarios no les importa el papel de los intelectuales. Para ellos bastan los banqueros de la lotería, los galleros, corredores de bienes raíces metidos a regidores con «criterios» tan «elevados» como la higiene de los salchichones o longanizas adulteradas y embutidos tirados a los carderos o las frituras de las esquinas.
Ese cuadro tan descompuesto de los políticos ordinarios no se queda en el entorno de los ayuntamientos, pues como divorcio al vapor llego al congreso nacional. Lamentablemente algunos a pena saben firmar o poner su nombre.
Así es tan ordinaria en la Republica Dominicana la vida y hechos que describo ante la indiferencia de los partidos políticos que crean adrede cada dia el comportamiento penoso y, peor aun, terriblemente anti democrático. ¡Tal vez nos salven las nuevas generaciones!
El infortunio de una sociedad
Nos ha llamado poderosamente la atención la sugerencia externada recientemente por el rector de la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) en el programa «Los sabios en la Z» que dirige el ingeniero Ramón Alburquerque.
Como si fuera una contracorriente, pero no lo es, a lo expresado por el distinguido rector de UTESA frente al infortunio de una sociedad como la dominicana que al parecer le ha tocado convivir casi obligada con una clase política con un coeficiente intelectual del tercer mundo, por tanto, nos corresponde a los intelectuales transformarnos en políticos y no a la inversa.
Empero, la preocupación del rector de UTESA debe movernos a los intelectuales a una acción positiva y disponernos a examinar para ver si siquiera remotamente podría existir la posibilidad si una clase política culturalmente mediocre estaría en capacidad de «cultivar conocimientos y transformarse en intelectuales». De eso no estamos seguros que pueda lograrse, pero habría que ensayar alguna fórmula para tratar de medir esa probabilidad, porque de lograrse ese cambio su resultado sería un fenómeno interesante para cualquier sociedad.
La propuesta de Príamo Rodríguez Castillo
La proposición expuesta por el doctor Príamo Rodríguez Castillo de que los «políticos deben cultivar los conocimientos y transformarse en intelectuales» seria válida, vista esa oferta desde una reflexión crítica sobre la realidad y la comunicación de las ideas, ya que el intelectual influye directamente en la creación de opinión pública por la naturaleza de la competencia que tienen al provenir del mundo de la cultura.
Políticos transformados en intelectuales
Esa preocupación del doctor Rodríguez Castillo porque los políticos se transformen en intelectuales habría que resumirla con una frase del economista británico y autor de la obra Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936), John Maynard Keynes: «Tras cualquier acción de un político se puede encontrar algo dicho por un intelectual».
Esta propuesta del rector de UTESA no se hizo desde una catedral santificada con mirra proveniente del Vaticano, pues de haber sido así los intelectuales del canon, quienes están divididos entre ellos mismos y los políticos zalameros, de esos que van a los tedéum los 27 de febrero a enseñar su patriotismo o fe cristiana y a dar gracias por la independencia del país le hubiesen pedido en ese instante a monseñor Pittini que bajara del cielo a purificar aquella magnífica sugerencia.
Empero la idea de Rodríguez Castillo se difundió a nivel nacional en la importante emisora la Z 101, donde la mirra es indistintamente perfume para intelectuales orgánicos como para los que muestran cierta independencia doctrinaria, desde lo filosófico, lo moral, hasta lo político.
Sin embargo, la recomendación del rector de UTESA coincide con una preocupación aireada por Sócrates a través de la siguiente pregunta: ¿Por qué cuando se trata de lo más importante de todo, que es el bien de la ciudad y las leyes que son adecuadas para la convivencia entre los ciudadanos, dejamos que todo el mundo opine y nos sometemos a la mayoría y no llamamos a aquel que sabe?
Estoy leyendo una obra del escritor argentino Héctor Pavón titulada «Los intelectuales y la política en la Argentina», la cual trata ampliamente sobre la real relación de los intelectuales en el mundo de la política. La obra es interesante, pues recorre la experiencia entre los intelectuales y la democracia.
Me parece que esta opinión del rector Príamo Rodríguez Castillo llega en un momento estelar de la vida política dominicana, toda vez a que el país tiene que tratar de salir del subdesarrollo político, de las deformaciones estructurales y dejar de operar con una institucionalidad anclada en el pasado.
El país tiene necesariamente que entrar en una etapa nueva en la que los presidentes no tengan miedo de pedir consejos y formar un grupo integrado por intelectuales de diferentes corrientes ideológicas para estar al tanto de lo que esta pasando realmente en lo que son los centros de pensamiento en esta era.
La pregunta del siglo sería ¿tiene el pueblo dominicano consciencia de su propia existencia, del estado en que se encuentra, de lo que hace y de lo que hacen los políticos? Creo que es con el pueblo con quien los intelectuales tenemos que trabajar para enseñarle a elaborar juicios personales de carácter moral y ético sobre lo que está bien y lo que está mal, con relación a sí mismos y a los demás.
Los intelectuales desarraigados del canon oficialista tenemos que trabajar desde la base para explicarle a la población cómo se llega a tener conciencia social para generar respeto colectivo, enseñarle, además, a tener conciencia de sus problemas y a trabajar vigorosamente para tratar de resolverlos haciendo uso inteligente del aparato político disponible para que funcione a favor de los intereses de la mayoría, como debe ser.
Bajo la democracia actual que vive la República Dominicana el pueblo ignora los aspectos políticos, económicos y sociales fundamentales. Desafortunadamente, ninguno de los partidos políticos dominicanos del sistema parece no estar equipado ni dispuesto a hacer funcionar la democracia como un poder constituido desde abajo hacia arriba, es decir desde el pueblo.
of-am