¿Política o tratado del truco?
Si pretendes convertirte en administrador de los bienes ajenos, si te gusta que te retraten, o eres aficionado al micrófono, llevas en ti los genes de un político. No deja de ser la política el arte del narcisismo, la engañifa, las promesas de las campañas publicitarias y el incumplimiento de lo prometido. No se confunda al prócer con el político, el prócer es el héroe que expone su vida a cambio del bienestar de su patria, el político expone el rostro. Los menesterosos, los pobres de espíritu, los ciudadanos en cierne, son los que más sufren los desmanes de los políticos. Basta que una mente libre de imposiciones niegue a tal flagelo de la sociedad, para que lo estigmaticen con el hierro del anarquismo. Los filósofos anarquistas procuraron una sociedad libre de gobernantes, predicaron con el ejemplo, Sébastien Faure, Lao Tse, Zenon de Citio, el propio Jesús de Nazaret. Una sociedad en la cual todos respetemos el derecho del otro, sin gobernantes, ni ejércitos, no sólo cupo en la masa encefálica de Tomás Moro, sino en los fabuladores del Génesis. La molicie política no estará de acuerdo con tal planteamiento o tesis de la sociedad, por cuanto reciben un cheque, en la mayoría de los casos, sin crear bienes, ni siquiera de consumo. Como garrapatas que viven del esfuerzo común de los pueblos, después de chuparle su sangre, terminan escribiendo sus memorias. A medida que nos eduquemos, no en el calendario planetario, sino cósmico, comprenderemos que la política es el vicio que más ha generado conflictos a la humanidad sojuzgada. El carácter que ejerce el poder corruptor de la política, le convierte en una actividad histriónica por excelencia y adictiva por obligación. La historia de la política está colmada de traiciones, sedicia, ejecuciones a los líderes. Una sociedad donde no exista una cabeza , la cual haya que decapitar, no sería un estado caótico, obnubilado por la sed del poder de los cabecillas, lo contrario, todos se respetarían en atención a las normas más sencillas de la convivencia. ¿A quién no le gustaría disfrutar de una sociedad semejante? Tal vez a los que niegan a la bondad humana y al altruismo,los que pretenden que se les conozca por sus facultades exhibicionistas, no por sus obras. Pareciera necio el planteamineto en cuanto a la correlación de fuerzas, el polvorín atómico donde nos jugamos la suerte de la humanidad. El tiempo cósmico le otorgará la razón a los utópicos, sus cabezas distinguidas emergerán del polvo del olvido, en una sociedad sin jefes ni vigilantes, sin oprimidos ni opresores, donde los años no sean de 365 días, sino años de evolución neuronal, donde todos participen del orden y la armonía, sin privilegios ni condecoraciones, ni el enfermizo culto a la personalidad.

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