Todos somos iguales: el mito

 

 

Todavía persiste en las escuelas la vieja fórmula de crear acercamiento entre condiscípulos, de erradicar perjuicios con la obligación de que nos aceptemos todos como iguales.

Resulta cuesta arriba que un niño entienda que es igual a otro de color, pelo, contextura física y forma de pensar distintos.

Es que como persona pensante sabe que no es cierto y quizás esa buena intención con la que los docentes han querido propiciar un clima de armonía solo crea más abismos.

Claro que no somos iguales. Es demasiado obvio que somos  diferentes y sobre esa condición tenemos que formar entes capaces de parir una sociedad con menos esquemas y más pluralidad.

Promover desde la niñez el respeto a lo que no es semejante generará entes capaces de tolerar  lo que no comparten pero entienden y de criticar con sensatez, con altura lo que consideran  debe ser cambiado.

Un individuo respetuoso, tolerante, está abierto a cambios, a reconocer que no siempre la verdad es la suya y a defender su posición sin ofender, sin lastimar, sin humillar a su contendor.

Es el ser que requiere una  sociedad  que busca desterrar   de su seno  esa violencia que amenaza con transformarla por completo en un monstruo  cuyos tentáculos la ahogarán.

Desde abajo es necesario construir gente interesada en modificar un sistema de cosas al que de forma absurda nos hemos adaptado, porque nos conviene, por dejadez o porque pensamos que nada podemos hacer.

jpm

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