Seria advertencia a Pedro Henríquez Ureña en 1931

 

Un día después de la llegada de Pedro Henríquez Ureña a Santo Domingo en diciembre de 1931 para iniciar sus labores como superintendente de Educación, a poco de iniciarse el régimen de Rafael L. Trujillo, otro intelectual dominicano, Carlos Larrazábal Blanco, le envió una carta pública que salió dos días después en un “Listín Diario”,  que todavía podía publicar cosas como esta:
Santo Domingo,

16 de diciembre de 1931.

Señor Doctor

D. Pedro Henríquez Ureña.

Ciudad.-

Distinguido doctor:

Ayer, estando en mi habitual retiro hogareño, un bullicio alegre y gentil de escolares me hizo caer en la cuenta de la llegada de usted a su suelo natal, a la amable patria de aquella dulce filomela que se llamó Salomé Ureña, a la vieja casona solariega de los Carvajales y los Díaz, a la amantísima patria de todos los Henríquez. Y he querido sentir satisfacción íntima, he querido batir palmas dentro de mi espíritu por este acontecimiento, pero ha habido cierta resistencia interior, me he sentido perezoso para estar de norabuena y más bien he caído en un completo y torturador pesimismo.

¿A qué ha venido el Doctor a estas horas? ¿Qué darán a su pueblo la luminosa inteligencia, el preclaro talento y la sabiduría honda de Pedro Henríquez Ureña desde la altura del puesto que viene a ocupar? ¿Caerá, como otros tantos, en la vorágine del ambiente? ¿Triunfará en su gestión por encima de todos los obstáculos, contra todos los vientos, Contra el empuje de todas las mareas que parecen arrollarlo todo?

Tales son las preguntas que me hago, porque tales son las dudas que asaltan, desde que supe que usted venía a la Superintendencia de Enseñanza, y que solo el tiempo y usted mismo se encargarán de esclarecerme.

Usted es una personalidad en el mundo de las hispanas, usted ha honrado el nombre de nuestro humilde Santo Domingo en el extranjero y los dominicanos aman y respetan su nombre porque fuera los ha dignificado a todos, condúzcase usted, pues, de modo que aquí dentro lo amen y respeten también.

Va usted a ocupar un cargo peligroso.1 Muchos han fracasado en él y usted, probablemente, fracasará también. La aureola de bueno y sabio que lo nimba, sin embargo, no es para que ruede usted por la pendiente vulgar de un fracaso común.

Usted no conoce, doctor, el espíritu maléfico de los tiempos de ahora. O usted sigue los latidos del momento, se corrompe, se pone a hacer sandeces y cobrar cheques, o su espíritu sufrirá la peor de las prisiones y se sentirá morir como el quetzal.

El cuadro que se presenta ante sus ojos en lo relativo a la Educación Pública no puede ser peor: métodos atrasados, enseñanza libresca y memorística; el niño sin libertad sometido a la tiranía de horarios y programas; maestros ignorantísimos mezclados en las escuelas a maestros de reconocida competencia; maestros inmorales que han cometido “faltas graves en el servicio” en un solo haz con maestros honorables y probos, maestros sin ideales, sin fe, sin entusiasmos, sin patriotismo; estudiantes sin verdadero amor a la sabiduría y al estudio; padres sin concepto que no creen en la escuela ni en el maestro sino como peldaños para que su hijo alcance un título; autoridades escolares completamente alejadas de la pedagogía y de dudoso meridiano intelectual; una ignorancia completa de la función de la escuela, el maestro y el estudiante en el conglomerado social y en medio de esto, doctor Henríquez, para darle más colorido a todo, aparece la “política”.

La acción de la política debe ser siempre para salvar, no para perder; para conservar, no para destruir; para progresar, no para ir hacia atrás. Y sin embargo de Horacio Vásquez acá la Instrucción Pública no ha ido sino perdiendo, destruyéndose y regresando.

Mañana los dominicanos nos avergonzaremos cuando la Historia diga, como ha de decir, si ella es verídica, que un gobierno extranjero, y por añadidura militar, como lo fue el de la Intervención, respetó la libertad de la Escuela mejor que muchos gobiernos dominicanos. Esto causa dolor decirlo pero es verdad.

Es bueno que usted advierta, doctor, y nótelo bien, que la acción destructiva de la “política” en la Educación no solo y siempre viene de arriba, ella se debe también a la falta de hombría, a la pobreza de espíritu, al afán de “hacer política” de los encargados de velar directamente por los intereses educacionales. En tiempos de Vásquez andaban siempre las autoridades muy acuciosas en dejar complacidos a Secretarios, senadores, diputados y hasta los síndicos municipales, en sus intereses políticos aldeanos, y todo a espaldas del Mandatario. Ahora mismo una autoridad ofrecía conseguir nombramientos oficiales de maestro a aquellos que le declaraban que pertenecían al partido “Dominicano”, que parece ser el de los hombres que gobiernan ahora. Era la única credencial que exigía. Competencia, seriedad, largos años de servicio, títulos académicos y las leyes eran una nonada. Seguro estoy que el Presidente estaría lejos de eso porque él hubiera comprendido que tal autoridad escolar con tal procedimiento hacía más daño a su gestión de gobierno que el más encarnizado enemigo político.

Claro está que usted comprenderá que no viene, pues, a recostarse en un mullido lecho. Si usted quiere trabajar encontrará mucho que hacer, pero tendrá que luchar, surgirán muchos contratiempos y sinsabores. Pero eso es nada si viene armado con las armas del saber, la fe, el patriotismo, el altruismo y la probidad a ponerse al servicio de la causa de la educación de su pueblo.

Usted no debe retirarse de la contienda como un cobarde o prematuramente, pero sí debe saber advertir cuándo debe hacerlo a tiempo y con dignidad, para que su nombre siempre sea grato en los espíritus de los dominicanos.

Con toda consideración y respeto le saluda,
Carlos Larrázabal Blanco

(Pedro Henríquez Ureña abandonó su cargo 16 meses después. Durante ese tiempo fue testigo sobre cómo su tío Federico Henríquez y Carvajal era sacado de la rectoría de la universidad, vio como se le impidió ir allí a dar clases de filosofía libre, donde participarían opositores al régimen, sufrió al ver cómo los mejores profesores de secundaria, Ercilia Pepín y Sergio A. Hernández, fueron destituidos y la sociedad “Amantes de la Luz” clausurada. A los seis meses de haber llegado renunció, pero esta renuncia no fue aceptada. Nunca alabó a Trujillo.

Las predicciones de Larrazábal Blanco resultaron ser totalmente correctas. Él mismo, quien nunca alabó la dictadura, salió del país en 1946 para no regresar hasta desaparecida la tiranía.

jpm

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