Santana frente a Santana (1)

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General Pedro Santana

 

Las generaciones presentes se enfrentan al dilema de escoger entre dos figuras contrapuestas del general Pedro Santana. Contrapuestas en el sentido de responder a planteamientos que valoran sus actos desde dos ángulos muy distintos.  La más difícil parte de una interpretación valorativa conectada al contexto histórico de su época. Tal dificultad reside en el esfuerzo riguroso y abarcador que demanda hacerlo. De ahí la escasez de ensayos que cumplan con esa restricción metodológica, aunque no así, las fuentes documentales que avalarían sus conclusiones.  Pero además, hay algo de pereza o desidia que impide a nuestra comunidad intelectual estudiar en detalle todas las vertientes relacionadas con los hechos que trazan la trayectoria política de Santana.

EL AUTOR es economista y ensayista. Reside en Santo Domingo
EL AUTOR es economista y ensayista. Reside en Santo Domingo

La otra y a la vez la más difundida de las dos semblanzas, obedece a una valoración ideológica que anula la inclinación por semejante esfuerzo. Justamente lo que, además de su simplicidad, pudiera también objetársele. Primeramente, porque todo juicio controvertible cae en el terreno de la opinión. En segundo lugar, porque toda valoración ideológica persigue etiquetar a priori y renunciar de antemano al estudio de la dinámica de los fenómenos sociales; y finalmente, porque solo con apoyo en la investigación podrían explicarse las causas por las cuales la voluntad del ser humano se determina a favor de ciertos propósitos específicos.

Y es lo que precisamente procede hacer en este caso. Esto es, indagar si la voluntad de Santana habría obrado en sintonía con el sentir colectivo predominante de su época, y a partir de ese punto, establecer si sus decisiones habrían obedecido a un imperativo categórico enlazado a su convencimiento de haber elegido la mejor de las opciones. Cabría entonces descubrir y explicar la naturaleza de ese sentir colectivo; las causas nacionales por las cuales se habría inclinado su voluntad; y las diversas opciones con posibilidades de éxito en función de un objetivo nacional específico.

En cuanto al sentir predominante de la época, todas las evidencias históricas sugieren que el territorio y el sentimiento de identidad suponían hasta finales de la década de 1830, categorías patrióticas supremas en la mentalidad del dominicano de entonces. Jerarquías incluso superiores al propósito de construir un Estado libre e independiente. Se trata de un hecho revelador que pone de manifiesto el predominio de unas disposiciones anímicas cuyo enjuiciamiento resulta improcedente con nuestros patrones valorativos actuales, pero que de poder situarnos en la época, se explica por las consecuencias adversas de un potencial gobierno insular encabezado por Haití. Convendríamos entonces que profesar una inclinación proteccionista estaba muy lejos de comportar una vocación antipatriótica del dominicano que vivió en medio de aquellas circunstancias.

Es la propia historia la que se encarga de corroborar esas aseveraciones. Veamos: la reincorporación a España liderada por Juan Sánchez Ramírez en 1808, fue un rechazo rotundo al proyecto independentista de Ciriaco Ramírez; la independencia de Núñez de Cáceres en 1821, fue un proyecto de protectorado con la Gran Colombia; las misiones criollas llegadas a Cuba y Puerto Rico durante la ocupación haitiana, fue el intento del dominicano procurando la protección de España; el impulso decisivo dado al movimiento independentista de 1844, fue el acuerdo de protectorado con  Francia convenido en Puerto Príncipe bajo el Plan Levasseur, incluso con la anuencia de Sánchez y Mella; y finalmente, los esfuerzos diplomáticos desplegados por Mella en Madrid durante 1854, fue el inicio de las gestiones oficiales del gobierno dominicano en procura del protectorado o la anexión pactada en 1861.

Poner la República bajo un esquema de protección de una potencia amiga, significaba para entonces una salida estratégica compatible con la independencia. Se veía como la fórmula capaz de garantizar la preservación del territorio y la identidad nacional, que eran los objetivos cardinales de la sociedad dominicana del momento. La suspicacia con Francia residía en el temor a la esclavitud que había imperado al otro lado de la frontera.

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