Recuperar la dignidad de la función pública
Dentro del comportamiento público y privado, la sociedad dominicana deja varios visos de incongruencia con respecto a los objetivos integrales y altruistas, perseguidos por las sociedades de alto desarrollo, y también, porqué no decirlo, con respecto a breves períodos de vida de su pasado sociopolítico.
Los estados modernos se han organizado en las naciones, para dirigir y reglamentar los procesos de desarrollo en beneficio de las masas poblacionales que dan origen y sentido a las referidas naciones. Esos procesos de desarrollo deben concebirse, como objetivo de beneficio para la pluralidad social, no para una partícula individual o social.
De aquí que, en nuestra República Dominicana, comenzando por las funciones del Estado, las prioridades se han invertido. Cuando mencionamos breves períodos de luz en el pasado socio político dominicano, nos ilumina en el campo educativo, Eugenio María de Hostos, quien allá en 1880 fundó la Escuela Normal dominicana, que engalanaría de luces el firmamento social de la República.
Pero, un poco más atrás, encontramos también el heroísmo y el desprendimiento de los patriotas que independizaron La Nación y fundaron la República; sin embargo, al arribar a la vida moderna, nuestro país y su Estado fueron incapaces de mantener el rumbo de un desarrollo integral por el engrandecimiento de la Nación.
Mientras Hostos, filósofo, educador y héroe; fundó una escuela para formar individuos que, persiguieran un futuro promisorio para la sociedad, nuestra escuela de hoy, invierte el papel; los individuos a formarse, no son los más importantes en la relación social educativa; la importancia ha sido robada de una manera inconsciente y opaca por una índole magisterial que, ha puesto sus derechos y beneficios por encima del objetivo primario de la educación.
El juramento hipocrático, es tirado a la basura cada vez que, un galeno recibe su título universitario; hemos visto jóvenes estudiantes de medicina decir, sin ambages que estudian esa carrera, porque es sumamente lucrativa, que las personas cuando se enferman no reparan en gastos para recuperar la salud.
Así, en ese tono hemos visto, un estudiante de la UASD decir: estoy terminando, y cuando me gradúe, haré una especialidad en oncología, porque en esas clases de enfermedades catastróficas, la gente se desespera y gasta impensables sumas tratando de atarse a la vida.
Como se puede ver en estos razonamientos no existe, la más mínima muestra de interés por la humanidad, sino más bien el interés pecuniario de un trabajo interesado en si mismo. Aquí el ente social más importante dejó hace mucho tiempo de ser el paciente, y ahora para el sistema y la sociedad, lo es el médico.
Un artículo, jamás puede ser un ensayo sociológico; por esta razón dejaremos solo estos dos ejemplos del comportamiento social dominicano; los maestros dejan de asistir a las escuelas para demandar del gobierno; y los médicos descuidan los enfermos, en orden de obtener beneficios estatales individuales o de su colectivo.
En el 1970, el presidente Joaquín Balaguer concedió “la porción de la boa” al incremento de la actividad gremial magisterial; con esto trataba de aminorar la importancia de este sector en el área opositora, principalmente entre las izquierdas; consciente o no el Dr. Balaguer, impulsó el deterioro en la educación dominicana.
En una sociedad, donde dos actividades como estas, donde formar personas responsables y educadas, y salvar vidas deberían ser las principales prioridades; y se hayan invertido los objetivos, en orden de enriquecer monetariamente a sus ejecutores, entiéndase maestros y médicos, no debe sorprendernos, cosechar delincuentes y corruptos en todas las esferas sociales.
Porque sorprenderse de que un gobernante, entregue los bienes nacionales a sus pares empresarios; o que el anterior, Danilo Medina creara el más descarado en tinglado de nepotismo jamás conocido en la administración del Estado.
Recuperar la dignidad de la función pública, es una tarea de gigantes; y las personas que lo persiguen como causa, deben sentir la satisfacción del deber cumplido y no arrepentirse ante la posibilidad de regresar a una tumba arropados por el escudo.
jpm