Por la geografía de Juan Rulfo
Caminaba por el emblemático Paseo de la Reforma o Paseo de la Emperatriz en Ciudad de México, conocida con este último nombre durante el segundo Imperio mexicano. En medio de mi recorrido llegué en un santiamén a la calle Goya y La Campana, en la barriada Mixcoac, donde se encuentra la casa solariega del abuelo de Octavio Paz, don Irineo Paz. Me detuve a contemplar aquella vetusta y bien cuidada edificación e inmediatamente me pareció ver correteando por sus jardines al niño y luego laureado poeta mexicano Octavio Paz, Premio Nobel de Literatura.
Mientras me ilusionaba frente a aquella casona en la geografía de Rulfo frecuentada por intelectuales acariciaba en mis manos un poemario salpicado de romanticismo que se balancea en la sensualidad titulado: Luna Silvestre, publicado en 1933 por Octavio Paz. Penetré a la casa donde se crió el poeta y seguidamente experimenté la dulce sensación de que allí sentado estaba el poeta encarnado Rafael Alberti leyendo el poema de Louis Aragón, La toma del poder, que inspiraba en los jóvenes de la época a comprometerse con las ideas de la izquierda, pensamiento que Octavio Paz trataba de eludir rechazando la poesía política, aunque sus ensayos terminaron con una fuerte influencia política.
No obstante, mi visita a la tierra del poeta y escritor mexicano Miguel Martínez Rendón, autor del poema La bestia de oro, no era encontrarme con Octavio Paz. Lo que motivo mi viaje a México fue el autor de Pedro Páramo y El Llano en llamas, Juan Rulfo.
Un escritor mexicano con quien conversé me había sugerido que si yo me proponía escribir sobre el inmenso Juan Rulfo debía de visitar su natal ciudad de San Gabriel, en el estado de Jalisco, conocida antes como Venustiano Carranza.
Siguiendo el consejo del escritor viajé a Jalisco, en el sur del país, y una vez en la Calzada Lázaro Cárdenas, quizás la avenida de mayor tránsito en la Perla Tapatía, me dirigí eufórico a un lugar ampliamente conocido con el nombre de Centro Bohemio, el cual es lugar de reunión de intelectuales, y desde allí se construyó la política cultural de Jalisco.
Al Centro Bohemio acudían intelectuales y artistas que ayudaron con su talento a la creación de la verdadera cultura mejicana, como José Guadalupe Zuno, Xavier Guerrero, David Alfaro Siqueiros Amado de la Cuevas, entre otros.
Es en Jalisco donde compro el libro Pedro Paramo. ¿Por qué allí y no en Ciudad de México? Bueno, porque como escritor entendía que en el lugar de nacimiento del afamado escritor es donde se encuentra enterrado el cordón umbilical de la obra por ser además este libro de Rulfo la madre de las novelas escrita en lengua hispánica, como diría Jorge Luis Borges: «Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica y aun de toda la literatura».
Leyendo recientemente un grandioso ensayo escrito por Beatriz Pereira y Carlos Fernández, el cual lleva como título: Rulfo frente a Borges, me encuentro con una coincidencia indescifrable; ambos escritores mueren en el mismo año (1986), el primero en México y el segundo en Ginebra «Las que en sus íntimas patrias me parecen la más propicias a la felicidad». «México y Ginebra —continúan explicando—, ciudades–metáforas de sus respectivas literaturas: a Rulfo hemos de considerarlo sin duda como el más universal de los escritores mejicanos; Borges, el más argentino de los escritores universales».
En Santiago de los Caballeros, República Dominicana, hubo un poeta pobre que admiraba a Juan Rulfo. Ese poeta con una fatalidad parecida a personajes del universal escritor mexicano, siempre le perseguía con gran insistencia la diosa Hela, la encargada del inframundo, enseñándole a cada paso la miseria. Y debemos aceptar que aun cuando su cosecha no estaba en el campo sino en la frondosidad de su mente preclara para hacer poesías Dionisio López Cabral no escribió cuentos porque tampoco tuvo un tío llamado Celerino, como tuvo el escritor mexicano, que le contara historias fantasiosas, como aquel cuento que escribiera Juan Rulfo: «Es que somos muy pobres».
Además, Dionisio nunca poseyó vaca ni una Serpentina que fuera su única esperanza. Por eso visité el pueblo de Llano Grande en Jalisco, el poblado al que Juan Rulfo alude en su libro «El Llano en llamas». Sin embargo, Jalisco no es El Ejido ni El Ejido es Jalisco, donde Rulfo escribió cuentos como «Dile que no me maten» y novelas cortas tan afamadas como fue «El gallo de oro».
Solo Dionisio López Cabral se atrevió a hacer poesía en El Ejido, como el poema Despojo,escrito desde su laberinto o confusión existencial, veamos: «Nosotros/los prohibidos/somos condenados/a vivir el espanto/de lo relativo». Aquí el poeta sale del marco geográfico y existencial de Santiago para tocar todos los rincones del país y cruzar cualquiera frontera.
Yo quisiera que los jóvenes escritores, incluyendo cuentistas y novelistas alcancen sus propias identidades sin tener que ser forzadas copias del maestro William Faulkner, por ejemplo.
Regreso a Ciudad de México después del paréntesis de Dionisio López Cabral a encontrarme con el intelectual que me había aconsejado visitar el pueblo de Jalisco en el que nació Rulfo. Se me acerca nuevamente y me dices: «¿Qué tal te fue en Jalisco? Supongo que te encontraste con Juan Rulfo». «No exactamente», le respondo, «pero, en cambio, algo bueno me pasó: conversé con Celerino en el Panteón de Belén, el tío que le hacía historias a su sobrino Rulfo».
«¿Cómo es eso?», me cuestiona sorprendido por mi repuesta.
«Mientras estuve en el cementerio de Belén, en Jalisco, Guadalajara, recibí el misterio de Celerino, el tío de Juan Rulfo; sentado en su mausoleo me contó historias de ficción para escribir mis cuentos. Al regreso al País de las Herejías escribiré una hermosa fábula al día de los padres y trataré de escribir en lo adelante cuentos al estilo de Juan Rulfo.
jpm