Pedro Mir y su relación con León Felipe

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EL AUTOR es escritor. Reside en Uruguay.

 

MONTEVIDEO, Uruguay. – Se cumplen 16 años de la desaparición física de Pedro Mir.  Nacido el 3 de junio del 1913. Murió en Santo Domingo el 11 de julio del 2000.  Es el poeta dominicano más grande de todos los tiempos. Una de las voces más altas de la poesía del Archipiélago de las Antillas, del Caribe y de Centroamérica.  Y uno de los grandes poetas americanos del siglo XX.   Voy a recapitular algunos de los encuentros que en los años ochenta tuve con ese poeta insigne, ocasiones en que me contó numerosos episodios de su vida.

A su regreso de un largo exilio en la patria de José Martí, Pedro Mir enfermó de tuberculosis y sus compañeros del entonces Partido Socialista Popular (posteriormente convertido en PCD por resolución de su Congreso), lo mandaron a Rusia para que recibiera tratamiento médico.

Estuvo internado en un hospital de Moscú y  me contaba de la emoción que sentía por la cordialidad de las enfermeras soviéticas atendiendo a un poeta antillano, además revolucionario. Se adornaban de un especial encanto  para suministrarle los medicamentos que indicaban los doctores y para alimentarlo con almuerzos de manzana.    Finalizaba el año 1964.

Curado de su enfermedad, de regreso a la República Dominicana transcurriendo los primeros meses del 1965 hizo una escala en París donde visitó amigos, a compañeros de su partido, y conoció a otros escritores de la región, exiliados políticos o no, que desde la ciudad luz, tal vez porque desde afuera la realidad se ve mejor, buscaban desentrañar los misterios de una Latinoamérica sumida en la vorágine, yugulada por  las dictaduras civiles y militares.

Estando en París lo sorprendió el inicio del acontecimiento histórico y social más trascendente ocurrido en la República Dominicana en el siglo XX: el estallido de la Guerra Patria del 1965, empezada el 24 de abril, y la invasión militar de los Estados Unidos refrendada por la OEA.

Ese episodio lo marcó profundamente, dejando en su obra huellas imborrables.  De ahí, entre otros, sus hermosos poemas “Ni un paso atrás» y “Si alguien quiere saber cuál es mi patria”.

Pedro Mir me relató lo importante que fue para él su primer encuentro con Juan Bosch en la Habana después que éste lo dio a conocer presentándolo en la página cultural del Listín Diario como el poeta social esperado, y de cómo en el 1947 decidió incorporarse a la expedición de revolucionarios que intentó derrocar por la vía de la lucha armada al régimen dictatorial que tenía pisoteado al pueblo dominicano.

Después de una memorable reunión literaria que tuvimos durante una de sus dos únicas visitas a San juan de la Maguana, junto a Darío de Oleo, Johnny Berigüete y al hoy senador Adriano Sánchez Roa,  me acerqué pidiéndole que me acompañara en una grabación de su celebrado poema Contracanto a  “Walt Whitman”.

Me citó a su casa en Santo Domingo. Me presenté grabadora en ristre.  Charlamos largamente, yo también emocionado por la atención que me concedía a mí, que no era nadie importante en el mundo de la poesía ni de la literatura.  Escuchando su verbo de esteta, ilustrado y encantador,  recibí de sus manos un texto escrito exclusivamente para mí. Mismo que accedió grabarlo en un casete en su propia voz: Un relato sobre cómo, cuándo, dónde y por qué escribió el poema “Contracanto a Walt Withman”.

Este poema lo escribió al inicio de los años cincuenta en Guatemala donde se fue a vivir desde Cuba tras el fracaso del movimiento armado de Cayo Confites.

Guatemala era en ese momento el destino preferido de los intelectuales y de los líderes políticos de izquierda porque allí se había roto la cadena de dictaduras que oprimían a los pueblos y se había instalado un gobierno genuinamente democrático, presidido por Jacobo Arbenz.

El origen del contracanto fue el producto de un encuentro que Pedro Mir tuvo “…con el poema que el gran poeta español León Felipe puso como frontispicio a su traducción del “Canto a mí mismo”, del poeta norteamericano.  En aquel poema León Felipe exaltaba a un Whitman “el heroico”, en perjuicio de Whitman el demócrata.

Me confesó, alargando cada frase con el tono enfático que caracterizaba su deliciosa manera de hablar, que se sintió herido porque hacía muchos años que practica el culto del poeta barbudo, a quien consideraba el gran cantor de la democracia incipiente, del hombre libre, de la dignidad, del decoro de la criatura humana y de las virtudes del pueblo norteamericano. No como atributo de una nación determinada, sino como parte de la humanidad entera, de igual a igual con todos los pueblos del planeta (Sic).

Whitman era para mí el paladín de una nación destinada a una grandeza que hacía más fuerte la debilidad de los pueblos pequeños (Sic).

“Cuando el poeta español exaltó el aspecto épico de la poesía del poeta norteamericano, calificándolo de “heroico”, yo tuve la desgraciada visión del héroe vinculado a la guerra, y rechacé la imagen de un Whitman guerrerista o guerrero.  Aquellos eran los días de la guerra en Corea y no me simpatizaba en absoluto la visión de un Whitman puro y noble enfrascado en aquella aventura asiática.”(P.M.)

Entonces brotó el poema “Contracanto a Walt Whitman”, no a favor sino en contra de León Felipe y en contra del guerrerismo, asumiendo el poeta dominicano que el español fuera partidario de las guerras, o que le atribuía al norteamericano esa vocación.

De Guatemala el poeta dominicano viajó a México con su poema, todavía inédito, bajo el brazo. Grande fue su sorpresa al encontrarse con León Felipe en el exilio mexicano. Compartió con él tertulias literarias en el Café París donde también fueron asiduos Pablo Neruda, Frida Calo y Ali Chumacero.  Empezaron lo que terminaría en una gran amistad y admiración mutua. Descubrió que el poeta español no era un guerrerista, ni quiso dar ese significado al poema puesto en el frontispicio de su traducción de “Canto a mí mismo”;  por el contrario: Felipe era el presidente de la Organización Mundial de los Partidarios de la Paz.

Pedro Mir, con la sencillez que caracteriza a los hombres de su decoro, reconoció que se había equivocado al interpretar el poema de León Felipe. Se sintió  avergonzado al conocer a quien define como un hombre de figura gallarda que parecía un arcángel color de rosa, barbudo y generoso con él quien era solamente un “un modesto hijo del Caribe, precisamente antillano”.

Avergonzado, le retiró la dedicatoria al poema y aceptó publicarlo en México con las modificaciones que le pidieron los editores, la versión que hoy conocemos.

Me consta que le hizo este relato a muchos de sus amigos, inclusive lo reveló a la periodista venezolana Cormoto Galvis. Pero tuvo conmigo la distinción de  escribirlo en su antigua maquinilla, y además concederme una grabación en casete que llevo en mis viajes como un patrimonio más apreciado que el oro.

Pedro Mir es un gigante. A pesar de la muerte física no ha desaparecido del mundo social ni material. Solamente se fue de viaje a cumplir con un proceso vital y sigue siendo uno de los grandes versificadores de la lírica castellana.

En la monumental obra “Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana”, Engels enseña una cuestión tan antigua como la evolución de las especies: nada desaparece; todo nace, crece, se desarrolla, envejece, muere y se transforma.  Nuestro poeta hace honor a esos principios. Se transformó y sigue aquí con otras formas.  La proyección de su enorme obra sintetizada, además, en “Hay un País en el mundo”, “Apertura a la estética”, “La noción de periodo en la historia dominicana”, “El gran Incendio”, “Las Raíces Dominicanas de la doctrina Monroe”,  “Amén de Mariposas”, “Tres leyendas de colores”, entre otras, lo sitúa en el lugar de uno de los mejores estetas, historiadores y poetas del siglo XX.

Su pensamiento no se puede ver en una sola dimensión, sino como la totalidad de un creador que desarrolló una obra socialmente influyente. Que fue apreciado por la calidad y profundidad de lo que escribió. Y por el verismo de su de ficción, cuando tocó el tema. Al decir verismo no hago alusión al movimiento estético surgido en Italia a finales del siglo XlX, ni a ninguna otra tendencia; simplemente hablo del realismo social contenido en obras monumentales como el “Contracanto a Walt Withman” o “El huracán Neruda”.

jpm

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