La valoración del voto
A pesar de la vasta experiencia nacional en materia eleccionaria, todavía los dominicanos no saben apreciar a cabalidad el valor del voto.
Elecciones tras elecciones, buena parte del electorado lo hace por aquel considerado como el «menos malo». Una vez eliminadas así las más malas opciones, el país se queda de todas formas con una mala. Y mala al fin, en la práctica resulta tan mala como la más mala de las descartadas por malas. Este juego de palabras nos demuestra cuán errático es ese proceder, basado en la falsa presunción de que la más mala de las actitudes es quedarse en casa el día de las votaciones.
Propiciar el sufragio por cualquier opción bajo el predicamento de que el simple hecho de votar fortalece las instituciones, no le hace bien a la democracia ni mejora la vida política del país.
En determinadas circunstancias la abstención es un voto pleno de conciencia. Y los electores tienen el derecho de abstenerse si las propuestas electorales no llenan sus aspiraciones ni satisfacen sus demandas ciudadanas.
Entiendo que, en el pasado, cuando la práctica electoral se imponía como el más idóneo de los métodos para elegir gobiernos, los ciudadanos acudieran a las urnas sin importar la calidad de las propuestas de los candidatos.
Pero luego de cinco décadas continuas de ejercicio democrático electoral, con un inventario de más de veinte procesos comiciales, los electores deben aprender la importancia de saber escoger y darle el valor que realmente tiene ese acto cívico.
Dada la escasa trascendencia que un elevado porcentaje de la matrícula electoral le confiere a la calidad del voto, los partidos no se esfuerzan por nominar a los mejores ciudadanos y así, cada cierto tiempo, por el sólo hecho de votar, ponemos en la cima del poder político, en sus distintas instancias, a personas sin ningún compromiso con el futuro del país ni de sus instituciones.
Votar no es una obligación ciudadana.
La Constitución habla del voto como un derecho. Y los ciudadanos están en el deber de ejercer sus derechos con sentido de responsabilidad. Esa ha sido la clave del fortalecimiento de la democracia y de los derechos ciudadanos en países que han salido de la oscuridad derivada de la falta de transparencia, no sólo en la conducta de los gobiernos, sino en el proceder de los individuos. De manera que votar por hacerlo no le hace ningún servicio a la democracia.
A falta de esa modalidad, la abstención sería una forma de protesta. El derecho al voto implica el derecho a la abstención. Sucede como en las demás libertades. El derecho de asociación conlleva el derecho a no asociarse. En una sociedad libre nadie puede ser obligado a pertenecer a un partido o a un sindicato, tampoco puede ser forzado a votar por candidatos en los que no confía.
El jurista Eduardo Jorge Prats resaltó hace años en un artículo en el matutino Hoy, la importancia del voto de rechazo, o “por ninguno”, para evitar abstenciones masivas en futuros procesos electorales. Y para hacerlo posible propuso que se establezca la obligatoriedad del voto, concediendo a los ciudadanos “la posibilidad de expresar su rechazo a las diferentes candidaturas mediante un voto en blanco o un voto por ninguno”.
El modelo electoral dominicano despoja a los ciudadanos del derecho al repudio de aquellas opciones con las que no están de acuerdo. Es un vicio arrastrado desde el despegue mismo de la democracia, tras la caída de la tiranía. La propuesta de Jorge Prats merece ser considerada.
JPM

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El estorbo mayor es la JCE y la ley de Partidos. Obliga a votar por los candidatos de los partidos y como es sabido, la mayoría son “los menos malos” pero siguen siendo corruptos.
Que abran