Esteban Pedraza

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

 

Dando sobresaltos de miedo por los truenos y relámpagos que hacían estremecer su humilde casita techada de hojas de zinc viejo y tablas de palma. Esteban Pedraza, el viejo supuestamente imbécil que vive en la hondonada de los buitres, en la Isla de las Herejías. Una tarde lluviosa, se me presenta asustado, con sus puños cerrados colocados sobre su boca, temblando de frío, crujiendo sus dientes y con ojos de orate. Me cuenta que tuvo un momento aterrador.

Era un día trece. En la baraja de tarot ese día corresponde al arcano mayor, llamado también la guadaña. Esteban, en medio de aquella alucinación, se veía asimismo montando un tren y en la Curva de los Diablos siente la espantosa sensación que el ferrocarril se descarrila y cae estrepitosamente sobre montañas de mentiras, de miserias humanas y de blasfemias articuladas por hombres sombríos de conducta y rapaces, como si fuesen buitres caídos sobre la Isla de las Herejías.

Antes de llegar a la Curva de los Diablos, exactamente en la subida de Petra Mencía, éste nota algo raro en la marcha del tren que le mueve a preocupación. El tren se ha detenido y desde afuera oye la voz de uno de los mecánicos del ferrocarril, que después de haber bajado del aparato, vocifera: «¡Conductor, conductor, una de las ruedas se flojó. Tenemos que llegar pronto a la próxima estación antes que oscurezca! —grita, colocándose sus dos manos abiertas en los lados de la boca para que su voz llegue lejos y pueda ser oída—.

Esteban vuelve y se sienta intranquilo en su asiento, no obstante absorto, ya que este asunto de la rueda floja lo atemoriza. Es la primera vez que monta en tren. La máquina, como le dicen los lugareños al ferrocarril, luego continúa su marcha deslizándose montañas abajo y haciendo sonar el pito tres veces cada vez que se aproxima a una curva, en señal de advertencia.

Esteban percibe que el ferrocarril va demasiado rápido, a pesar de tener una rueda floja, pero al parecer lo que le preocupa no es solamente el asunto de la rueda, es, en cambio, que la máquina está llegando al Túnel de los Muertos. Recuerda en ese instante que su esposa, Petra del Pilar, le había advertido, antes de salir de la casa, que cuando entrara a la boca del Túnel de los Muertos cerrara sus ojos, ya que, según ella, había oído contar a su abuela que si lo dejabas abiertos iba a ver esqueletos humanos vestidos de negro abordando el aparato en medio de la oscuridad del túnel.

El miedo sigue abatiendo a Esteban —sigue contando—, lo que le hace bajar su cabeza, inclinando su torso. El tren sigue su marcha rauda y él piensa que no debe esconder su cabeza como el avestruz, debe de llegar antes del crepúsculo a la próxima estación.

El miedo no cesa. En ese instante oye una voz atemorizada que grita: «¡conductor, conductor baje la velocidad que nos vamos a descarrillar! ¡No baje la velocidad que nos aproximamos a la Curva de los Diablos!».

El día y la hora que Esteban hizo el transfer en la estación Los Pinos se pregunta: «¿Será verdad que esta isla ha cambiado tanto y de una máquina vieja voy en una nueva llena de frío? ¿Cuánto le costaría este tren moderno a la isla?» Entonces él alcanza a ver el edificio del Banco Central y se pregunta «¿Cuánto costarán los que están adentro?»

Y pasa luego por el Congreso. El tren se ha detenido cerca y Pedraza vuelve a preguntarse: «¿Para qué sirven esos señores?» Y se responde: «Para bailar, chatear, cobrar, darnos vuelta en los globos de la lotería, auto llamarse honorables, emborracharse, insultar a sus queridas o amantes, vestirse de nacionalistas y burlarse de todos». Esteban Pedraza pensó que si el jefe de la policía de la isla gana un millón de pesos diarios ¿cuánto costaran los señores del Senado?

Pedraza recordó a la profesora de primaria, a pesar que llegó al tercer grado, nunca ha tenido la oportunidad de ir a otra escuela. El grado de la vieja escuela le permite tomar y leer un ejemplar del periódico El País abandonado en una estación del Metro. Le extraña el apellido Del Tiempo [en letras grandes] y cuando lee una noticia de Marbella ingenuamente dice: «¡El mar siempre ha sido una cosa bella!».

Esteban Pedraza, el viejo infundadamente imbécil de la Hondonada de los Buitres, el de la Isla de las Herejías, cuenta que el pánico le hizo saltar de la cama aterrado.

                                                       

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