Ese es otro fuego
Tempranito en la mañana una mujer muy pobre sale a trabajar. Deja a sus dos hijos solos porque no tiene quién los cuide. Es eso o que pasen hambre ese y otros días.
En plena faena de secar cacao ajeno, le dan la terrible noticia de que ya no tiene hijos. Murieron quemados por el mismo fuego que destruyó la paupérrima vivienda en la que vivían en Hato Mayor.
Su dolor no queda de ese tamaño. Ella y la abuela de las criaturas fueron llevadas detenidas al destacamento de la Policía.
Es claro que su responsabilidad es velar por el bienestar de sus vástagos y es obvio que esa protección implica sobre todo, darles de comer.
Más que de la irresponsabilidad maternal, los niños cuyos cuerpos quedaron irreconocibles, son víctimas de un sistema excluyente, inequitativo.
Esta es una justicia presta a juzgar con tanta ligereza, sobre todo a los más vulnerables. Sin adentrarse en las entrañas mismas de un problema de la que una forma u otra todos somos cómplices. Unos por beneficiarnos, otros por callarnos o ambas cosas.
Ese es un fuego más devastador. Destruye cuerpos y voluntades y bloquea conciencias. Pero nadie nota o todos hacemos creer que no notamos sus estragos en una sociedad cada vez más endeble.
¿Qué madre en su sano juicio quiere que sus hijos mueran de esa forma tan atroz? Ni siquiera las que los dejan solos para ir a disfrutar en las noches.
Menos que menos las que obligadas por la miseria no tienen otra opción que dejarles para ir a trabajar y evitar así verles morir de inanición.
En estos casos, la justicia debe recordar que la indulgencia también es aplicable, para que no ocurra con esta pobre mujer lo mismo que con la muchacha de Los Alcarrizos cuya hija murió en su cama.
Y sin ni más ni más ni siquiera la dejaron enterrarla, porque el padre de la niña acusó a la madre de matarla y en lo que conocían la coerción, el ministerio Público la enterró viva en una celda.
JPM