El mundo brilla pero es absurdo

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EL AUTOR es abogado. Reside en Santiago de los Caballeros.

«Todas las familias felices se asemejan, pero las desgraciadas lo son de distinta manera».

León Tolstoi

 

Los conflictos de la familia, la carencia de sensibilidad y de sentido de humanidad, la ausencia de misericordia o de bondad, la desaparición de la consideración, la vida armoniosa, la confraternidad, la fidelidad y el amor por los demás parecen haberse apagado en los corazones de la gente.

 

Los hechos inmorales, la concupiscencia de la carne, el deseo apasionado de algo que contraviene las más elementales leyes del ansia o la lujuria desenfrenada, la homosexualidad, el lesbianismo y la promiscuidad sexual ya no pueden ser escondidas en los closets o roperos de ninguna sociedad de la postmodernidad, ni en las grandes capillas de las iglesias, ni en los confesionarios sacramentales, ni debajo de los tapices de finos bordados de los castillos de reyes y príncipes, ni incluso en los hogares del proletariado, ni en los resquicios de las mansiones resplandecientes del capitalismo urbano o rural.

 

El mundo que vemos brillar ante nuestros ojos es hoy día un universo alucinante, absurdo y enmarañado. Los símbolos anteriormente admirados han perdido su dignidad ante lo sagrado y el respeto por la vida sacerdotal languidece apremiado por la flaqueza o el pecado de la indumentaria eclesiástica. Pero debo decir que en las catedrales todavía hay confianza y dignidades que obran fuera de las paradojas morales de la postmodernidad cumpliendo así con los cánones éticos que proclama la Iglesia.

 

De igual manera las sociedades tenidas como avizoras o guardianas celosas contra las impurezas del hombre que mancha con sus acciones su casticidad se ha vuelto corrompida hasta el grado que la generosidad y la nobleza que tanta admiración causaba han sucumbido ante el peso de la desconfianza y la sospecha. Nada ni nadie escapa hoy del recelo. Al parecer la vida en confianza ha sido soltada de sus amarras y recuperarla de nuevo se nos hace tarde porque se escurrió durante el crepúsculo.

 

Por eso la noticia de que un niño o niñas ha sido sexualmente violados por su propio padre, por un pariente cercano, por un pastor evangélico o un sacerdote católico con el consentimiento tácito o no de sus padres en la postmodernidad es un germen que ha penetrado la vida ordinaria de cualquier familia. Ciertamente todavía el hecho produce angustia y conmociona el espíritu susceptible de la ciudadanía.

 

Esta vez ha sido el joven Fernely Carrión, de 16 años de edad, hasta que aparezca la próxima víctima. En este hecho lamentable hay presuntamente un culpable. No obstante, debemos preguntarnos si también habría otros responsables por indolencia y hasta por connivencia irreflexiba. Creo que los padres biológicos no estarían exentos de sanción por paternidad irresponsable y por haber dejado de ejercer su función de salvaguarda y de protección de la familia y por esto pasan a ser también sujetos de deberes frente a la sociedad.

 

Al mismo tiempo el Estado en justicia debe repartir el peso de la ley entre el imputado y los padres del joven Carrión que renunciaron a su papel moral y material de vigilancia y amparo en todo momento de su hijo. No hay excusa que pueda disculpar ni al sacerdote violador ni a los padres consentidores. Este hecho debe servir para enviarle un mensaje aleccionador desde la ley a la familia, puesto a que es la familia como núcleo social que está en crisis y con ella instituciones como la iglesia, el Estado y la sociedad en su conjunto.

 

Nos preguntamos: ¿Cómo es posible que nadie en la familia del joven asesinado no se diera cuenta que el joven tuviera progresos y manejara dinero que no venía de un salario?

 

El cura Ervin Taveras Duran, quien oficiaba misas en la parroquia Santa Cecilia en Villa Mella, podría catalogarse de una persona que padece graves trastornos en su conducta sexual, no por ello no  debe recibir el castigo que merece el haber cometido un asesinato, como se percibe, premeditado, con acechanza y alevosía, por motivo de celos o  por cuestiones pasionales. Pero ese tipo de castigo lo debe ejercer la Justicia después que el caso haya sido estudiado y comprobado que fue el cura y no otra persona quien cometió un  hecho tan horrible y moralmente  repugnante.

 

Ciertamente los enfermos y violadores sexuales (hombre o mujer) se deslizan y atraviesan el débil revestimiento que cubre la mente de la juventud ingenua por medio de regalos u obsequios; el lenguaje también resulta ser ingenioso, aprovechan circunstancias de flaquezas y algunas veces se colocan ellos mismos en situación de víctima de la sociedad para lograr su objetivo o para conquistar la confianza de su próximo personaje predilecto.

 

Los padres o familiares del escogido por el abusador muchas veces  cooperan, consciente o inconscientemente, con el violador (pariente, amigo, vecino, sacerdote o pastor evangélico) pensando que no le va a pasar nada a su hijo hasta que se produce el suceso inesperado.

 

Este artículo tiene como encargo a que las familias miren más allá de supuestas bondades o de confianzas excesivas cuando se trate de sus hijos, porque detrás de aceptadas benevolencias podría esconderse la perversidad o la degradación que invade la sociedad.

jpm

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