El inconsciente histórico

imagen
El autor es economista. Reside en Santo Domingo.

Nuestro centro de decisiones es la razón (con base material en el cerebro). Con distinta solvencia y talento, aquí es que decidimos si hacia arriba o hacia abajo. Si seguimos o paramos. O nos devolvemos. Si conviene o no, si vale la pena o no sirve para nada. Tomamos decisiones con información siempre incompleta (otra cosa no es humano), siempre sesgada (por lo mismo). Con niveles de atención circunstanciales. A veces sin ninguna experiencia, las más de las veces sin ayuda, sin consejería. Pero es inevitable. A veces atentos, enfocados, concentrados. Pero más veces distraídos, dispersos, agotados. Afortunadamente no todas las decisiones tienen la misma importancia y trascendencia. A veces se trata de simplemente de qué tomar, si café o té. En otras nos jugamos literalmente la vida. Hay muchas, muchísimas en el medio, que no son de vida o muerte, pero tampoco irrelevantes.

Aquella es la razón, pero aquí están la emoción y los sentimientos. Tantas veces que tenemos una intuición. Una corazonada. Una sospecha que no podemos demostrar. Pero que está ahí a la vista de todos y nadie se da cuenta. Un sentimiento que tampoco podemos explicar. De afinidad o de repulsa. O de desconfianza: una sonrisa demasiado fingida. Unas maneras demasiado calculadas. Lo mejor es que todo ocurre a la par, simultáneamente: no hay pensamiento sin emociones, y a la inversa. De hecho, nos esforzamos en desarrollar la razón: ejercitar la capacidad deductiva, ampliar el espectro a tener en cuenta (la vida es un ajedrez gigantesco). Aumentar la cantidad de información a la mano, disponible. Y al final de lo que se trata es de un sentimiento: la vanidad de sentirse inteligente. Informado, cultivado. Leído. Y de aquí reconocido, admirado, comentado. Para así sentirse aceptado. Y sentirse bien. Puede buscarse igualmente del lado de acumular riquezas o poder discrecional. La vanidad de poder darse y proporcionar comodidad, seguridad o placer sensual. Para sentirse bien. Curioso que la razón –que tanto se precia de suficiente- no pueda deslindarse nunca del sentimiento, particularmente del sentimiento de bienestar.

Todo esto anterior en el plano de la vigilia y la atención. Del medio día, de la razón despierta. Porque está el mundo paralelo del inconsciente, de las emociones, sensaciones y sentimientos (los pensamientos son difíciles de almacenar) vividos en el pasado y que rondan como almas en pena que no se dejan ver. Sentimientos de alegría desbordante (siempre cercanos al cuerpo de la madre), o del miedo más embargante. De hambre, precariedad, humillación. De dolor físico y de muerte. Que provoca de repente, sin aviso, salido de la nada, un pánico inexplicable y agónico. El pasado irracional por debajo gobernando la vida emocional (y racional) superficial.

Este inconsciente nos susurra a cada paso –secreta, silenciosamente. Involuntariamente: inconscientemente– quienes somos. Cada mañana vemos una cara al espejo. La misma y diferente. Yo. Y no yo, porque tengo discrepancias con lo que ahora veo. A lo mejor se ve muy abatido, o no esconde bien por dónde anda y cómo se siente. Pero es un extraño conocido. Lo mismo que la habitación, las gentes, la calle. No hay que reconocerlos todos los días. Están ahí, siempre lo han estado. Y habla uno, y piensa. Y las cosas no flotan en el aire sino que caen hacia el suelo. Y se lleva uno el pan a la boca. Y funciona todo en automático, no hay que repensar ni redescubrir nada. Hablamos el mismo idioma. Y se da la mano. Todo de la manera más natural. Se nubla y pienso en el paraguas. Son las siete y me apuro para evitar el tapón. Sin que nada de esto pase por la línea de la reflexión ordenada: instinto, actitud.

Así como lo vengo relatando hay un inconsciente histórico. Un sentimiento de lo que somos, fundamentado en los eventos nacionales del pasado en distintos plazos. Su principal característica es que se trata de un sentimiento compartido. Similar entre distintos individuos puesto que entre dos sujetos diferentes no puede haber nada igual. Lo que lo hace todavía más significativo y poderoso.

El elemento central en el inconsciente histórico del dominicano es exactamente que no es haitiano. La República Dominicana nació como resistencia, oposición, negación del haitiano. Como separación de lo distinto. Me imagino que hoy los “progresistas”, con sus categorizaciones pretendidamente universalistas y humanistas (a la vez que pretensiosas y carentes de significado funcional) dirá que esto fue algo racista. O xenófobo, o cualquier cosa de esas que se inventan y difunden para cobrar su consultoría. Sin embargo, toda independencia sin excepción es un hecho negativo que afirma: no soy británico porque soy norteamericano, no soy español porque soy mexicano, etc.

En el caso de la República Dominicana la diferencia es mucho más patente puesto que se trata de dos naciones y países con raíces étnicas y culturales muy, pero muy distintas. Es decir, la distancia cultural entre un español y un mexicano en 1810 era muchísimo menor que la de un dominicano y un haitiano treinta años después. Por cuestión de espacio, nos referiremos únicamente a tres aspectos:

a) Raza. Los haitianos son negros, los dominicanos somos mulatos. El elemento más pernicioso del inconsciente haitiano es la identificación del hombre blanco con el esclavista, y ambos con el patrón capitalista. Esto lo hace inconscientemente averso a la organización productiva capitalista. Lo más irónico de la geopolítica reciente es que los negros de un lado –los haitianos- y los blancos –norteamericanos, canadienses y franceses- se han juntado para acusar a los dominicanos –mulatos, como he dicho antes- de ¡racistas! Cuando la República Dominicana debe ser el país más mezclado, racialmente, del mundo.

b) Religión. Los dominicanos somos católicos en la más tradicional y conservadora acepción del término. Creemos en un solo Dios, encarnado en su único hijo, Jesús el Cristo. Ese Dios manda a la observación de diez mandamientos, de donde resulta la moral cristiana. Los haitianos practican el vudú, un rito sincrético y tribal sin ninguna expresión específica sobre la moral social.

c) Economía. Los dominicanos practican una economía capitalista en un país relativamente pobre y subdesarrollado. Una economía en los términos convencionales de occidente. Es decir, hay un mercado bastante libre, se trata de una economía monetaria, abierta internacionalmente. Existe libre contratación y ocupación, la riqueza material toma todas las formas posibles, etc. Los haitianos en doscientos años destruyeron su economía de plantación y concluyeron en un Estado fallido. Su actitud en lo que toca a la economía es el nomadismo: tomar de la naturaleza los bienes no mercantiles para simplemente sobrevivir.

Las diferencias son, pues, patentes e insalvables. No se trata de simples prejuicios raciales, como quieren hacer creer los fusionistas a sueldo. De hecho, la pretensión de poner a cohabitar a dos pueblos con actitudes tan opuestas en aspectos tan fundamentales y cotidianos de la vida social sólo promete graves conflictos.

Uno de los flancos que ha ocupado el proceso fusionista (un proceso muy bien financiado, por razones comprensibles) ha sido justamente el inconsciente del dominicano. Quieren convencerlo de que no acepta al haitiano porque es racista. Lo que no es cierto por lo que hemos dicho antes: los dominicanos somos la raza más mezclada del mundo. Quieren convencer al dominicano de que el haitiano es un hermano, o un amigo. Lo que tampoco es cierto. Primero, por lo que dijimos atrás, el dominicano es históricamente la negación del haitiano. La guerra de Independencia de los dominicanos se libró contra los haitianos, no contra los mexicanos o contra los argentinos. Por lo que existen y existirán por siempre rencores históricos. De hecho, hay intelectuales fusionistas que quieren localizar el inicio de la historia insular durante la ocupación haitiana. De manera que la consigna de una isla única e indivisible se trate de una recuperación de territorio, no de una invasión como es en realidad. Segundo, porque siendo nomadistas, los haitianos localizan miméticamente su sobrevivencia del otro lado de la frontera donde la economía dominicana parece ofrecerles su sobrevivencia como si fuera una gracia de la naturaleza.

El intento más reciente y perverso de cambiar el inconsciente histórico del dominicano ha sido el de cambiar la historia. Diluir las diferencias culturales que hemos enunciado antes y ponerlas como pequeños roces entre hermanos. Negar los horrores de la Ocupación, desdibujar las campañas de la Independencia, disminuir la estatura de nuestros héroes. Todo va junto pues el propósito es claro: la integración social. Sin embargo, para terminar debo decir que en su propósito macabro no es que la tienen fácil. Las diferencias no son de piel, como quieren dar a entender. Son de espíritu. Y eso no se resuelve obligándonos a dormir juntos.

of-am

Compártelo en tus redes:
ALMOMENTO.NET publica los artículos de opinión sin hacerles correcciones de redacción. Se reserva el derecho de rechazar los que estén mal redactados, con errores de sintaxis o faltas ortográficas.
0 0 votos
Article Rating
Suscribir
Notificar a
guest
0 Comments
Comentarios en linea
Ver todos los comentarios