Debemos ser optimistas y pacientes

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El autor es médico neurólogo. Reside en Santo Domingo

Sin lugar a dudas, este es el más bello tiempo del año. Las navidades son para todos un período de fiestas, de alegrías, de alborozo espiritual, de religiosidad. Pero, hoy tenemos un pero: la pandemia de un logogrifo virus que ha arrodillado a la humanidad.

Mi gran temor como médico y ciudadano con cierto dolor social, es que en razón de las festividades propias de la época, haya un desenfreno social y arremeta el casi invisible enemigo y se desborden los casos de infección por el temido virus.

Se ha estado usando el término «fatiga social» y se ha determinado que las personas cuando tienen que cambiar de hábitos por motivos de salud o algunos a los que, por ejemplo, se les obliga a un confinamiento, recaen en tristeza, irritabilidad y apatía en un plazo de unos seis meses.

La fatiga social es una especie de frustración y rebeldía del cerebro ante las medidas y acciones que nos han transformado la vida: la higiene, la mascarilla, el distanciamiento, el alcohol, los desinfectantes, el ducharse, cambiar la ropa, quedarse en casa, la no socialización familiar y afectiva, evitar los grupos y las aglomeraciones, etc., principalmente esta errática conducta se da en los más jóvenes.

La mayoría de las personas contaminadas, no pueden decir con exactitud cómo les ocurrió, lo que nos da una idea de lo silente y sigiloso que es este enemigo de la humanidad. Bien se sabe que aumentan los contagios cuando se trata de restablecer una vida normal. Ya lo vimos en Europa, Estados Unidos, en Brasil, etc., con el aumento intenso y alarmante de los casos en los últimos meses según la OMS.

Pero debemos ser optimistas, el mundo hoy vive asediado por las incertidumbres y las preocupaciones por la salud, las alteraciones económicas, la lejana visión del futuro, que conllevan reacciones imprevistas, estamos acorralados por las ofuscaciones y aguijoneado por las tensiones que repercuten en el comportamiento y nos tornan cada vez más débiles moral y emocionalmente hablando.

Mientras más expuesta está la persona a esos efectos perturbadores, los nervios más se deterioran; físicamente desmejoran y el ánimo se doblega, hay dolor, tristeza y desesperanza. La fecha de la Navidad es grata, es tiempo de amor, de espiritualizar y de socializar, pero hoy las condiciones para todo esto no son las mejores, así que debemos mantener las medidas recomendadas, aún sea a costa de hacer en este tiempo, los encuentros y video-cenas, por Zoom o tomando las precauciones de lugar.

Debemos ser pacientes, la paciencia no es similar a la resignación. Esta es una entrega sin esperanzas, es el acto del vencido; mientras que la paciencia es un rasgo de inteligencia humana, que nos permite actuar sin agitación, con pausa, gobernando nuestros hábitos.

Ella, la paciencia nos da la capacidad y la alegría de ver con los ojos dela conciencia en medio de las tormentas y las pandemias; mientras otros se ofuscan enceguecidos por la impaciencia. La paciencia, siempre ha sido un factor fundamental para la realización delas grandes hazañas.

Cualquier signo de impaciencia nos desvía, nos derrumba y se convierte en fuerza impulsora de acciones prematuras como lo es la fatiga social. Tengamos paciencia, pues todo es temporal y esta pandemia llegará a su fin. Bien sabemos que la paciencia es el ingrediente más fuerte de la perseverancia.

Esto pasará, no actuemos con torpeza, con ligerezas, seamos prudentes. Que los impulsivos jóvenes se moderen, para así evitar más muertes y calamidades de las que nos tengamos mañana que arrepentir.

Me despido de mis amables lectores, con algo que leí no sé dónde: «Que esta pandemia no nos envejezca, pues la vejez se inicia, cuando nos levantamos sin metas y nos acostamos sin esperanzas. No nos desesperemos para todos poder desearnos, dentro de esta realidad, aun sea virtual: ¡Felices Pascuas!

joseasilieruiz@gmail.com

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