¡Con el padrón abierto!

Para establecer mi punto de vista sobre por qué las primarias para elegir a los candidatos de cada partido debe hacerse abierta y de forma simultánea, el mismo día, no quisiera entrar en los tecnicismos propios de los debates que se esgrimen en el congreso y otros escenarios, respecto al proyecto de Ley de Partidos. Simplemente, quiero limitarme a exponer de forma llana y precisa, lo siguiente:

Actualmente, en el congreso de la república se estudian dos posibilidades de elección interna, de las que los congresistas deberán elegir una para que sea aplicada por los partidos en sus procesos de selección de los candidatos a la presidencia de la república; senador de la república; diputado; síndico y regidor; lo cual tendría que implementarse de conformidad a lo que finalmente disponga la Ley.

En ese sentido, de las dos fórmulas que están sobre la mesa del debate, la primera, es la relativa a las primarias cerradas, donde solamente los militantes inscritos en cada partido político tendrán derecho –como sucede actualmente– a decidir quién se presentará ante el universo de la población votante en las elecciones nacionales.

Y, la segunda, relativa a las primarias abiertas, que permitiría a la ciudadanía en general, decidir sobre quién o quiénes deberán ser los candidatos que postulará cada partido, y que posteriormente, los representará en la disputa por el favor del pueblo en unas elecciones generales.

Pero, por qué digo que quiero analizar el tema fuera de los tecnicismos, porque si partimos de lo que establece la Constitución del año 2015, en su artículo 216, que señala acerca de los partidos políticos, lo siguiente: “Su conformación y funcionamiento, deberá sustentarse en el respeto a la democracia interna y a la transparencia…” –fundamentos que no se aplican en las organizaciones políticas–, entonces, no deberíamos estar discutiendo sobre la posibilidad de celebrar primaria abierta, por lo dispuesto en la cita.

Por consiguiente, amparados en este principio constitucional, muchos han querido descalificar lo que pudiera ser un ejercicio de verdadera democracia, donde la libre elección no estaría secuestrada dentro de las paredes de la mal llamada “democracia interna” de los partidos, cuya libertad de selección para sus miembros es una falacia, debido a que solo disponen de los cargos y candidaturas, las cúpulas que dirigen al partido y a los procesos en sí, violentando incluso lo que establece la propia constitución.

Lamentablemente, el tecnicismo ha querido presentar la especie de que la legitimidad se desprende de las decisiones políticas adoptadas a lo interno de las organizaciones partidistas, a lo que han querido llamarle “democracia interna”, un concepto que no se aplica en ninguno de los partidos políticos de nuestro frágil sistema, ya que dentro de los mismos se vive violentando la voluntad de las mayorías, muchas veces con argumentos que carecen de la más mínima justificación.

Por esa razón, si se abre la posibilidad de que la sociedad pueda decidir sobre quienes deben ser sus representantes, la propia clase política tendría la oportunidad de resarcirse a sí misma, en tiempos en los que la sociedad demanda mayor transparencia y menor contaminación de los procesos que rigen la vida interna de las instituciones partidistas.

Si le otorgamos el derecho de elegir al ciudadano, partiendo de la valoración primaria que se tiene de cada dirigente político en una determinada comunidad, estaríamos abriéndoles las puertas a aquellos que durante décadas han utilizado la política como un verdadero instrumento de cambio social.

Si posibilitamos el voto abierto, haríamos más dinámicas las campanas internas, y eso es porque despertaríamos el factor motivacional de una parte importante de los ciudadanos que actualmente no creen en el sistema imperante, debido a que el dinero mal habido y la imposición de candidaturas, son las normas que rigen a las organizaciones políticas, al tiempo que se perjudica a aquellos aspirantes a cargos electivos cuyo único activo político es un servicio permanente y constante en favor de su comunidad.

Si se promovieran primarias abiertas, las organizaciones tendrían una forma confiable de legitimar a su liderazgo interno, permitiendo a los ciudadanos sustituir a quienes les den la espalda a su militancia y al pueblo, produciéndose así una alternabilidad automática en donde solo mantendrían su liderazgo quienes se mantuvieran plegados a las aspiraciones de la sociedad.

Con primarias abiertas, la compra de conciencia sería más difícil para aquellos que durante su desarrollo político han utilizado esta metodología para escalar posiciones y puestos, ya que el universo decisivo en una votación externa, sería casi imposible de sobornar con acciones que pudieran cambiar los resultados del día de la votación; escenario más sencillo de construir con un sistema de votación cerrado.

Por otra parte, el tecnicismo ha planteado que con primarias abiertas crearíamos el espacio para que desde otros partidos se elija al candidato que a ellos les interese, no al que el partido le convenga. Y, yo me pregunto:

¿No es acaso, lo que ocurre actualmente? Claro que sí…

Sin embargo, en el caso de ser abierta y simultánea, organizada el mismo día por la JCE, dudo mucho que las organizaciones políticas se tomen el riesgo de quedar evidenciados ante la sociedad, al no lograr computar niveles de votación que arrojen una posibilidad de competir en los procesos siguientes a la elección de candidatos, debido a que enviaron a sus militantes a votar en otros partidos. Algo que de por sí, resulta descabellado y suicida.

Las primarias abiertas, serian una expresión de avance político que inclinaría la balanza a favor de la voluntad externa, que siempre será mayor que la interna, dado que la población bonapartista es mayor que la partidista. Por lo tanto, su aplicación sería un ejercicio de mayor democracia en la administración y aplicación de los procesos internos de cada organización política, lo que vendría a fortalecer el sistema de partidos en el país y el liderazgo interno de los partidos.

JPM

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