Acabo de soñar el canto del barrancolí
El barrancoli ha dejado de cantar. Mi sueño fue en Altamira y vi un niño haciéndose un selfie con la inolvidable avecilla. Observé su estela desde una arista hermosa de la Tierra. Era largo y delgado el rabillo que se alcanzaba a ver desde lejos; Por un momento se veía curvilíneo y albugíneo su color. Contrastaba grandemente con el tono azul de aquel edén displicente y colosal.
Al contemplarlo visualicé la figura de una nave misteriosa que navegaba desorientada sobre un universo incoherente con matices multiformes, de un cromatismo que hacía ver la imagen circunvalada y de una luminosidad tan expresiva como la sonrisa entusiasta del sol al chocar con una gota de agua suspendida en la atmosfera dando lugar a la hermosura del arco iris.
De pronto, aquella estela blanca comenzó a hacer trazos majestuosos en el cielo;
Eran dibujos preciosos hechos al parecer con el pincel de Leonora, aquella artista famosa, nacida en Inglaterra, nacionalizada mexicana, que solía reunirse con Pablo Picasso y Salvador Dalí alrededor de una mesa de artistas en el café Les Deux Masgots, en aquel Paris fantaseador.
Mi alma estaba allí contemplando fascinada y maravillada el paisaje que se esbozaba con inocencia sobre un primoroso lienzo azul primaveral. Un sequito de estrellas rutilantes se aproximó galante a aquella divina obra y al artífice del firmamento se le vio gozoso y eufórico al intuir la grandeza de lo que Él había sido capaz de crear.
El tiempo pasa y el universo continúa girando sobre su eje. De la misma manera la vida de las flores, de los ríos y arroyos se multiplica entre montañas empinadas y de bello follaje y con ello se desarrollan la belleza de los colores y la Tierra se torna abundante y rica. Se me ocurre evocar las letras de un poema que encontré en unas páginas sueltas de un libro de versos:
Veamos: «De chico me dijeron que mi patria tiene gradación celeste y blanca: Celeste como lo es libre el cielo. Blanca, cual glaciar de serrania. Hoy mi tierra es de tonalidad aurea, como el oro que se roba en las montañas. Hoy mi tierra es de tonalidad negra, como las conciencias que son compradas. Hoy mi tierra no es tan verde como antes, por la avaricia que los bosques tala. ¡Qué pena que hoy mi cielo no es celeste, y sea gris, como el plomo de una bala!«
Al leer los trozos fervorosos de este verso me doy cuenta que en el país los pintores ya no pintan la hermosura del framboyán, de fuego y amor, ni los colibríes succionan el néctar de las flores, ni los ríos corren osados por sus cauces mohínos; las mariposas han perdido sus colores, el barrancoli de plumas verdes y blancas no come dulce de cereza, ni la ciguita mamonera, hojitas de alhelí.
Desafortunadamente, aquel casabito santiaguero, los cantos de rolitas, el dulce de ajonjolí, el almíbar ni, es dominicano ni es de cajuil.
JPM