A propósito del 30 junio del 1909

Ese día nace el político y escritor dominicano más importante del siglo XX; Juan Bosch tuvo en sus manos el poder del Estado dominicano por solo 7 meses, sin embargo dejó una impronta en la política latinoamericana que le persigue a través de la historia, aun después de muerto.

Al llegar al poder en un pobre y pequeño país caribeño, que había sido el feudo de un criminal político por más de tres décadas, Bosch hereda una sociedad en la cual, según los defensores del trujillismo, “no se perdía un alfiler en los bienes del Estado, y las personas podían dormir en las calles sin que fueran molestadas por los malhechores”.

Claro, aquí tenemos que escoger una de las siguientes explicaciones: O la sociedad no era de seres humanos; o, había vivido tan sometida y tan temerosa de sus verdugos, que ni cometía faltas de integridad propias de los humanos, ni reconocía la rapacidad del Dictador y los adláteres que le ayudaban a gobernar.

A esa sociedad horrorizada, llega el primer Presidente democrático elegido después de 31 años de oscurantismo dictatorial; conocía tan bien la realidad vivida por su pueblo, que en su primer discurso en su tierra amada después de 24 años de exilio, hace un dramático llamado a los gobernantes de turno y a la población en general.

“No hay corazón infatigable para sufrir, no hay pueblo infatigable para sufrir agresiones; llega una hora en que no se puede sufrir más y en que no se puede humillar más. Estamos a tiempo todavía, y lo digo para el pueblo dominicano, y lo digo para los gobernantes dominicanos, de emprender una cruzada de corazón limpio y brazo fuerte para matar el miedo en este país, para que termine el miedo del pueblo al gobierno y a los soldados, para que termine el miedo de los soldados y del gobierno al pueblo, para que termine el miedo de los opresores a la libertad, y para que termine el miedo de los luchadores de la libertad a sus opresores.”

Este párrafo inmerso en el medio de su primera prédica política a su llegada, refleja no solo su ánimo conciliatorio, sino su conocimiento del principal problema de la sociedad a la que acababa de arribar; el cual no era otro más que el miedo sembrado en la psiquis de cada dominicano.

Hubo un sector poderoso de la sociedad, que se llevó muy bien con la dictadura, hasta que percibió que era imposible mantenerla subyugando a la Nación por más tiempo; ese fue, la alta jerarquía católica; la cosecha de beneficios de donaciones del régimen, más su afirmación como tutora social, desmantelando el sistema de educación “hostosiana o Normal”, y terminando con la firma del Concordato que instituía todas esas ventajas; eran sus razones para apoyar el régimen.

Ese fue el sector que comenzó toda la urdimbre de las conspiraciones contra Juan Bosch; desde antes de ser elegido, ya estaban conspirando; los púlpitos se convirtieron en tribunas, con los llamados a los mítines de confirmación cristiana; y a la sombra como malhechores, sus figuras influyentes se reunían con otros sectores para dar al traste con aquel intento democrático del Presidente recién instalado.

En el corto tiempo que duró aquel gobierno, el Presidente enfrentó no solo las dificultades que le propiciaban sus enemigos, también tuvo que convertirse en un vigilante tenaz para que muchos de los que le acompañaban, no depredaran los bienes del Estado.

Dos casos públicos dejan constancia de lo que acabamos de decir: El altercado legal entre Horacio Ornes Coiscou, quien denunció ante el Jefe de Estado, a su recién nombrado Secretario de Industria y Comercio Dr. Diego Bordas Hernández, por buscar beneficios a través de sus empresas con la producción de sal de la provincia de Barahona.

El otro caso fue, el del Sr. Virgilio Gell, quien fungía como Director de la Oficina de Protección del Presidente; el Sr. Gell fue acusado de extorsión por el empresario Celso Pérez; pero a esto se sumó la queja del Síndico de la Capital, que le dijo al Presidente Bosch, que este Señor maniobraba tratando de hacer negocios ilícitos con el Cabildo capitaleño.

Con la frase, “mientras nosotros gobernemos, en este país no perecerá la libertad”, Bosch conducía un gobierno que hacía grandes esfuerzos por conseguir inversiones e implementar planes de desarrollo, tanto urbanos como rurales; los campesinos dominicanos vieron por primera vez abiertas las puertas del Banco Agrícola para sus necesidades.

Pero, el destino de La Nación cambiaría repentinamente, cuando las fuerzas conservadoras lograron ponerse de acuerdo en su conjura y con apoyo extranjero deponer al Presidente; fue aquel fatídico 25 de septiembre de 1963, cuando se derrumbó para don Juan su primer proyecto de una nueva República Dominicana.

Ese golpe de estado indigno las fibras más íntimas de La Nación; y la sangre se ofrendó para lavar la afrenta; temprano, antes de llegar el 1964, ya los mártires eran sepultados en las escalpadas montañas de Quisquella; y luego la guerra civil de 1965, todo consecuencia del derrocamiento del presidente Bosch.

El país dominicano no llegó a cambiar, la fechoría inconstitucional se lo impidió; quien cambió a partir de ese momento fue el escritor, el político Juan Bosch; quien en lo adelante dejaría el alto puesto en que lo había colocado el parnaso intelectual latinoamericano, para ocupar un humilde lugar en el corazón de su pueblo.

Viviría para construir con cada paso, las herramientas políticas necesarias para liberar su gente de la ignorancia y la miseria, y para explicarse con cada raciocinio, el porqué de los hechos que conducen a la humanidad por los senderos de la historia.

of-am

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