Yo gozo a Charlie
A raíz del atentado terrorista que causó la muerte de 17 personas, 9 de ellos dentro de la revista Charlie Hebdo, en París, se ha popularizado la expresión “Je suis Charlie” o “yo soy Charly”, como manifestación de solidaridad con la prensa libre e independiente. Esta revista, de clara tendencia izquierdista, se caracteriza por la sátira a los personajes más populares dentro y fuera de Francia.
Solo el líder político del Frente Nacional de ultraderecha, Jean-Marie Le Pen, ha demandado 30 veces a la revista por los hilarantes y denigrantes ataques a su persona.
Pero hay que gozar a Charlie Hebdo, porque la imaginación y el ingenio de sus autores y dibujantes, es algo fuera de serie. Conocía la famosa revista desde hace muchos años y aunque no leo el francés nada bien, entiendo muchas palabras que las complemento con el uso del diccionario.
Algunos lo dicen todo con la simple caricaturización de los personajes que aparecen en la portada, aunque a veces el asunto se complica por tratarse de la cotidianidad local y para eso hay que conocer las interioridades de la política francesa. Es algo parecido a una caricatura de Bocquechivo con la imagen del turpén, lo que para un extranjero que lea español, el trasfondo del mensaje resulta algo incomprensible.
La revista ataca y se burla de los conservadores, líderes políticos y religiosos, monarquías y personajes de las altas esferas sociales europeas. Los judíos no se salvan y los inmigrantes tampoco.
Y hablando de religión, la sátira no hace excepciones. Han ridiculizado al Papa, a Buda, y obviamente a Mahoma, a veces con imágenes fuertes y ofensivas, que no dejan nada a la imaginación.
Después del atentado, los periódicos en español y muchas páginas web han publicado decenas de portadas de la revista, con su caricatura y la traducción al castellano de los mensajes.
Sin embargo, Charlie Hebdo tiene muchos detractores dentro y fuera de Francia. Lo acusan de blasfemo, ateo, lleno de odios y resentimientos, comunistas frustrados, irreverentes, malnacidos y otra decena de epítetos. Y está bien, porque nadie tiene que estar de acuerdo con lo que se publica en la prensa, sea a modo de artículo, análisis periodístico o simplemente una caricatura, que con imaginación y genialidad, dice más que un discurso de 20 páginas.
Aquí hay articulistas y soy uno de ellos, que cuando escriben sus artículos en la prensa reciben de sus lectores alabanzas y criticas, algunas mordaces que rayan en el irrespeto y la maledicencia. Pero lo que más me halaga es que me lean, sin importar el contenido de los comentarios.
El problema es el fanatismo, sea religioso, político o racial. A los católicos no les hace mella ver al Papa en la portada de Charlie Hebdo, siendo satirizado. Algunos pueden sentirse mal pero no pasa de ahí. Tampoco a los protestantes o budistas. Pero cuando se trata de Mahoma, la cosa cambia. Puede pasar lo peor, como sucedió en Francia hace algunos días.
Y todo por el fanatismo religioso de aquellos musulmanes que interpretan a su manera el mensaje de Ala y de su profeta Mahoma. Piensan que el mundo, sin excepción, debe seguir las enseñanzas de Mahoma, calificando de infieles a todo aquel que pertenezca a otros grupos religiosos, que forman parte de cultura occidental.
Mientras en los países predominantemente musulmanes no aceptan otras religiones, los musulmanes que habitan en países europeos exigen toda clase de privilegios. Por ejemplo, en algunos países Europa, incluyendo Francia, han logrado que en las escuelas y lugares de trabajo se hagan excepciones para complacer sus ritos y costumbres, especialmente cuando se trata de sus horas de oración, su vestimenta o su práctica discriminatorias contra las mujeres.
Finalmente, y a raíz de estos atentados, se abre la interrogante de hasta dónde debe llegar la libertad de prensa cuando se trata de ridiculizar a líderes religiosos con más de mil millones de seguidores, cuyos dogmas no permiten tales profanaciones. Bueno, si comenzamos a coartar esa libertad por una caricatura, por más ofensiva que sea, entonces cualquier cosa puede pasar.
Jamás se debe cuestionar esa libertad por las razones que sean ya que eso daría pie a la perdida de otras libertades que socavarían los sagrados pilares de nuestra democracia.

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