Un hombre bueno
Decía Juan Bosch que cuando se muere un hombre bueno el cielo llora, por lo que creo que desde la bóveda celeste se derrama aún más lágrimas si asesinan a un bienhechor, como sin dudas lo fue el maestro Aquino Mateo Febrillet.
El impacto de un balazo que penetró por el hombro izquierdo segó una vida útil, de un ciudadano que por méritos propios y tras 35 años como docente, alcanzó la rectoría de la Universidad Autónoma, que también fue un gran cultor de paz y de armonía.
Sin compartir ideas políticas, el maestro Febrillet y yo cultivamos una sólida amistad basada en el respeto y la admiración mutua, una relación de la que yo siempre salía ganancioso pues abrevaba a cambio de nada en su fuente de conocimiento y experiencia personal.
La noticia de su vil asesinato me impactó tanto que opté por suspender el viernes en la tarde compromisos laborales y profesionales, porque aun ahora no puedo entender por qué el desenfreno de gente sin escrúpulo sega la vida de un hombre bueno.
A Febrillet lo persiguieron y lo mataron individuos que su historial de chantaje, violencia y corrupción constituyen motivo de vergüenza para la sociedad y de baldón para una clase política que los acoge en su seno para aprovecharse de su desenfreno y de su dinero mal habido.
El ejercicio de la actividad política fue definido por el fundador de la República, como el más puro y digno de ocupar la inteligencia humana pero, penosamente, los partidos- unos más que otros- se convierten en recipientes de gusarapos.
Como candidato a senador de San Cristóbal por el PRM, no eran muchas las posibilidades de ganar, pero el profesor Febrillet, por su conducta personal y su elevado nivel académico, obligó a su adversario del PLD a emplearse a fondo para competir con ideas y discursos cónsonos con adversarios prudentes y calificados.
Tan trágico suceso consterna a una sociedad que a la par de exigir castigo ejemplar contra los asesinos del ex rector de la UASD, reclama también a la partidocracia deshacerse de las lacras que pudren sus órganos vitales.
Esta columna la escribo con el alma desgarrada por la muerte de un hombre bueno, a manos de gente sin hiel ni escrupulosa que como sanguijuelas se anidan en los partidos, gremios y sindicatos para ejercer violencia, chantaje y sicariato. Que el Altísimo reciba en su seno a Aquino Mateo Febrillet, un hombre bueno.

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