Triunfo de la diplomacia

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*EL AUTOR es comunicador y diplomático. Reside en Honduras.

        La diplomacia comienza a existir   casi en el  mismo tiempo en que aparecen   las personas en el globo terráqueo. Sin embargo, de la diplomacia institucional solo se registran unos cuantos siglos en los anales de la historia.

Desde los tratados de Westfalia en 1648 que puso fin a la guerra de los Treinta Años entre varios países europeos, y el Congreso de Viena de 1814, que le dio una de la paz más duradera a Europa,   hasta la visita del ex presidente norteamericano Richard Nixon a la República Popular China  en 1972, que inició las relaciones chino-norteamericanas, pasando por los acuerdos de Camp David de 1978 que distendió las relaciones judío-palestina, este ejercicio de negociación  ha jugado su papel en un mundo cada vez más necesitado de que sean la gente que funge como emisaria de los estados, la que  coordine acuerdos que pongan fin a las crisis que regularmente se registran entre partes encontradas.

La reapertura de las embajadas norteamericana y cubana, luego de 54 años de cruentas  relaciones y de una historia borrascosa, además  de ver desfilar once presidentes estadounidenses y dos cubanos, es  un triunfo de las gestiones realizadas por las dos legaciones diplomáticas de ambas naciones. Enhestar  ambas banderas en sus respectivas dotaciones es un trabajo de varios meses de manera secreta,   que a la postre tuvieron su fruto en el funcionamiento  de la casa  representante de  cada uno de estos  dos  estados, los cuales únicamente lo separan 90 millas (la distancia entre Miami y Cuba).

Durante largo tiempo grupos radicales  se dedicaron a torpedear un acercamiento entre ambas naciones. A diario  era una constante el cruce de descalificaciones e insultos y violencia, evidenciando el objetivo  de trabajar para beneficio del conflicto  y la conflagración.

Pero al final triunfó la sensatez y la racionalidad, y la diplomacia de ambos lados se empleó a fondo para dar frutos  que aportan paz y tranquilidad  a la ya de por sí  exaltada humanidad.

Sin embargo, el fin de esta histórica  enemistad no  hubiera sido posible sin que en la Casa Blanca no estuviera alojado  un inquilino con visión de futuro y con un concepto real y objetivo de la época en que vivimos, ponderador constante  de las aspiraciones de la gente y con voluntad de cambiar el orbe,   como lo es el presidente norteamericano Barak Obama. Sin su anuencia la reapertura de las relaciones cubano-estadounidenses no fuera posible.

Ya antes la ex canciller, y   hoy precandidata a presidenta, la doctora Hillary Clinton refiriéndose a la política internacional de Estados Unidos   dijo que, “…Estados Unidos no tiene enemigos en el mundo, sino intereses…”, lo que demuestra el carácter pragmático de las nuevas generaciones de dirigentes norteamericanos.

Con la reapertura de las embajadas cubana y norteamericana también quedan atrás los aciagos  tiempos de la Guerra Fría que mucho daño ocasionó  entre estos dos países; igualmente  se superan los instantes en que parecía  que el mundo se abocaba  a una tercera conflagración mundial, como lo fue el período de   la Crisis de los Misiles de octubre de 1962.

Las diplomacias mundiales tienen mucho que aportar a las naciones en conflicto. Es una verdad insoslayable  que el trabajo diplomático es lento, y por momentos pareciera como si resultara infructuoso, pero a la postre, es esa gestión   sutil y disimulada la que aporta las soluciones a los grandes problemas que dividen voluntades en este mundo contencioso.

 

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