Siempre los inocentes  

En todos los hechos históricos sangrientos, regularmente   son las personas inocentes las que,  en la mayoría de los casos, son sacrificadas, sin que tengan que ver ni directa ni indirectamente con el asunto en cuestión. La vida está llena de ejemplos que realmente demuestran que la gente común,  que nada tiene que ver con las consignas enarboladas,   es la que aporta la sangre  de la mayoría de los procesos en curso.

Durante los aciagos  doce años  del régimen del ex presidente Joaquín Balaguer se desarrolló una izquierda terrorista, que so pretexto de la brutal represión de ese gobierno, cometía actos vandálicos, que regularmente contaban entre sus  víctimas  simples personas, las cuales en la mayoría de los casos eran ajenas al estado de  violencia que practicaba la administración balaguerista.

En esa aberrada visión de la política de una parte de esos grupúsculos  de la izquierda irracional, fueron cayeron asesinados  muchos cambiadores de cheques, billeteros, quinieleros, humildes policías, que en nada se le podía  vincular  con la gestión sangrienta de los reformistas.

Los lamentables hechos ocurridos el 11 de septiembre del año 2001 en varias ciudades norteamericanas también reafirman la inocencia de las víctimas en los acontecimientos sangrientos que se suceden alrededor del mundo. El 9/11  perpetrados por fanáticos religiosos,   la gran mayoría de las personas  caídas  resultaron ser indefensos ciudadanos y ciudadanas, que con su sangre  ofrendaron sus vidas fruto de la  absurda irracionalidad  con que conciben la vida  el fundamentalismo  creyente.

El día de los atentados en contra de las torres gemelas en New York, varios hermanos dominicanos  que tenían como oficio la camarería,  oriundos de Puñal, Santiago, se levantaron de madrugada, como acostumbraban   hacerlo  todos los días, y se dirigieron  a uno de los otrora edificios emblemáticos  de Manhattan,   pues su norte era el trabajo consuetudinario con el que mantenían familias en República Dominicana,   y    esa infausta mañana del 11 de septiembre encontraron la muerte sin saber porqué.

Muy lastimoso resulta saber que cientos de personas desaparecidas durante el 11 de septiembre ni siquiera figuran  sus nombres en los actos  oficiales, como tampoco  en los homenajes póstumos que se hacen, debido a  su condición de inmigrantes ilegales sin identificación.

Igual o peor resultó ser el llamado  11 M en España, el cual  fue el atentado perpetrado en el metro el 11 de marzo del 2004, y en el cual murieron 192 personas, todas  inocentes y lejanas de lo que postulaban los terroristas. Y qué decir del acto criminal llevado a cabo el  jueves 7 de julio del año 2005  en el metro londinense, en donde   murieron 56 personas, siendo la gran mayoría de ellas obreros y obreras inmigrantes  que se levantaron de madrugada para acudir a sus respectivos trabajos.

Recientemente ha consternado a la opinión pública latinoamericana el caso del policía caribeño (dominicanos y boricuas se disputan su nacionalidad) Rafael  (Ralph) Ramos, acribillado junto a su compañero de origen asiático, por un fanático de la lucha racista en  Estados Unidos. Ramos es un mártir de la desalmada guerra  racista que libran ONGs  y vehementes defensores de la tolerancia racial, todo eso a pesar  de que con la sangre de Ramos se demuestra la intolerancia que esconde esa lucha.

Los miles de muertos que cuenta la historia de la insensatez y el fanatismo que indiscutiblemente hay que aceptar que siempre son los inocentes los que abonan con su sangre el terreno de  ardientes reivindicaciones políticas, religiosas  y sociales.

           

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