Repaso de un proceso convergente

El principal objetivo de Toussaint consistió en crear un Estado independiente que garantizara a sus conciudadanos la condición de hombres libres y el derecho de acceder en términos igualitarios a las oportunidades del bienestar. El balance miserable que sin embargo les dejó el sistema esclavista francés, no podía superarse sin que entre ellos surgiera un liderazgo capaz de mantener la unidad y que a su vez propiciara la renovación de sus maltrechas disposiciones psíquicas.

Una dirección consciente tendría que haberlos guiado a readaptar provechosamente sus inclinaciones a las circunstancias novedosas que en el marco de un estado de libertad iban en lo adelante a condicionar su futuro. Una nueva correlación de fuerzas sociales había surgido en el panorama haitiano y las nuevas relaciones de producción que en el plano económico iban a regir la interdependencia ciudadana, nunca antes  habían sido practicadas a escala colectiva entre ellos.

La añeja estructura de factores sociales adversos, profundamente arraigados en la comunidad haitiana, conspiraba contra ese propósito. Lo convertía en una empresa de no fácil realización, a menos que desde el principio empezara a generarse una transformación consistente tendente al acoplamiento de todo el conjunto a los cambios bruscos que repentinamente se precipitaban sobre ellos.

Liderazgo monolítico, homogeneidad de propósitos, transformación cultural, conciencia democrática e instituciones funcionales, serían algunos de los elementos constitutivos del cúmulo de materia prima imprescindible para garantizar el éxito de una misión de tal envergadura.

Los gobiernos tiránicos que tuvo Haití se alejaron de esa meta.  Les faltó vocación, talento y  visión.  Desde la perspectiva haitiana no hay duda de que el mayor desastre de su historia republicana lo fue el búmeran que significó el derrocamiento de Boyer en 1843. Resultó el efecto inmediato de la desarticulación unitiva de la dirigencia haitiana, que  con  La Reforma de Praslin apoyada por los dominicanos, cercenó la unificación insular, gracias a la que nació la independencia nacional.

Con la pérdida del territorio dominicano en 1844, el Estado haitiano no sólo se redujo a su original constreñimiento geográfico de un tercio de la isla, sino que al igual que como los había adquirido, de repente afrontó la dura realidad de ver desvanecerse en sus cuentas nacionales la cuantía de sus recursos naturales, el inventario de su infraestructura física y el valioso aporte de su esfuerzo productivo.

La amenaza de las incursiones bélicas haitianas  a territorio dominicano, disminuyó con la tregua pactada en 1859 durante la presidencia del Duque de Tabara, Fabre Geffrard. La mediación de las potencias mayormente vinculadas a la evolución de las relaciones bilaterales de ambos países, fue determinante.

Al concretarse la reincorporación del territorio dominicano a España en 1861, cuando los EUA entraban en la fase inicial de la guerra de secesión que debilitó su capacidad de aplicar la Doctrina Monroe, la estrategia haitiana giró, pese a la tregua convenida, hacia el apoyo de los dominicanos opuestos al proyecto anexionista, circunstancia en la que sucumbe Sánchez, abandonado por Geffrard a su propia suerte ante el ultimátum de la armada naval española.

Pobreza extrema, inestabilidad política, perturbaciones sociales y catástrofes naturales, han sido durante décadas las principales causas de la creciente penetración pacífica de los haitianos a territorio dominicano. Los veintidós años de ocupación, pudieron haber dejado una apreciable presencia haitiana en el país. Durante los ocho años que duró la intervención militar  de EUA de 1916, los intereses azucareros de ese país, unidos al programa de construcción de importantes obras de infraestructura vial, propiciaron también una cuantiosa importación de mano de obra haitiana.

Conforme calculan algunos autores, para 1935 la presencia de la diáspora haitiana asentada en el país, era relativamente supernumeraria. Dos años después millares de campesinos haitianos fueron asesinados en suelo dominicano, suscitándose un escándalo internacional que se dirimió en Washington y que finalmente fue transado económicamente entre los dos gobiernos de la isla.

Extrañamente, el  presidente haitiano Sténio Vincent, quien buscó asistencia internacional para esclarecer el episodio, decidió no optar por un nuevo período gubernamental. Elie Lescot, su sucesor, sería más tarde vinculado a una estrecha colaboración con el régimen de Trujillo. Con la desaparición del dictador dominicano, empezó a acentuarse el flujo migratorio haitiano hacia RD, tomando un curso acelerado a partir de1966.

Hace más de siglo y medio que los dominicanos libraron en Sabana Larga y Jácuba las dos batallas decisivas de la independencia nacional.  Hay quienes sitúan en un veinte por ciento la proporción demográfica haitiana que en la actualidad reside en territorio dominicano. Ese porcentaje podría ser mayor si pudiera establecerse la cantidad de dominicanos, nacidos de padres haitianos, que viven en el país.

Las parturientas haitianas que alumbran en territorio nacional, tienen una elevada incidencia en la modalidad de penetración pacífica que afronta la nación. Conforme a estadísticas registradas en importantes centros hospitalarios, sus partos llegan a representar hasta un veinte por ciento del total de alumbramientos. Cada parto equivale a una nueva nacionalización.

Si partimos de la premisa de independencia que en principio concibieron los padres fundadores de la República, teniendo únicamente a Haití como referente, las victorias que hace siglo y medio coronaron la separación de los dominicanos y consolidaron el sentimiento nacional, se empequeñecerían sensiblemente una vez contrastadas con la elevada presencia haitiana que hoy ocupa el territorio nacional. Si nos circunscribimos al criterio puramente demográfico, los resultados ya verificados en el largo plazo, le otorgan la victoria a Haití y no a República Dominicana.

Con la importancia estratégica de la Bahía de Samaná, los dominicanos tuvimos en el pasado un as bajo la manga hábilmente utilizada por nuestros gobernantes a favor de que las grandes potencias del momento ejercieran una presión disuasoria sobre la obstinación expansionista de Haití. Los cambios que sin embargo tuvieron lugar más tarde en el marco de las relaciones internacionales, relegaron ese recurso.

Los organismos multilaterales comprometidos con la defensa de los derechos humanos, estimulan el proceso migratorio,  inclinándose  a favorecer los intereses de quienes son desplazados por distintas causas. Exigen que el Estado huésped proporcione condiciones de vida digna con cargo a su propio presupuesto.  En el caso particular de RD, a esa realidad hay que sumarle otra no menos dramática, puesto que la economía dominicana ha caído en la paradoja de depender de la presencia de quienes otrora fueran el referente antagónico de su independencia política.

Si un Moisés haitiano hiciera que sus compatriotas  regresaran en masa a su territorio,  un faraón dominicano surgiría para impedirlo a cualquier costo. Los efectos económicos del éxodo equivaldrían a una plaga que paralizaría el engranaje de la plataforma productiva de los sectores fundamentales de la nación.

Al cabo de poco más de dos siglos de la  independencia política de Haití, la inmensa mayoría de su población, liberada desde entonces de las mancuernas opresoras del sistema colonial francés, no ha podido todavía romper las cadenas que le atan a su deplorable estado de pobreza, debido en alto grado a su tortuosa evolución histórica.

El caótico origen de la nación haitiana y su posterior viacrucis preñado de gobernantes tiránicos sin instrucción alguna y carentes en su mayoría de la visión desarrollista que demanda el bienestar colectivo, sumió a sus pobladores en la infecundidad de consumir sus energías vitales en la recurrencia de cruentas pugnas fratricidas.

Lejos de disminuir en el tiempo la tendencia de ingobernabilidad casi endémica de Haití, ésta ha ido en aumento progresivo. Desde su fundación en 1804 hasta la caída de Geffrard en 1867, los haitianos tuvieron diez gobernantes. Durante los cuarenta y ocho años subsiguientes, contados desde 1867 hasta la intervención de EUA en 1915, se sentaron en el sillón presidencial veintiún gobernantes más.  Desde 1941, al término del período de Sténio Vincent,  elegido durante la ocupación norteamericana, hasta 1957 cuando ascendió el doctor François Duvalier, hubo otros diez presidentes, y diecisiete más durante los veinticinco años que van desde la caída de Baby Doc en 1986, hasta la toma de posesión de Martelly en el 2011.

El  resultado estadístico arroja que la permanencia promedio en el poder de los gobernantes haitianos ha ido en picada indetenible conforme avanza el calendario. De una duración media de seis años entre 1804 y 1867, su estadía en el despacho presidencial bajó a solo  veintisiete meses entre 1867 y 1915, a diecinueve entre 1941 y 1957, y únicamente a diecisiete entre 1986 y 2011.

La alta dirigencia haitiana, obcecada en el pasado por controlar el territorio dominicano como garantía de sobrevivencia frente al terror infundido por una presencia cercana del europeo,  siente hoy la misma apremiante necesidad aunque por motivos distintos quizás.

Un país bajo un estado virtual de protectorado encargado al ex presidente Bill Clinton por la ONU, y a la vez intervenido por una fuerza militar conformada por la MINUSTAH, que todavía no ha dado muestras palpables de haber iniciado el proceso transformador que amerita, arroja serias dudas sobre el papel de esa misión, y genera la impresión de que la complejidad del tema sobrepasa los niveles de su apariencia.

La pobreza secular que prevalece en Haití a causa de las penurias irredentas de la inmensa mayoría de la población, provoca su urgencia vital de traspasar la porosidad fronteriza, por demás aupada por la enorme dependencia  que de su presencia tiene la economía dominicana.

El trasfondo de un repaso somero de esa realidad histórica, desvela un dinámico proceso que tiene lugar en el tejido geográfico compartido por haitianos y dominicanos. Podría tratarse de una trayectoria convergente que sugiera una mutación paulatina de factores inherentes a sus respectivas identidades.

El perfil dominicano podría estar sometido a un proceso gradual de mutación evolutiva hacia un subproducto social, cultural y genéticamente ponderado con tendencia a la baja. La repercusión menos significativa del fenómeno, podría a largo plazo consistir en una progresiva transformación de matiz casi imperceptible de lo que el dominicano sentiría por identidad. Las de mayor importancia podrían residir en sus efectos retardatarios sobre el desarrollo económico y el impacto degenerativo que pudiera imprimir en el contexto de las costumbres y hábitos consuetudinarios.

Crear una conciencia de Estado sólida y consistente en torno al proceso, podría ser un propósito que valga la pena. Anticipar, sopesar y especular sobre los posibles perjuicios de una eventual metamorfosis negativa del carácter nacional, podría ser una meta impostergable ante un proceso convergente aparentemente inevitable.

 

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