RD tiene el sabor para liderar mercado gastronómico Caribe
POR NATYOBI MEJIA
En la República Dominicana, la comida dejó de ser solo un placer para convertirse en un motor silencioso de desarrollo. En cada provincia, desde las costas de Miches hasta las montañas de Jarabacoa, late un sabor distinto que atrae turistas, impulsa el orgullo local y abre oportunidades para miles de pequeñas empresas que hoy buscan formalizarse y crecer.
La diversidad climática y turística del país no solo regala paisajes; también despliega un menú capaz de convertir a la gastronomía dominicana en uno de los sectores con mayor potencial de expansión económica y cultural. Y mientras los platos emblemáticos de cada región cuentan historias de tradición y resistencia, las mipymes registradas ante la DGII revelan que detrás de cada fogón hay un negocio listo para trascender.
La gastronomía dominicana vive un momento histórico. El país recibe turistas que no solo buscan playas, sino experiencias: sabores auténticos, rutas culinarias, cocina local con identidad. Y la RD puede ofrecerlo como pocos destinos del Caribe.
Su territorio es una paleta amplia de ecosistemas: montaña, costa, valle, desiertos, bosques nublados. Cada clima nutre un conjunto único de ingredientes, y cada provincia transforma ese paisaje en un plato que la define.
Pero la riqueza gastronómica no depende solo de sabores; depende también de manos que cocinan, emprenden y sostienen economías. Hoy, las mipymes registradas en la Dirección General de Impuestos Internos representan el 98.5 % del tejido empresarial formal del país, superando las 256 mil unidades económicas.

Una gran parte de ellas pertenece al sector servicios, dentro del cual se inscriben restaurantes, cafeterías, comedores, bares y negocios que giran alrededor de la cocina y del turismo.
En las zonas más dinámicas —Distrito Nacional, Santo Domingo y Santiago— se concentra más de la mitad de estas mipymes. Pero es en las provincias y regiones donde el turismo comunitario y la agricultura siguen vivas que aparece un potencial distinto: el de negocios pequeños que pueden convertirse en embajadores de sus sabores provinciales.
Cada territorio tiene un plato que lo representa y un clima que lo explica.
En el Este, por ejemplo, donde el sol y las brisas marinas marcan el ritmo, proliferan los pescados fritos, los mariscos, el coco en sus múltiples versiones, los caldos de pescado y una cocina de playa que conquista a los visitantes.
En el Sur profundo, con su clima más seco, emergen sabores recios como el chenchén de maíz, el chivo guisado y los dulces tradicionales que llevan generaciones.
El Cibao, con sus valles fértiles, aporta productos agrícolas que se convierten en arepas, buche perico, casabe, embutidos artesanales y recetas campesinas que han pasado de mesa en mesa.
En el Noroeste, el famoso chivo liniero continúa siendo un símbolo culinario inseparable de su identidad.
Y en la región montañosa, donde el clima fresco favorece cultivos especiales, aparecen platos que combinan tradición y agricultura local, generando una cocina que conecta paisaje, historia y producto.
Este mosaico gastronómico no solo fortalece la identidad cultural; representa una oportunidad de oro para el desarrollo económico. Cada plato emblemático puede convertirse en una marca provincial; cada productor, en socio de restaurantes; cada microempresa, en motor de turismo sostenible. La diversificación turística alimenta directamente la cocina local, creando cadenas de valor que van desde la agricultura hasta la mesa.
Sin embargo, el potencial no se realiza por sí solo. Aunque el turismo sigue creciendo, la formalización y permanencia de los negocios gastronómicos aún enfrentan desafíos. Los costos operativos, la competencia, la estacionalidad del turismo en algunas zonas y la informalidad son barreras reales. Pero el crecimiento del registro de mipymes revela también una voluntad colectiva de regularizarse y escalar.
La profesionalización de estos proyectos —con apoyo técnico, acceso a financiamiento y capacitación en calidad y servicio— puede convertir lo que hoy es un emprendimiento familiar en un componente clave de la oferta turística nacional.
Lo que emerge es una oportunidad para una estrategia país: convertir la gastronomía en un eje transversal del desarrollo territorial, integrando productores, cocineros, emprendedores turísticos, hoteleros y autoridades locales.
Una RD que se promocione no solo como “sol y playa”, sino como un destino de sabores: una Ruta del Chivo en el Noroeste, una Ruta del Coco en el Este, una Ruta de los Dulces en el Sur, una Ruta del Café y la Montaña en el Centro. Cada una generaría empleos, formalizaría negocios y fortalecería economías locales.
En un momento donde los turistas globales buscan autenticidad, la República Dominicana tiene una carta ganadora: una gastronomía viva, diversa, profundamente ligada a su tierra. El desafío —y la gran oportunidad— es impulsar a las mipymes que sostienen ese sabor dominicano, ayudarlas a crecer y permitir que cada provincia brille a través de su plato insignia.
Porque en la RD, la gastronomía no solo se degusta: se convierte en futuro.
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