¡Qué pequeño es este paisito nuestro!
De niño, siempre supuse que el país dominicano era gigante. Esos 48, 300 km² me parecían “todo el territorio del mundo”, y supongo que ello era por las casi 5 horas que necesitaba don Tomás -el chofer de San Juan- para llevarnos a la capital, en su flamante “tubo”, una Station Wagon Mercury de 1953. Si el viaje era con “dilatría”, entonces sentíamos que la travesía nos llevaba hasta la Luna.
Esa nostálgica percepción me embargó aun de viejo; hasta que Ricardo Piñeyro, mi amigo de siempre, me recordó que en realidad somos un minúsculo país. Tan pequeño decía él, que un hecho trascendente, pero casi fortuito, como la sentencia 168-13, era capaz de separar gente que siempre habían estado de acuerdo y unificar a otros cuyas mentalidades entendíamos eran totalmente disímiles.
Alguien dirá que eso puede suceder aunque el país fuera tan grande como Australia; pero yo lo dudo, la pequeñez a la que se refiere Ricardo, es a la que genera esa intolerancia ancestral, que nos conduce a jugar eternamente a “cara o cruz”; a estar con “Dios o con el diablo”; a dividir la Nación en dos grandes mitades electorales, una ligeramente mayor que la otra. Así había sucedido hasta mayo de 2016.
De los primeros, los divorciados, no hay mucho que decir. Son la gran mayoría de los políticos en ejercicio, que muy bien pueden pelearse hasta con sus hermanos, cuando de sus intereses personales se trata. El grupo que me interesa destacar, es el de los segundos; porque aun siendo los menos, demuestran que pueden poner de lado sus pareceres particulares y entonar una canción a coro con otras voces de tonos diferentes. Basta con que el canto sea patriótico, dominicanista, nacional; aunque no fueren los versos de Emilio Prud’Homme.
En ese puñado de “rosca izquierda”, hay que distinguir una trinca que se me antoja es fiel muestra del vario pinto político criollo. No creo que haya alguien a quien alguna vez le haya pasado por la mente -ni siquiera en los momentos de máximo optimismo- que Luis Acosta Moreta (El Gallo), don Marino Vinicio Castillo (Vincho), y Luis Adolfo Montás (Pin) pudieran estar de acuerdo hoy, en el enfoque sobre el mas importante problema dominicano de todos los tiempos, la amenaza que nos llega por la frontera.
Es una sorpresa muy esperanzadora, que estos tres ciudadanos, tornen su mirada hacia la frontera y expongan -cada uno a su manera y desde su óptica personal- su opinión sobre nuestro vecino, que es al mismo tiempo nuestro hermano gemelo y por tanto, nuestro socio de toda la vida. La esperanza radica en lo coincidentes de sus ideas, donde prevalece el interés por los destinos nacionales.
El Gallo es un activo dirigente de la cosecha balaguerista, probado activista comunitario, un exquisito y solidario amigo. De ideas innovadoras, un excelente contertulio que disfruta a fondo el fino arte de “conversar el trago”. Uno de los “tercios” mas valiosos que hay en el mercado capitalino. Su memorable salida para acabar con los ratones (regalándole un gato a la gente) y su iniciativa de pagarle el salón de belleza a mujeres humildes (para que le hagan su “moño”) y con ello subir su autoestima, demuestran que su línea de pensamiento es enteramente franca y sin recodos.
A don Marino Vinicio Castillo no le queda nada por demostrar. De formación conservadora, siempre ha marchado a la vanguardia del Pensamiento Febrerista; señalando el rumbo del interés nacional y separando la paja del trigo, cuando se trata de descifrar las conveniencias colectivas, enmarañadas por lo general, en el inmediatismo de la clase política, hoy en franca decadencia.
De Vincho Castillo ha de decirse, que es el político mas vilipendiado de la era post-trujillista. El rumor público lo ha crucificado, aunque no exista cruz alguna. Se le asignan opiniones y acciones tales, que francamente no tienen ninguna posibilidad de ser reales. Casi medio pueblo se opone a la prédica de este quijote que en lugar de cabalgar por el mundo sin norte, nos ha servido de faro, señalando el puerto seguro en el oscuro horizonte. Vincho es algo así como nuestra conciencia, que nos reprende y motiva, siempre en función de los intereses Duartianos.
Pin Montás es harina de otro costal; de sólida escuela marxista, ha sobrevivido a los embates del tiempo, cuando todos sus contrarios han caído, sucumbido o mutado, ante las diversas acometidas del “imperialismo”, que los compra, los acorrala o los mata, según las conveniencias. Cincuenta años de una prédica que parece interminable, pero definitivamente consistente y fiel a lo que él define como “sus principios”, atestiguan que su intelecto no es un fraude.
Trabajador de barricada -talvez el único de los viejos dirigentes marxistas- que dignifica la condición primera del hombre, el ejercicio que le permitió al primate pararse, convirtiendo sus patas delanteras en manos. Odiado, temido, combatido, denunciado y calumniado, no se puede afirmar que sea una monedita de oro, que a todos ha de gustar, pero es lo único que queda del Holoceno.
En la existencia de esta triada, está posiblemente la evidencia y prueba, de que no todo está perdido; de que el espíritu Trinitario ha de sobreponerse a la existencia de un Estado racial, que nos acogota y consume el débil presupuesto, ante la mirada impávida de los que están llamados a preservar nuestra frontera; y de los caballos de Troya criollos, que desde los medios despotrican en contra de la dominicanidad.
Este singular trío, de diferente formación y militancia política, me asegura que ciertamente y como dice Ricardo, este es un país muy pequeño.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
jpm

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