Provincia Bahoruco: las escuelas se desmoronan

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El autor es politólogo. Reside en Santo Domingo

Vivir en el mundo de los sustantivos nos concede el privilegio de llamar cada cosa por su nombre. Las decisiones que toman —o dejan de tomar— los seres humanos también tienen su nombre. En consecuencia, cuando una autoridad actúa con indiferencia al ver a su pueblo carecer de los elementos básicos que hacen posible una vida digna, ese comportamiento avieso responde a tres palabras que pueden actuar por separado o juntas: ignorancia, cobardía e irresponsabilidad.

Dedico este último escrito del año a la provincia Bahoruco (cuyo municipio cabecera es Neiba), la tierra donde nací y que, desde su propio nacimiento, arrastra múltiples males, siendo el peor de todos la pobreza. No solo la pobreza material, sino también aquella que adormece al individuo, lo vuelve indiferente ante los males que le afectan, le impide alzar la voz por sus causas y lo condena a vivir entre la precariedad y el conformismo.

En Bahoruco, las escuelas se desmoronan ante la mirada indiferente de las autoridades. Cuando la ADP o el pueblo reaccionan, el gobierno y sus representantes en la provincia responden de forma burlesca: actúan solo para calmar los ánimos, pero luego regresan a la inacción, y todo continúa igual. No solo los centros educativos enfrentan un deterioro progresivo; también las calles. Mientras tanto, la factura eléctrica sube como por una escalera mecánica imparable: sin compasión, aumentan el recibo a familias pobres que apenas tienen para comprar el pan de cada día, y además las castigan con apagones prolongados que, a quienes tienen colmados, les dañan sus productos.

El agua no llega a muchas comunidades, sin que quienes dirigen INAPA aborden el problema ni expliquen las causas de esta carencia. ¿Cómo se puede hablar de dignidad humana cuando los niños deben acudir a centros educativos a punto de derrumbarse, cuando no hay agua, no hay luz y no hay autoridades?

Si las escuelas de Bahoruco hablaran, quizá se dirigirían a la senaduría, a la gobernación y a las demás autoridades, y con una bocina a altos decibeles les gritarían una sola palabra: ¡incompetentes!

Esperamos que el próximo año la divinidad se apiade de este humilde pueblo, que las autoridades reflexionen y que, por fin, puedan encausarnos hacia el desarrollo mediante políticas públicas enfocadas en el bienestar de la gente.

jpm-am

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