Principios rectores del comportamiento ético y la competencia gerencial

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EL AUTOR es periodista. Reside en Santo Domingo.

Cientos son los altos funcionarios gubernamentales que, en los próximos días, levantarán sus manos derechas para jurar ante el presidente Luis Rodolfo Abinader Corona, que ejercerán sus funciones con estricto apego a la Constitución, a las leyes y prestos a potencializar sus talentos y energías en pro del bienestar colectivo. Recordemos que de buenas intenciones está lleno el camino del infierno.

Frente al jefe de Estado, una cuantía de los incumbentes se presenta como una lechera cría bobina redimida por la sangre de Jesús, cuasi como la oveja Dolly; le pintan la eficiencia del buen rebaño y esconden los desaciertos y omisiones con la aerodinámica del gran tiburón blanco, pero a sus espaldas son fieras envueltas en la soberbia; son presuntuosos en la galantería de la superioridad, con déficit de empatía e intolerancia en quijadas quejumbrosas.

Un ministro del área económica (el sangre azul identificado como NO, que en su oficina jamás recibe siquiera a una mosca), despidió a un periodista porque pasó por un pasillo cerca de la puerta de su despacho, cuando había impuesto una prohibición en tal sentido. Y, en otro escenario, a un fotógrafo le advirtió: “¡pero no es a mí que tú me vas a hacer fotos; ten cuidado, que yo no permito fotografías con nadie¡  Otro titular de la misma alcurnia y esfera oficial exhibe igual comportamiento, como un Dios del Olímpo.

Más que manipuladores y confrontacionales, la Nación requiere de titulares que se esmeren en la calidad del gasto, que sus instituciones ofrezcan servicios oportunos y eficientes a los usuarios/clientes o grupos de interés, y al segmento interno, con capacidad para inspirar y motivar.

Como un escudero de la sociedad, compusimos un decálogo para ministros y directores generales de instituciones estatales, que singulariza como una especie de principios rectores del comportamiento ético y competencia gerencial.

Ese inventario referencial se vierte como un lazarillo para el cumplimiento de la misión, la visión, los valores y los objetivos estratégicos organizacionales, a fin de que desde la administración pública sean satisfechas necesidades colectivas y del cuerpo organizacional.

¿Cuál es el decálogo?

1.- Controlar rigurosamente la ansiedad y la vanidad.

2.- Vigilar estrictamente el manejo de los recursos públicos.

3.- Ser un modelo verificable de integridad y transparencia.

4.- Apasionarse con la calidad en los planes de desarrollo.

5.- Respetar los derechos y la dignidad de los subalternos.

6.- Flexibilizar, en la gestión humana, para el rendimiento laboral.

7.- Agarrarse a la humildad y sensibilidad, sin avasallar por la jerarquía.

8.- Escuchar para las acciones correctivas y la innovación.

9.- Ser coherente entre el decir y el hacer, predicando con el ejemplo.

10.- No dejarse arropar por chismes y rumores fomentados por cercanos.

Quien acoja este decálogo podrá convertirse en un referente en el cumplimiento de tareas y actividades, y en un arquetipo en la conducción de proyectos provechosos y duraderos. Este consenso solo será posible evidenciando, el ministro o el director general, comprensión; generando credibilidad y confianza en un clima laboral armonioso, sin menospreciar ni desprestigiar; mejorando procesos y procedimientos, con capacidad para planificar, organizar, prevenir y controlar, siempre prestando atención -sin ver a observadores perspicaces como subversivos en el pensamiento crítico- a los planteamientos distintos a los del Gran Jefe.

Presidente, ¡pida ese decálogo! (que hemos preparado en interés de ayudarlo), para alcanzar los más encumbrados indicadores en su gestión y en la estrategia general de desarrollo. No juramente, se lo ruego señor presidente, a los de la estirpe descrita -no importa su asertividad-, que deslustran la imagen gubernamental.

jpm-am

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