PRD: un partido para los nuevos tiempos

El viejo dicho de que, “el tiempo es el juez de todos los conflictos”, parece acomodarse a fin de justificar las veleidades de ese ente inexorable que es el tiempo, asignándole responsabilidad absoluta en los hechos y acontecimientos protagonizados por los seres humanos.
Mas que eso, la máxima de que “las culpas del tiempo son y no de España”, abotona ese concepto de omnipotencia que se le reconoce a esa categoría universal, tan etérea como ineludible.
Pero así mismo, es de todos sabido que “los tiempos cambian” y lo hacen más rápido de lo que pudiéramos imaginar; y cuando esto sucede, no es simplemente porque el señor reloj se haya mantenido caminando sino, porque las manos del hombre han actuado para generar los eventos que a su vez producen los cambios.
El Partido Revolucionario Dominicano, el laboratorio político más prolífico de los quisqueyanos, es el ejemplo vivo de que en efecto, los tiempos cambian; y lo hacen para bien y para mal. En verdad, en el PRD se ha incubado la mayor parte de los giros políticos que ha dado el país desde la muerte de Trujillo. No hay un acontecimiento de trascendencia que no haya sido aireado por lo menos, en el interior de esa formación política.
Los acontecimientos
Es por eso que a nadie sorprende la revolución que se viene escenificando en el partido de Peña Gómez. En unos pocos años -con la desaparición del líder- el otrora “buey que más jalaba” fue transformado en una caricatura taurina. Su último matarife maniobró desde el poder, hasta convertirlo en simple mercancía de carnicero. Con el odioso intento reeleccionista de 2004, se sentaron las bases para desmantelar las mística que lo mantenía en pie de lucha, el apego a la doctrina anti continuista de José Francisco Peña Gómez.
Pero como lo demuestra la vida misma, “cada enfermedad trae consigo su propia cura”; o dicho en lenguaje académico, “a cada acción corresponde una reacción, de igual magnitud y sentido contrario”. Y con el Caballo de Troya construido en las elecciones de 2008, llegaron los guerreros griegos que silentes, en marzo de 2011 derrotaron las fuerzas leales.
Y es en ese momento de vergüenza y traición cuando aparece, de manera firme y decidida, la determinación de poner fin al caos y la autodestrucción. Justo en ese acontecimiento de gran desilusión y artera traición, se activan los sentimientos que conducirán a la recuperación del partido blanco. A partir de aquella fatídica convención pactada con el enemigo, se emprendió el camino de la reconstrucción partidaria, que ya parece entrar en la fase final.
Los triunfos y los nuevos retos
Miguel Vargas ha conseguido derrotar a los sepultureros del PRD una y otra vez; y lo ha hecho con un manejo diáfano de las contradicciones propias de los partidos democráticos. Las fallas de la democracia se curan con más democracia; y ahí radica el secreto de sus éxitos. “En el partido todo, fuera del partido nada”, parece ser su exitoso grito de guerra, y bien que le ha resultado.
Cuando en unos pocos meses finalice el proceso convencional, y los perredeístas tengan seleccionadas sus autoridades y su candidato presidencial de 2016, comenzará el período final de reintegración partidaria. La estampida que se avecina, deberá ser manejada con destreza y apertura, para concederles a todos los dirigentes locales -a lo largo y ancho del país- la posibilidad de presentar sus respectivas candidaturas a los cargos públicos.
Claro que con la realidad de los hechos tocarán a la puerta los mansos y también los cimarrones; pero de nuevo se impondrá el sentido común y la disciplina, regla de oro de este período de reencuentro del partido con su vocación democrática. No hay que rechazar a nadie, basta con que esté dispuesto a cumplir con las nuevas reglas del juego, que realmente eran bastante antiguas, aunque nunca se cumplían.
Lo que me preocupa
En general, creo que ya todo el mundo sabe que el problema del PRD no eran las diferencias entre Hipólito Mejía y Miguel Vargas; como tampoco lo fueron las desavenencias entre el presidente y la famosa comisión que organizó la convención de la discordia en 2011; como mucho menos lo será la presencia de Guido Gómez Mazara en la lucha por la dirección legal del partido. Es más que evidente que la ruptura se generó en ese “brinco generacional” que representó el advenimiento de Vargas como líder indiscutible, pasando por encima de un grupo de dirigentes que nunca demostró poseer la pasta interna que define la vocación de poder; aunque era claro que si podía exhibir el esmalte exterior de la sobrevivencia ladina y conveniente.
El problema ahora lo tiene el equipo central de Miguel Vargas, que tendrá que dirimir desenfrenadas apetencias de dirigentes de segunda categoría, encumbrados por la fuerza de los hechos y las circunstancias hasta las posiciones cimeras. Habrán de enfrentar las ansias de los hasta ahora contenidos, para evitar que sobrepasen los intereses estratégicos y la vigencia del liderazgo mayor. Estarán forzados a cohabitar con los que vendrán, reconociendo rangos y hasta linaje, mientras preservan los espacios ganados por los atrevidos que salieron al combate desde que los clarines sonaron por vez primera.
Me arriesgo a hacer públicas estas opiniones porque no puedo permitir que un esfuerzo mancomunado -con tanta precisión y coherencia colectiva- se vea afectado por la natural y lógica lucha de carácter interno, sin que se levanten las voces de la concordia y la advertencia sana. El esfuerzo y la superación que ha demostrado el ingeniero Vargas Maldonado y su equipo, debe ser reconocido por todos los que admiramos la práctica política pura y simple; y así mismo coronado y emulado por todos los perredeístas.
Y con ese mismo espíritu crítico y de reconocimiento, quiero recomendar a los perredeístas de Ultramar, que deben pactar sus convenciones; deponiendo las confrontaciones internas y generando un ambiente de entendimiento entre los fieles a la institucionalidad. Un arreglo siempre será mejor que un pleito, sobretodo, cuando no hay contradicciones mayores.

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