Para el PLD: ¡congreso elector extraordinario!
En cambio, y para perpetuarse en sus posiciones jerárquicas y de monopolio interno, han maniobrado para imponer varios subterfugios: la socorrida y gastada excusa, injustificada por cierto, de estar en el poder (el caso del PLD), plebiscito, conferencias, talleres, asambleas dizque “eleccionarias” (PRM-PRSC, de “delegados y comisiones”); y, finalmente, acuerdos-pactos (en desmedro de sus democracias internas) entre sus cúpulas para conjurar bolsones de crisis generadas por las confrontaciones de proyectos presidenciales, apetencias de poder e impostura de correlación de fuerzas internas para imponer mayoría orgánica en transacciones unas veces negociadas -siempre arriba- y otras a pulso y mañas.
Como vemos, ese cuadro de falencias y anomalías orgánicas-institucionales y de pésima práctica política –regenteada y diseñada por sus cúpulas a lo interno de los partidos políticos-, es la responsable del estado actual –de crisis-orfandad, primero, de ellos como líderes-dirigentes (de arriba abajo); y luego, de esas organizaciones que la terminan padeciendo- de los partidos políticos y de que sus vidas orgánicas-institucionales hayan colapsado en la vorágine-atropello de unos liderazgos excesivamente conservadores, antidemocráticos y solamente preocupados por sus proyectos presidenciales, sus plataformas grupales –vía un clientelismo (y una dinámica de acumulación rapidísima o espontánea de riquezas) grosero que además de clientelismo de partido, es también, clientelismo de liderazgo comprado-, su arraigada cultura-concepción del partido entendido como propiedad personal-familiar; y lo que es peor, del partido reducido a maquinaria política-electoral o a mesa o bazar replegable (una suerte de tienda ambulante que se abre y se cierra de zafra en zafra electorales).
De esa impostura (o mejor dicho, de esa degradación de la política como actividad y ciencia) y de la suplantación orgánica-institucional de los partidos políticos (por sus cúpulas y líderes), fue que salió el Joaquín Balaguer “Padre de la Democracia” como escuela exitosa de la actividad política y de ejercicio del poder con que el sistema de partidos políticos actual lo catapultó, en franco y consciente olvido de su condición de cuadro orgánico de la dictadura trujillista y arquitecto-gerente de la semi-dictadura que, a sangre y fuego, ensayó 1966-78.
Sin embargo, acogemos con beneplácito los pronunciamientos e iniciativas de algunos miembros del CP del PLD que se han pronunciado sobre ese cuadro caótico y deplorable de abandono en que se encuentran los partidos políticos (incluido el PLD), pues, siempre es saludable la intención y la voluntad política de enmendar y corregir entuertos políticos-institucionales para salvar el todo, en este caso, el partido. Por ello, saludamos lo de “inscribirnos todos de nuevo” –de Franklin Almeyda Rancier-, y también, lo de partido “frisado” –de Carlos Amarante Baret-.
Ambos planteamientos-críticas, tienen pertinencia y validez, pues, por un lado, un partido moderno debe tener un padrón interno real y verificable, no un imaginario-embuste de sobaco o de guía telefónica; y, por el otro lado, un partido solo puede llamarse democrático si es capaz de pautar y cumplir, como mandan sus estatuto, y sin posposiciones o subterfugios baladíes, con los procesos eleccionarios internos que garanticen relevo o refrendación eleccionaria de sus líderes, cuadros y dirigentes, pues no hay otra técnica o fórmula democrática universal para legitimarse tanto en los partidos políticos como en el poder.
No obstante, hay en nuestro sistema de partido político actual múltiples falencias-retrancas que hacen casi imposible lograr que los partidos políticos -per se y bajo las gerencias de sus cúpulas- puedan regentear esos procesos internos sin que no se imponga: a) el clientelismo, b) el grupismo despojado de lo ideológico-doctrinario, c) el lumperismo-delincuente político; y d) el nepotismo –pues en la concepción-cultura de ciertas jerarquías políticas predomina la idea-equivocación de que sus hijos, esposas y satélites-allegados (y aquí no me refiero a las esposas o compañeras, hijos o nietos –de esas jerarquías- que se hayan labrado sus liderazgos-carreras políticas a fuerza de su trayectoria, entrega y fidelidad a sus partidos, pues hay muchos casos de méritos)- son los relevos naturales-hereditarios de sus posiciones jerárquicas en los partidos y los candidatos seguros a los cargos públicos -cuando su partido está en el poder- y de elección popular.
Por eso, es mandatorio-necesario -como condición sine qua non- que los líderes de los partidos políticos entiendan -¡de una vez y por todas!- que hay que superar este estado de cosa (de partidos políticos suplantados por ellos y sus ambiciones políticas de perpetuarse como jefes, caciques y aspirantes presidenciales eternos e inamovibles) y que la única fórmula política-institucional altruista es que ellos se pongan –y de cara al país- al frente del liderazgo de la Ley de Partidos Políticos y Garantías Electorales y de la reforma a Ley Electoral.
Pero, no desde la perspectiva de un traje a sus medidas, sino, desde el rediseño –político-jurídico-institucional- de un régimen o sistema de partidos que sea ejemplo de modernidad, democracia interna, transparencia, representatividad congresual-municipal equitativa, campañas electorales pautadas, reglamentación de los debates entre los aspirantes presidenciales, fiscalización y rendición de cuentas sobre la procedencia, en sus múltiples modalidades y especies, de los dineros y recursos de campaña, equidad en la promoción y cobertura de propaganda política. Y también, de sanción y castigo a los delitos de fraudes, de compraventa de simpatías; y, sobre todo, que destierre la reserva excesiva de candidaturas por parte de las cúpulas de los partidos políticos, exceptuando aquellas reservadas por alianzas que esperamos, ¡algún día!, sean programáticas y no –como ha sido históricamente (con la excepción de algunas coyunturas)- como repartición del organigrama estatal a modo de botín-paga de apoyo electoral.
Pero, sobre todo, que quede claramente establecido -previa la aprobación de ambos instrumentos: Ley de partidos y reformas a la Ley electoral- la supervisión -vía JCE (primarias simultaneas con padrones cerrados)- de los procesos eleccionarios internos en los partidos políticos, pues es más que sabido que ellos ni sus líderes están en condiciones orgánicas-institucionales de regentearlo por las razones ya expuestas.
En consecuencia, para el PLD –y si no quiere morir “frisado”- lo más coherente y saludable sería que sus líderes asuman el liderazgo nacional -con sentido de inclusión y de consenso con todas las fuerzas políticas y actores sociales (y las recomendaciones técnicas-jurídicas de instituciones nacionales e internacionales)- a favor de la aprobación de la Ley de Partidos Políticos y de Garantías Electorales y la reforma a la Ley Electoral. Y una vez aprobadas y promulgadas, ambas leyes, decretar-pautar un Congreso Elector Extraordinario, bajo la supervisión de la JCE.
Sólo así, sanearemos el sistema de partidos políticos y, de alguna forma, recataremos al Juan Bosch -escuela política- olvidado-. Y de paso, se aportaría muchísimo al fortalecimiento institucional y democrático de la frágil “democracia representativa” que, desde 1961-63-65, venimos construyendo con sus altas y sus bajas; pero que hay que elevarla -de contenido y transparencia pública- a más participativa, mas incluyente y de ciudadanos.
JPM

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