Las extraordinarias manifestaciones de fanatismo registradas en distintas ciudades -especialmente Buenos Aires, Nápoles y Barcelona- en ocasión de la muerte del astro del fútbol Diego Amando Maradona, me han hecho pensar en los grandes funerales realizados en el mundo, inclusive en República Dominicana.
Distintas fuentes analíticas han estimado que entre los funerales masivos de los últimos tiempos -y que han concitado no solo asistencia sino también atención pública internacional– están (no necesariamente en este orden) los de Joseph Stalin, Mahatma Gandhi, Rudolph Valentino, Judy Garland, Eva Perón, Joe Dimaggio, John F. Kennedy, Elvis Presley, John Lennon, Gamal Abdel Nasser, C. N. Annadurai, Ruhollah Jomeini, Mao Tse Tung, Martin Luther King, Francisco Franco. James Brown, Víctor Raúl Haya de la Torre, Michael Jackson, Ladi Di, Hugo Chávez, Juan Pablo II, Madre Teresa, Nelson Mandela y Ayton Senna.
Nunca se ha hecho un ejercicio serio similar en República Dominicana para determinar los grandes entierros, pero los que he percibido como más notorios, en términos de concurrencia y seguimiento de la población, han sido los de Rafael L. Trujillo Molina, en 1961; José Francisco Peña Gómez, en 1998; y Joaquín Balaguer, en el 2002.
Los pocos videos que se conservan muestran las masas pugnando por entrar al Palacio Nacional a observar de cerca el féretro de Trujillo y la aglomeración de público a todo lo largo de la vieja carretera Sánchez en el trayecto de la Capital a San Cristóbal, donde se efectuaron las exequias.
En esa mi ciudad natal, constaté -con once años de edad- el mar humano que inundó el área céntrica donde está situada la iglesia parroquial católica, lugar de la ceremonia, evidenciando la magnitud del acontecimiento.
Lo de Peña Gómez fue más reciente y se recuerda no solo la muchedumbre alineada a todo lo largo de la autopista 6 de Noviembre (cuando se transportaba el cadáver de San Cristóbal a Santo Domingo) sino especialmente el extraordinario movimiento humano que generó el sepelio mismo.
El funeral de Balaguer, siete veces presidente, fue realmente impactante: después de tres días de duelo nacional el transporte del cadáver al cementerio se retrasó muchas horas debido a que el recorrido de unos 20 kilómetros se hizo lento debido a la multitud que participaba en el cortejo.

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