La inteligencia artificial ha llegado a nuestras vidas como una puerta abierta al futuro. Muchos hablan de ella como la gran revolución del siglo XXI, como lo sugiere Klaus Schwab al referirse a la “cuarta revolución industrial”. Y no exagera: la IA está transformando la forma en que producimos, consumimos, aprendemos y nos relacionamos. Pero detrás de esta ola de progreso tecnológico también se esconden inquietudes, temores y heridas sociales que no podemos ignorar.
Durante décadas, generaciones completas trabajaron en fábricas, oficinas, campos, comercios y talleres. Ese esfuerzo dio forma a nuestras ciudades, a nuestras familias y a nuestras historias personales. Hoy, muchas de esas tareas que fueron parte esencial de la vida cotidiana están siendo sustituidas por máquinas inteligentes, algoritmos y robots. Como advirtió Jeremy Rifkin, “el trabajo humano se está reduciendo mientras las máquinas ocupan su lugar”. Esta transición, que promete mayor eficiencia y más riqueza para los países, tiene un costo emocional y social para los trabajadores que ven peligrar su sustento.
Los daños colaterales del avance tecnológico ya se sienten: empleos que desaparecen sin aviso, sectores completos disminuidos y familias que enfrentan incertidumbre. En una fábrica moderna, brazos robóticos llenan botellas, las sellan, ponen las etiquetan y transportan sin necesidad de una sola mano humana. En el comercio digital, los pedidos se automatizan, se despachan solos y llegan al cliente sin intervención directa de empleados. Y en la educación, miles de estudiantes se conectan desde sus casas a plataformas virtuales que reemplazan aulas, autobuses escolares, edificios y personal de apoyo.
La pregunta que muchos trabajadores se hacen es simple y dolorosa: ¿qué será de mí? ¿Quién sostendrá a quienes pierden su empleo por la automatización? Economistas como Thomas Piketty han insistido en que la tecnología puede concentrar riqueza en pocas manos si los Estados no intervienen. Algunos países desarrollados ya experimentan con ingresos básicos universales, subsidios, seguridad social fortalecida y nuevos modelos de redistribución para mitigar el dsño que deja a su paso la innovacion. Pero en los países en vías de desarrollo estas políticas aún caminan lentamente, mientras la sustitución laboral avanza con rapidez.
Sin embargo, sería injusto ver la inteligencia artificial solo como amenaza. También es cierto que esta tecnología ha hecho nuestra vida más fácil. Hoy resolvemos tareas en minutos que antes tomaban dias enteros. Podemos traducir textos, escribir documentos, analizar datos y hasta obtener una respuesta inmediata a una duda médica. Herramientas como ChatGPT muestran cómo la IA puede convertirse en asistente, compañera de estudio, apoyo creativo o incluso en un puente para aprender cosas nuevas.
Las redes sociales, impulsadas por algoritmos cada vez más inteligentes, han acortado distancias. La comunicación fluye como nunca antes. Hablamos con familiares lejos, emprendemos negocios desde casa, estudiamos desde cualquier lugar y participamos de comunidades globales. El conocimiento ya no tiene fronteras.
La IA ha cerrado caminos viejos, sí, pero también ha abierto oportunidades inmensas para la innovación, la educación, el bienestar y el desarrollo humano. Como advierte Shoshana Zuboff en su análisis del “capitalismo de vigilancia”, el desafío no es detener la tecnología, sino poner reglas claras para que todos puedan beneficiarse, sin dejar pueblos, comunidades o familias atrás.
El reto es asegurar que esta revolución no se convierta en una máquina de exclusión, sino en una herramienta compartida. Que cada persona afectada sea apoyada, acompañada y reinsertada dignamente. Que los beneficios globales no queden concentrados en pocas manos, sino que se traduzcan en progreso para todos.
La inteligencia artificial ya está aquí, y no se irá. Depende de nosotros —como sociedad, como gobiernos y como ciudadanos— decidir si será una brecha que separa o un puente que une. Las grandes ganancias producto del desarrollo tecnologico abre brechas para una inclusion mayor de los ciudadanos a mejor nivel y menos pobreza.
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La empresa expresó además su agradecimiento al ministro de Turismo, David Collado, por su visión clara de crecimiento sostenible, la cual ha guiado inversiones privadas hacia destinos de alto potencial como Juan Dolio.













