Los maestros del positivismo

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El autor es abogado. Reside en Santo Domingo

Ciertamente que la mayoría de noveles abogados, y algunos jueces pávidos, no conocen e ignoran los maestros del positivismo:   Lombroso, Ferri y Garófalo. El primero, creador de la nueva ciencia, es  recordado siempre, a despecho de sus detractores. Animador, inspirador del ansia que aún anima en el mundo por conocer el secreto del delito y lograr su remedio, a pesar de las dos grandes Guerras que vinieron  después y que, con sus demasías, sus  grandiosos errores, reducen la dimensión de aquel otro fenómeno a proporciones insignificantes.

Merecidamente, corrían por América dos traducciones españolas del Hombre Delincuente, hechas por Gina, hija de Lombroso y esposa de Guillermo Ferrero, fallecidos y habiendo perdido a su hijo único, Leo, en Ginebra. Una de estas traducciones es mejicana, debida a la Revista Criminalia; la otra, argentina, se debe a Aquiles Gatti.

El maestro, trabajando con el telescopio, como decía él de sí mismo, comparándose con Antonio Marro, más amigo del microscopio, en cambio, repentiza sus impresiones geniales, sino indiferente del todo a las aplicaciones judiciales, policiales y penitenciarias que puedan recibir, dejando su desarrollo para otros del pertinente oficio.

El fastidio de Enrico Ferri hacia la pena de muerte, en ninguna de sus obras se revela mejor que en las páginas de su bella conferencia Los delincuentes en el Arte, al describir la doble ejecución de Allorto y Sellier, en Paris, bajo la guillotina, en los días en que se celebraba el segundo Congreso Internacional de Antropología Criminal.

Y así como Lombroso, para acabar de mostrar sus pensamientos penales, expuso la doctrina de la simbiosis del delito, Ferri, espíritu no menos liberar y desprendido, y mucho más locuaz que el maestro de Turín, expresa así mismo la suya de los “sustitutivos penales”, o  de la prevención de los delitos, atacándolos en sus causas.

El tercero y último de los grandes maestros del Positivismo italiano, es Garofalo, jurista, hombre de leyes, toda su vida juez. Su Criminología es ciertamente un libro de mucho interés.

En torno a los tres grandes maestros que sellamos, se agrupan, consecutivamente, discípulos que impulsan las orientaciones del Positivismo hacia las aplicaciones jurídicas más atrayentes. Aquí deberíamos citar a Julio Fioretti, a Escipión Sighele, a Eugenio Florian, a Adolfo Zerboglio, a Guido Cavaglieri, a Alfredo Nicéforo, a Bruno Franchi, etc.

Frente a todos los nombres, que representan, la dirección del Positivismo penal italiano, están los autores de la “Terza Scuola”, jóvenes juristas de entonces que, en una actitud intermedia, de transición y de transacción del Derecho Penal con la Criminología, afirmando la sustantividad intangible siempre de aquel, afirman la necesidad de renovarle con las enseñanzas de las ciencias antropológicas y sociales.

A ese grupo, que eterniza hasta el siglo XX, conciernen, en cambio Carnevale, Alimena, Magri, Longhi, Conti, Impallomeni, también Manzini. En los últimos años, ya ultrapasado hasta el propio Positivismo crítico, se acentúa en Italia la dirección únicamente jurídica que culmina con la construcción de una nueva teoría del delito con métodos, elementos y hasta palabras tomadas solamente de la ciencia del Derecho, excluyendo, casi en absoluto, todo el material biológico y social que recogía aún la “Terza Scuola”.

Esta última posición, que matiza sobre todo hoy en Carnelutti, debe ir seguida de los nombres de otros penalistas que tuvieron en el Positivismo mismo su primera fuente; tales como Grispigni, Rocco, Massari, Battaglini, Magliori, etc.

Alemanes

Pasando ahora a los maestros alemanes del ciclo positivista, el más conocido en los países de habla española, porque su obra está traducida mucho tiempo a nuestra lengua, es Franz Von Liszt, discípulo de otro gran maestro del Derecho en general, Ihering, muy conocido asimismo en el mundo hispánico, que se anticipó a considerar el delito como la situación crítica de peligro  para las condiciones biológicas de la sociedad.

Entre otros maestros germanos del tiempo positivista, ya que no positivistas en realidad ellos, pues en Alemania aquella dirección positivista logró poco influjo, convenimos citar al suizo-alemán Carlos Stooss, a quien se debe la construcción de la doctrina de las medidas de seguridad, muy característica de los tiempos presentes.

No debemos olvidar al holandés Van Hamel, que fundó, junto con Liszt, y con el belga Prins, la Unión Internacional de Derecho Penal; y a toda una hornada de alemanes en que se origina y afirma la moderna teoría pura y solamente jurídica del delito, que antes hemos visto en Italia.

De esta pléyade son: Beling, que la bosqueja; Mayer, que la corrige; y, por fin, Mezger, que la perfecciona, y todavía más, que la deforma, al pasar al Nacional-socialismo. En Francia, todavía hoy sigue siendo Gabriel Tarde la figura más destacada, a pesar de los años transcurridos, desde su adelantada desaparición.

Y aunque está penetrado del conocimiento de las influencias que le determinan, se halla muy lejos de parar en la noble frase de Madame Stael: “Comprenderlo todo, es todos perdonarlo”, manteniendo el sentido severo y rígido del Derecho Penal francés, uno de los más intransigentes de Europa.

A pesar de que  es obra de un jurista proveniente  del Derecho privado, debe citarse, entre los mejores libros franceses de Derecho Penal, el del profesor  Raymond Saleilles, acerca de la individualización de la pena. Asimismo, entre las lecturas francesas que más hemos aprovechado personalmente, los escritos de dos magistrados: De la Grasserie y De Ryckére, este último belga, en quien pareció algún tiempo continuar el talento de Gabriel Tarde.

jpm-am

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