Lech Walesa
(Nació en Popowo, actual Polonia, 1943. Sindicalista polaco. Trabajó como electricista en los astilleros Lenin de Gdansk, pero fue despedido por su participación en las huelgas de 1976. Militó en los sindicatos clandestinos, presidió el comité interempresas y encabezó la revuelta obrera de agosto de 1980, encaminada a la creación del primer sindicato libre de la Polonia comunista, Solidaridad, del que fue elegido presidente tras asumir la dirección del comité de huelga. Obtuvo de las autoridades numerosas concesiones, orientadas a mejorar las condiciones políticas y económicas de la clase trabajadora).
Tuve el privilegio de conocer a Lech Walesa, aquel dirigente que conmocionó la conciencia mundial, cosa que le agradezco a mi inolvidable amigo y hermano, René L. Díaz quien ha sido uno de los hombres que ha luchado y boxeado por la Libertad del mundo. Walesa un polaco que se le veían las estrellas libertarias en sus ojos como dos luceros, nunca cejó ni desmayó en su lucha por su Patria que era «Contra toda Esperanza.»
Sucedió en Polonia. Cuando en 1949 el gobierno comunista comenzó a construir la ciudad industrial de Nueva Huta, pasó por alto actualmente la necesidad de una Iglesia. Pero los devotos campesinos de la región, reclutados para accionar las maquinas y los altos hornos de las fundaciones, resultaron ser un material humano al que no se podía con facilidad desarraigar de su tradicional fe católica.
Tal presión ejerció el descontento popular que el jefe del partido y del gobierno, Wladyslaw Gumulka, anunció finalmente que los cien mil habitantes de Nowa Huta tendrían oportunamente su iglesia.
Significativamente –o por mero azar—se escogió para edificar el templo un espacio abierto en la esquina de las calles Marx y Lenin. Allí, en una vecindad formada por edificios multifamiliares para trabajadores, se alzó una cruz de madera, simbólica del lugar de adoración que se levantaría después.
Eso fue en 1957. (En ese año en otra parte del mundo se levantaba e inauguraba un Templo Evangélico en la ciudad de Constanza.) Tres años más tarde, sin embargo, todavía no había iglesia (como son todas las promesas comunistas, falsas), y las autoridades comunistas empezaron a hablar vagamente de escasez de material –como siempre hacen—de construcción y de la necesidad de usar el poco disponible para nuevas escuelas.
La promesa empezaba así a derrumbarse. Las esposas de los trabajadores de Nowa Huta vieron a un piquete de obreros de obras públicas municipales acercarse ominosamente al jugar de la cruz. Captando instantáneamente que respondían a una orden oficial de remover aquel único y humilde asidero de su fe, se lanzaron a las calles cantando himnos y agitando improvisados cartelones en que se leía «Libertad de Religión».
Cundo la policía totalitaria llegó para restablecer el orden tuvo que usar gases lacrimógeno para disolver la multitud de más de 3.000 almas que se habían congregado en la pequeña plaza. Hubo lanzamiento de proyectiles callejeros, hubo lastimados de ambas partes. Y hubo, por supuesto, medidas de censura para evitar que se conociera el incidente.
A pesar de ello, cuando el polvo del zafarrancho se disipó, todavía era posible contemplar en la esquina de las calles Marx y Lenin, humilde pero enhiesta, la cruz de madera que recordaba a Jesucristo.
***
El episodio es tan elocuente en su estricta veracidad y en su sencillez que casi se resiste al comentario. Es como una parábola evangélica trasladada viva a los tiempos actuales. Allí en Polonia, en una ciudad industrial modelo bajo el manto rojo del totalitarismo, se escenificó un choque trascendental entre las dos potenticas que hoy se disputan el predominio de la conciencia humana.
Pero cuidado con las palabras. En este caso lo de «potencias» no alude presuntamente a los poderes políticos del llamado mundo democrático y del bloque internacional comunista, por más que también hayan asistido al episodio. Se refiere a las filosofías –o formas de pensamiento—que inspiran una y otra posición en la vida.
La clásica lucha a muerte del rayo de luz contra la amenaza envolvente de las tinieblas.
Pero hay una lección más en el incidente/parábola de Nowa Huta. Y es que la fuerza brutal del totalitarismo sólo puede hacérsele frente con la fuerza invencible de la fe. ¿Qué fe? Para aquellos trabajadores y sus mujeres, la que recibieron generación tras generación por las vías devotas del catolicismo. Gracias a ella, se sintieron con valor y decisión suficientes para desafiar, por una cruz de madera, a la policía totalitaria de Gomulka. Pero fue, en puridad de cuentas, la misma fe que cuatro siglos antes había sostenido a Lutero frene al emperador Carlos V para decirle en la cara: «Yo en esto creo…»
El sentido de la libertad le entra a Occidente por la puerta del cristianismo. Las estructuras jurídico-políticas que la convierten es vivencia real y tangible tienen necesariamente que fundamentarse en las razones espirituales de la fe.
Este, ni más ni menos, es el mensaje que los campesinos y mujeres de Polonia nos envían de nuevo hoy. Autenticado por el Signo de la Cruz.
A VARSOVIA EN LA POSTGUERRA
¡Llora Cristo! Sobre los escombros cenizos
que tus hijos crearon,
royéndose las entrañas entre hermanos
como lobos hambrientos.
¡Llora! Que viendo tu tristeza
a la par que la suya,
sirva de consuelo a corazones estrujados,
y se humedezcan, los profundos surcos
¡de tantas lágrimas secas!
¡Pueblo! ¡Dónde dejaste las cruces tardías
de tus héroes acorralados!
jpm

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