Lecciones de la democracia
Las elecciones marcan trazos grandiosos en los países donde se desarrollan. Donde no se celebran elecciones todo se estanca. Desde lo económico hasta volar a los balcones de la espiritualidad.
Las elecciones hace poco celebradas en los Estados Unidos de América ofrecen más de una enjundiosa enseñanza al mundo político. Lo primero que se advierte es, por supuesto, que los demócratas no fueron ratificados en el gobierno.
Lo cual significa que, luego de su experimento socialista (el Partido Demócrata de hoy es realmente socialista, en buena medida de inspiración doctrinal marxista), seguido de un gobierno de un gobierno Republicano, el pueblo decidió -por voluntad consciente, espontanea, y soberana- quedarse con los Republicanos.
Hace algunos años había elegido a un gobierno socialista. Le otorgó su confianza, le dio su oportunidad a lo largo de ocho años. Probó las ventajas del socialismo. Observó y comparó sus resultados. Y, como producto de todo ello, llegó a la conclusión de que era preferible, por lo menos en estos momentos, un gobierno Republicano.
Evidentemente, la latitud de la intervención estatal, la medicina socializada, y otras bienandanzas demócratas socialistas por el estilo no lograron impresionar favorablemente al elector norteamericano que demostró e impuso su criterio por medio de los votos.
Eso es lo que a rumbo político se refiere. El veredicto, sin embargo equivale a un repudio total de la opinión socialista. Muy lejos de eso. Por una parte, muchas de sus medidas de gobierno han sido analizadas y muchas se mantendrán por los Republicanos, y por otra, que es la más importante, la existencia de corrientes diversas y hasta encontradas en el orden político es cosa que los norteamericanos consideran sine qua non del sistema democrático.
Eso nos recuerda aquel líder derrotado del laborismo inglés, Hugh Gaitskell, precisamente bajo el bordón de su derrota, afirmó lo siguiente:
«En una democracia moderna es esencial el sistema de partidos, es decir, la existencia de dos o mas partidos. Nunca se insistirá bastante sobre este hecho fundamental. Es de capital importancia, porque sin tal sistema sería imposible concertar y dirigir los puntos de vista, los deseos, y las aspiraciones de los electores.»
A nadie en los Estados Unidos de América se le ocurre pensar que su partido es el único capaz de salvar al país, y que todo el que no piense así es ipso facto enemigo de la patria. Ni que sus ideas, sean conservadoras, socialistas, marxistas, representan por sí solas la verdad absoluta.
No; la verdad democrática se busca allí en el equilibrio y selección de todos los puntos de vista, y la voz de la nación se expresa no en uno solo sino a través de la más amplia variedad de criterios.
Idéntica actitud mental prevalece respecto la dirigente, Hilaria Clinton, la derrotada, por ejemplo, es una figura más bien gris cuya mayor capacidad consiste en funcionar sistemáticamente como pieza principal de una política de atisbo para ver como se destabiliza el gobierno triunfador del Republicano Donaldo Trump.
La han nombrado la Gatita de María Ramos. que tira la piedra y esconde la mano. Pero no se le considera, ni ella misma se le tiene por tal, como una enviada de la Providencia ni una delegada con poderes especiales de Júpiter.
Esta posición democrática no le hizo variar ni al mismo al mismo Trump, el artífice de la «victoria», quien, pese a todos sus méritos y virtudes, y a haber positivamente salvado a los Estados Unidos de América en un instante de peligro nacional, sólo ha podido llegar al poder por la vía de las urnas.
La divergencia de pensamiento político entre los ciudadanos, en el concepto norteamericano de la democracia, no se estima, pues, un mal sino un bien. Por el hecho de que haya demócratas, republicanos, verdes, liberales, y hasta comunistas nadie se atreve a sostener que la nación esta «dividida» o que es necesario realizar su «unidad». Muy al contrario, tanto más fuertes son los puntales de la estructura nacional cuanto más canales de expresión tienen las ideas.
¿Civilización?, ¿madurez?, ¿elevado índice cultural? Quién sabe. El pueblo norteamericano es un pueblo educado y pasa la cuenta cuando las cosas no sirven en materia de administración política.
Ciertamente no es caudillista, ni tiene idiosincrasia de rebaño, ni copia a las ranas de la fábula que pedían un rey al Olimpo. Pero nada excepcional; o caeríamos en la aberración de las superioridades raciales. Sólo un ejemplo de funcionalidad democrática. Nada más.

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