La prángana entre ciudades
Una madrugada lúgubre, decidí escribir unas líneas, motivado por la musa, que, por cierto, parecía desde hace un tiempo estar alejada.
En una ciudad llamada Artemisa se observaba un grupo de personas que se desenvolvían en un sinnúmero de adversidades. Lo lamentable era que no existía alguien que les prestara la necesaria atención, que los escuchara y pusiera oído a sus súplicas, para, en función de su realidad, ofrecerles un futuro mejor.
Aquel lugar estaba caracterizado por grandes centros urbanísticos, edificios que parecían tocar el cielo, el individualismo y tres tipos de segmentos poblacionales propios de un sistema capitalista-consumista. La primera tenía que ver con los ricos, cuyo único objetivo era continuar acumulando capital.
En segundo lugar, un grupo que se creía «rico», vendía su fuerza de trabajo para exhibir una vida opulenta, aunque esto significase el tener que desgastarse. En tercer lugar, están los desposeídos, aquellos que no tienen dolientes, como dije al introito, nadie les escucha.
En medio de este contexto sombrío nace Luisito, un niño que pertenece al tercer grupo que mencioné previamente, en un lugar repleto de precariedades. Él va creciendo y, a su vez, aprendiendo de su entorno. Observa con detenimiento al «político» o, al menos, al que cree ser político, ir cada 4 años detrás del mismo fin: conseguir los votos de su barrio para seguir en el puesto político que le garantiza estabilidad económica.
El muchacho inquieto va a la universidad pública de su país, donde debe continuar atravesando adversidades debido al caos que hay en la ciudad, es decir, un transporte en malas condiciones, unos largos tapones que le consumen tiempo y la inseguridad propia de una metrópoli desigual.
En la alta casa de estudios, enfrenta múltiples desafíos que van desde tener inconvenientes para seleccionar materias, insuficiencia de aulas, mal estado de los salones de clases hasta un maestro que le hace la vida imposible, porque esa es su forma: «poner al estudiante a pasar trabajo».
La madre, conocida como Yolanda, le pregunta al niño que se convirtió en joven: «Mijo, ¿vas hoy pa’ la universidad?» -Él responde: «Sí, mami, debo cambiar nuestra realidad».
Optimista, se levanta cada día para asistir a clases, implorándole a Dios que cambie el destino de su gente. Luego de 4 años de insistentes vientos en su contra, el resiliente joven logra graduarse. Ahora, ve que tiene que continuar pasando trabajo para conseguir un empleo, pedirle a un político que no estudió que le consiga un empleo.
Fustigado por aquella situación, que parece tratarse de un asunto del destino, Luisito decide incursionar en la política, para desde una posición pública, junto a los conocimientos adquiridos tanto en la academia como en la vida, cambiar la calamitosa situación del lugar donde nació.
Aspira a presidente, gana las elecciones y, desde el Estado, le proporciona grandes transformaciones positivas a su país. Lo convierte en un entorno afable, le proporciona a los jóvenes las herramientas necesarias para que puedan desarrollarse, alcanzando a su vez una significativa disminución de la pobreza y la inseguridad ciudadana. Implementa incentivos sociales para las familias desposeídas.
No solo crea mecanismos que mitigan la escasez, sino que también elabora instrumentos que les ayudan a salir de la pobreza.
La crónica de una comunidad que emergió de la desolación nos enseña que la transformación social solo se gesta cuando nos comprometemos con ella.
Necesitamos más jóvenes pensantes en este país
Excelente comentario de ese joven.