La historia de Ramiro y solidaridad
Era la mañana del 24 de diciembre. Todo era alegría, consumo desmedido, intercambio de regalos entre amigos, familiares y allegados. Las personas se desplazaban de compras a tiendas de ropas, supermercados y licorerías como si fuera el último día de su vida, mientras Ramiro se encontraba sentado en una esquina de la calle San Blas, del barrio Los Girasoles, a la espera de que alguien le tendiera la mano para comprar la cena de Navidad.
Pasaban las horas y nadie se apiadaba de Ramiro. La gente lo miraba con cara entristecida y lágrimas en los ojos, le humillaba y se reían, mientras otros le escupían la cara al verlo, harapiento, sucio y hambriento.
Ramiro no desmayaba en su interés de lograr que alguna persona le tendiera la mano para cambiarle el rostro de tristeza a su esposa Gabina y a su hijo Ramirito, que lo esperaban en su antiguo rancho con la esperanza de celebrar la fiesta de noche buena.
Pasada las tres de la tarde una señora de ochenta años le cruza por el lado y se detiene. Lo mira. Al observarla entre ojos, Ramiro brota de llantos. ¿Qué le pasa señor?, pregunta la anciana. ¡Nada!-, dice Ramiro-. ¿Está enfermo? ¿Dígame?, cuestiona la dama. ¡No tengo nada! -Sólo necesito solidaridad y que alguien me tienda la mano para preparar la cena de Navidad-, Explicó Ramiro, con tono desmedido.
¿Cómo se llama usted señor?- Ramiro, dice el hambriento. Un placer, don Ramiro, me llaman Solidaridad; y le voy a ayudar. Acompáñeme a mi casa.
Ramiro estaba tan poseído de hambre y tristeza que no se podía levantar, pero la edad no permitía que doña Solidaridad le ayudara. Levántese. -Ponga de su parte y venga conmigo-, dice la anciana. Al notar tanto optimismo, Ramiro hace un esfuerzo, se para y camina hacia la casa de Solidaridad.
Venga. Entre. No temas. Aquí le vamos a ayudar-, afirma Solidaridad. Ramiro se sorprende al llegar a la casa, verla tan limpia y cómoda, preguntando casi dormido. ¿Dónde estoy?, ¡Esta es la casa de Dios! Responde Solidaridad.
Al verlo sucio y deprimido, Solidaridad invitó a Ramiro a entrar al baño. La señora le abrió la ducha. Se sorprendió Ramiro. Ahora báñese. Le dijo, mientras le buscaba una ropa y le preparaba comida para quitarle el hambre.
Ramiro salió del baño. Se vistió. Comió hasta sentir satisfecho su estomago, pero no dejaba de pensar que su esposa Gabina y Ramirito le esperaban en casa con la esperanza de sentarse en familia y disfrutar la cena de noche.
Solidaridad salió de su habitación y sin mediar palabras exclama. Aquí tiene su cena de navidad, don Ramiro. Váyase tranquilo a su casa. Comparta con su familia.
Ramiro agradece el gesto de la anciana Solidaridad. Rebosante de alegría llega a su casa. Se reencuentra con su esposa Gabina y su hijo Ramirito y pone la comida en la mesa de la sala, logrando su objetivo, a pesar de ser humillado por personas que solo satisfacen sus necesidades.
En estas fiestas navideñas no esperes que te sobre algún pedazo de pan para regalarlo al prójimo; que como dice la biblia, “el que no vive para servir no sirve para vivir”.
JPM

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