La escuela que olvidó la patria
La semana pasada, como nación, fuimos llamados a la reflexión espiritual y al reencuentro con Dios. Pero ahora, superada la solemnidad de la Semana Santa, toca mirar hacia adelante y preguntarnos: ¿cómo restaurar el alma de la República si no transformamos sus raíces más profundas? Y esas raíces están, sin duda, en la educación.
Durante décadas, el sistema educativo dominicano ha sido despojado de lo esencial: se eliminó la formación moral, cívica y ética. No fue un descuido, sino una estrategia deliberada que desmontó los valores y abrió paso a la promoción y tolerancia de la perversión en la sociedad.
La encuesta publicada el 27 de agosto de 2024 por el Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo lo confirma: la ciudadanía dominicana está gravemente debilitada. Corrupción, violencia, feminicidios, delincuencia común, criminalidad, accidentes de tránsito y la indiferencia frente a lo público son síntomas de un vacío más profundo: la ausencia de conciencia cívica. ¿Cómo exigir sentido de nación en una sociedad donde la escuela nunca lo sembró?
Desde la eliminación de la asignatura de Moral y Cívica en la década de los 90, se pretendió suplirla con un “eje transversal” simbólico, pidiendo a los docentes enseñar valores sin formación ética ni pedagógica. El resultado ha sido una generación que ignora su Constitución, desconoce sus derechos y deberes, y ha perdido todo sentido de pertenencia nacional.
Este abandono no es solo un fracaso pedagógico: es una violación flagrante a la ley y a la Constitución. El artículo 5 de la Ley General de Educación 66-97 establece como finalidad formar ciudadanos libres y críticos; amantes de su familia y patria; conscientes de deberes y derechos; con responsabilidad moral, respeto humano, identidad y valores cívicos. Más aún, el artículo 63.13 de la Constitución ordena con claridad:
“Serán obligatorias la instrucción en la formación social y cívica, la enseñanza de la Constitución, de los derechos y garantías fundamentales, de los valores patrios y de los principios de convivencia pacífica.”
Este no es un consejo: es un mandato constitucional ignorado.
Antes
Las antiguas escuelas normales, que formaban maestros con vocación y compromiso, fueron cerradas. La formación docente fue masificada en universidades sin estándares, convirtiendo una profesión de honor en un simple trámite académico.
Y mientras esto ocurría, ni los planes nacionales de desarrollo, ni los pactos educativos, ni la Estrategia Nacional de Desarrollo dieron prioridad a la formación en valores. Cuando la mencionan, lo hacen como un adorno retórico, no como un eje transformador.
Hoy cosechamos frutos amargos: profesionales sin compromiso, ciudadanos sin brújula y generaciones con títulos, pero sin carácter. La calidad académica no basta si está vacía de ética.
Esta realidad se agrava en la Era que vivimos, donde la inteligencia artificial, la tecnología y la ciencia avanzan sin freno. El conocimiento crece exponencialmente, pero si no formamos personas con principios, no construiremos futuro.
De nada sirve dominar las máquinas si hemos perdido el control de nuestras conciencias.
La educación del siglo XXI no puede limitarse a producir técnicos brillantes: debe formar ciudadanos éticos, capaces de decidir con justicia, servir con humildad y amar su patria con integridad. Los países que progresan no son los que tienen más recursos naturales, sino los que cultivan instituciones sólidas, principios firmes y una cultura de legalidad.
Es urgente devolver a la formación moral, cívica y patriótica su lugar como asignatura obligatoria, estructurada y evaluada, respaldada por docentes capacitados y una visión nacional.
Porque no hay democracia sin conciencia.
No hay justicia sin ética.
Y no hay nación sin ciudadanos comprometidos con el bien común.
Volver a enseñar civismo, responsabilidad, amor por la patria y buenos modales no es una nostalgia del pasado: es la base de una revolución moral que puede salvar el futuro.
Y esa revolución comienza donde siempre debió estar: en el aula.
Lo advirtió con firmeza la escritora norteamericana Ellen G. White:
“La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de su ser; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres cuya conciencia sea tan leal al deber como la brújula al polo; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos.”
En un mundo cada vez más automatizado, lo más revolucionario será siempre formar personas con carácter. Educar con un propósito mayor: formar caracteres nobles, principios firmes, pensadores auténticos y obradores del bien. No hay algoritmo que reemplace una conciencia recta. No hay innovación que sustituya la ética. Educar con valores no es opcional: es el único camino hacia la redención.
Despierta, RD!
jpm-am
La formación cívica y constitucional es obligatoria. Ignorarlo no es una simple omisión, es una falta grave que debilita la educación democrática y el compromiso ciudadano.
Claro que no ha sido omisión, ha sido y es una voluntad política de los gobiernos entreguistas, titeres y traidores de los últimos 29 años que conspiran contra nuestra identidad y soberanía, especialmente este de Abinader, que llegó al colmo de quitar el uso del escudo nacional en los documentos oficiales del Palacio Nacional y declararse incondicional a la ONU, debiendo ser el ejemplo del cumplimiento de la ley y nuestra constitución, las viola descaradamente. El sacar los contenidos patrióticos y batallas de liberación de Haití no es fortuito, es un plan de alienación de nuestra nacionalidad y fusión diseñado… Leer mas »
Excelente articulo, voy a compartirlo.