La educación de oficios para la juventud dominicana
POR LUIS M. GUZMAN
La educación técnica y de oficios en República Dominicana representa uno de los pilares que podrían transformar la economía nacional, pero se mantiene como una oportunidad desaprovechada.
Aunque existen esfuerzos en politécnicos e INFOTEP, la cobertura es baja frente a la necesidad del mercado y al número de jóvenes que requieren formación práctica para insertarse laboralmente.
En el nivel secundario, apenas un 10.9% de la matrícula está en programas técnico-profesionales, mientras el segundo ciclo alcanza un 20.9%. Estas cifras, si bien muestran crecimiento, son limitadas frente a la magnitud del desafío.
La mayoría de los estudiantes sigue en rutas académicas que pocas veces garantizan empleo inmediato, lo que amplía la brecha entre educación y trabajo real.
Mientras tanto, más de 700 mil personas participaron en cursos de formación técnica ofrecidos en 2024, lo cual refleja la gran demanda. Sin embargo, gran parte de esa oferta es fragmentada y carece de estándares unificados.
La falta de coordinación entre MINERD e INFOTEP hace que las certificaciones no siempre tengan el mismo valor ni sirvan como escalones para trayectorias de crecimiento profesional.

Agravamiento
La situación se agrava cuando observamos que alrededor de un 26 a 31% de jóvenes de entre 15 y 24 años no estudian ni trabajan. Este grupo denominado “ninis” o NEET, constituye un enorme capital humano desperdiciado. Sin estrategias claras de inclusión, movilidad y apoyo, se condena a toda una generación a la informalidad, el desempleo o la migración sin preparación laboral adecuada.
El desempleo juvenil se mantiene cercano al 12% y las empresas reportan dificultades crecientes para cubrir plazas de operarios, técnicos y artesanos. Esta contradicción —jóvenes sin empleo y empresas sin trabajadores capacitados— evidencia la falta de conexión entre el sistema educativo y las necesidades productivas, un círculo vicioso que frena la competitividad del país en sectores clave.
República Dominicana necesita técnicos en construcción, hostelería, mantenimiento industrial, electricidad, dispositivos médicos y energías renovables. Estos sectores son motores de la economía y ofrecen empleos relativamente bien pagados.
Sin embargo, la formación no logra producir suficientes egresados para llenar esas vacantes, dejando espacio para mano de obra extranjera o para la informalidad precaria.
A pesar de la existencia de un financiamiento sólido a través de INFOTEP y de la inversión anunciada de 24 mil millones de pesos en la educación técnica por parte del MINERD, el impacto aún no se siente de manera estructural. Muchas veces los recursos se destinan a infraestructura y no necesariamente a equipamiento, formación de instructores ni alianzas con sectores productivos.
Prejuicio
Otro obstáculo es el estigma cultural. En el imaginario colectivo, la educación técnica se percibe como “de segunda categoría” frente a la universitaria. Este prejuicio ignora la realidad: un técnico competente puede insertarse laboralmente en menos de dos años y alcanzar ingresos estables, mientras que miles de profesionales universitarios sobreviven en subempleos sin relación con su carrera.
El modelo de formación dual —que combina estudio y práctica en empresas— es una respuesta eficaz, pero todavía marginal en el país. Su expansión permitiría que miles de jóvenes aprendan directamente en ambientes laborales reales. Esto no sólo facilita la inserción laboral, sino que asegura que la enseñanza esté alineada a las tecnologías y procesos productivos más actualizados.
Los desafíos de equidad también pesan. Las mujeres jóvenes tienen mayor probabilidad de estar fuera del estudio y el trabajo, y muchas enfrentan barreras adicionales como cuidado familiar o falta de transporte. Sin políticas específicas de apoyo —becas de movilidad, programas de conciliación, acceso a oficios no tradicionales—, el sistema seguirá reproduciendo desigualdades de género y territorio.
La gran oportunidad perdida radica en no haber hecho de la educación técnica una política de Estado, con metas claras de cobertura, inserción laboral y reducción de la informalidad. Si se duplicara la matrícula técnica en secundaria, se fortaleciera la formación dual y se validaran las competencias de trabajadores informales, el impacto económico y social sería inmediato y profundo.
Convertir la educación técnica en motor nacional implica voluntad política, alianzas con empresas y una narrativa social distinta: dignificar al técnico. La República Dominicana no puede seguir ignorando esta ruta. Apostar por oficios y carreras técnicas es la forma más rápida de crear empleo juvenil, mejorar salarios y aumentar la productividad de todo el país en la próxima década.
jpm-am

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