La audiencia judicial de la víctima
El derecho proporciona muy pocas indicaciones sobre la manera en la cual una víctima puede ser oída en justicia. Algunas reglas dispersas depositadas al azar de las reformas legislativas en los códigos de procedimiento dejan entera la problemática de esta audición. Hay que incorporarse con cautela a la práctica judicial y sobre todo recurrir a otras disciplinas.
La victimología ofrece un terreno especialmente propicio a una reflexión sobre el tema, a la elaboración de algunas reglas de base y de una deontología. La audición de una víctima es un ejercicio muy particular que necesita un mínimo de conocimientos sobre el estado y la actitud de una víctima, sobre el traumatismo así como sobre la relación de mantenimiento y el comportamiento del interrogatorio en particular.
La audición, como toda entrevista, es una relación entre dos, un intercambio, en el curso del cual surgen múltiples fenómenos, numerosas interacciones que pueden conducir a lo mejor o a lo peor. Los problemas son múltiples: descubrir la verdad sobre los hechos (una ¿infracción ha sido cometida, cuando, como, y por quien..? ), permitir a la persona hacerse oír, proponerle un lugar donde ella pueda exponer su cuestión…
Toda entrevista, audiencia, interrogatorio se inscribe en un marco muy preciso en el cual es casi excluido de evadirse. La audiencia de la víctima no escapa a la regla. Ese marco, a la vez restrictivo y poco perceptible, se impone sobre nosotros tanto más fácilmente cuanto que está parcialmente colocada en nosotros: sentimientos de todo tipo, representaciones muy eficaces siguen necesariamente a la escucha de una víctima.
Pero otros elementos de ese marco, igual de exigente, se imponen a nosotros del exterior. El tomar conciencia contribuye a no dejarse invadir, a limitar el efecto de esos constreñimientos, permite preservar un mínimo de libertad después de la audición y de poner en lugar estrategias apropiadas.
El peligro más grave de la representación que el interrogatorio hacerse de la víctima ideal” mito engañoso pero muy potente y de un efecto devastador. ¿En qué consiste? A creer que la víctima es un ser puro, sin mancha, perfecto y, además, suave, gentil, amable y en fin lógico, equilibrado y cooperativo.
Aquí volvemos a los mitos inaugurales donde el sacrificio de una víctima expiatoria exige la absoluta inocencia y virginidad del ser elegido. El contraste con la realidad puede ser vigoroso El contraste con la realidad sólo puede ser vigoroso y provocar reacciones de rechazo en el entrevistador proporcionales a su desilusión.
De donde esta brutalidad o esta rudeza sorprendente que se encuentra a veces en el tratamiento de las víctimas que salen de su audición policial o judicial aún más fuertemente perturbadas. Siempre ha sido difícil aceptar que la víctima de una violación pueda ser una prostituta. Esas jóvenes muchachas esas jovencitas en fuga que se quejan de agresión sexual son a veces oídas con reticencia.
El investigador admite mal que una mujer regularmente vencida por su cónyuge quiera retomar la vida común con él. Será muy difícil admitir que una víctima no tenga un recuerdo exhaustivo de la acción. Se comprenderá mal que ella no se recuerde de todo, que ella presente lagunas de memoria significativas e inexplicables.
Se soportará mal sus cambios de humor, sus arrebatos emocionales introspectivos, sus discursos a veces odiosos contra la sociedad o las instituciones. Nos molestarán sus errores de fecha, sus inversiones cronológicas. Sin hablar de algunas mentiras que la víctima habrá podido deslizar en su versión para mejorar su credibilidad. La víctima está lejos de ser perfecta.
Ella es un ser ordinario, con, al comienzo, tantos problemas que no importa quién. Ella se ha encontrado confrontada, sin haber buscado, a un acontecimiento que tiene más o menos fuertemente perturbado sus equilibrios vitales; ella lo siente como una injusticia que conviene de reparar lo más rápido con la ayuda de todos.
El aparato policial y judicial puede confundirla y suscitar en ella reacciones hostiles difícilmente soportables para el juez o el investigador. Esta representación de la “victima ideal” debe absolutamente ser manchada. De lo contrario, el interrogador corre el riesgo de rechazar pura y simplemente las palabras de una víctima que no corresponden en absoluto a sus cánones habituales.
Al mito de la víctima perfecta, responde en casa del denunciante el mito de la justicia perfecta. La simplicidad, la competencia, la rapidez, la humanidad y la eficacia deberían ser inmediatamente a la cita. Sean cuales sean los esfuerzos realizados, en aplicación de las diferentes disposiciones legales evocadas más arriba, la realidad queda aún muy decepcionante.
Complicado
El sistema judicial es extremadamente complicado: los profesionales de la justicia se encuentran bastante fácilmente. Las víctimas, ellas, se pierden con rapidez, falta de un mínimo de conocimientos jurídicos que la escuela no le ha dispensado. La sola noción de «parte civil”, por ejemplo, indispensable para comprender los derechos de la víctima, no es absolutamente entrada en la cultura ordinaria y necesaria cada vez un aprendizaje completo.
Una vez pasada esa barrera de comprensión y de lenguaje, la justicia aparece demasiado rápida, sea demasiado lenta. Demasiado rápida cuando los procedimientos de urgencia (comparecencia inmediata) no permiten a la víctima hacer valer útilmente sus derechos y organizar su defensa en el espacio de algunas horas. Demasiado lenta, lo más a menudo, cuando varios años son necesarios para conseguir en una audiencia después de una instrucción muy larga y fastidiosa
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