José Rafael Lantigua: El hombre tras el legado 

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El autor reside en Santo Domingo

POR JS. CAMPO GUTIERREZ

La partida de José Rafael Lantigua el pasado 5 de agosto de 2025 ha dejado un vacío inmenso, no solo por su legado como escritor, ensayista, poeta y gestor cultural, sino por el inigualable don de gente que lo definió como ser humano.

Más allá de sus logros intelectuales y su influencia en el ámbito cultural, Lantigua era un hombre cuya decencia, pasión por la amistad y sencillez en el trato lo convirtieron en una figura excepcional, admirada y querida por todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo.

Conocí a José Rafael Lantigua en el año 2005, durante la Feria Internacional del Libro de Santo Domingo, un evento que, bajo su dirección como ministro de Cultura (2004–2008), se consolidó como uno de los más destacados y diversos en la historia del país.

Aquella edición de la feria fue un testimonio de su visión inclusiva y su capacidad para unir a escritores, artistas y gestores culturales de dentro y fuera de la República Dominicana.

Como residente en el exterior, fui testigo de su trato exquisito y distinguido, un gesto que, incluso 20 años después, permanece imborrable en la memoria de quienes lo experimentamos.

Lantigua no solo organizaba eventos; creaba puentes humanos, fomentando un ambiente de respeto y colaboración que trascendía fronteras.

Lo que hacía a Lantigua único no era solo su erudición —evidente en obras como Espacios y Resonancias, Temblor de Isla o su columna Raciones de Letras—, ni su capacidad para transformar la gestión cultural dominicana, como lo hizo al fundar la Feria Internacional del Libro o al impulsar la Ley 108-10 para el fomento del cine.

Era, ante todo, su humanidad. En un mundo donde el poder y la influencia suelen acompañarse de arrogancia, Lantigua destacaba por su sencillez. Trataba a todos con la misma calidez, ya fueran escritores consagrados, jóvenes talentos o simples asistentes a un evento cultural.

José Rafael Lantigua

Su decencia impregnaba cada acto, desde la forma en que escuchaba con atención genuina hasta la manera en que ofrecía palabras de aliento o compartía una sonrisa que invitaba a la confianza.

Pasión

Esa pasión por la verdadera amistad era otro de sus atributos. Lantigua no solo construía relaciones profesionales; forjaba lazos profundos y sinceros. Quienes lo conocieron hablan de su capacidad para hacer que cada persona se sintiera valorada, como si su voz importara en igual medida, sin importar su posición social o intelectual.

Esta cualidad, combinada con su erudición, lo convertía en un líder singular: un hombre de gran poder e influencia en el ámbito cultural que nunca permitió que esos atributos lo alejaran de su esencia humilde.

No es de extrañar, entonces, que la sociedad dominicana haya sentido tan profundamente su pérdida. Aunque su enfermedad era conocida por sus allegados, su fallecimiento resultó, para muchos, sorpresivo, un golpe que resonó en todos los rincones del país.

Desde el expresidente Leonel Fernández, quien lo describió como “el mejor ministro de Cultura” y un “faro de sabiduría y sensibilidad”, hasta colegas, artistas y lectores, las muestras de dolor han reflejado la magnitud de su impacto.

La Fundación Global Democracia y Desarrollo, donde Lantigua fue una figura clave, lo calificó como un “maestro” cuyo legado seguirá iluminando el pensamiento dominicano.

En redes sociales, voces como las de Rafael Núñez y Osiris de León han destacado su calidad humana y su contribución a la identidad cultural.

José Rafael Lantigua no solo dejó una huella imborrable en las letras y la gestión cultural; dejó un ejemplo de cómo vivir con integridad, pasión y humildad. Su partida nos recuerda que los grandes legados no solo se construyen con obras, sino con la forma en que tocamos las vidas de los demás.

Mientras lloramos su ausencia, celebramos la vida de un hombre que, con su decencia y su don de gente, nos enseñó que la verdadera grandeza reside en la capacidad de conectar, inspirar y amar.

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