Ideología del bien común
Aunque nuestros principales partidos políticos mantienen su membresía en organizaciones internacionales que enarbolan marcos doctrinarios, el discurso político de sus principales líderes acusa una notable aridez. Ni siquiera los remanentes de las izquierdas apelan a las ideologías para mejor expresar sus ideales. Al mantenerlas marginadas de su prédica proselitista, parecería que todos abjuran de ellas. Por eso debería resultar balsámico la lectura del magnífico opúsculo ¨Ideología del Bien Común¨ (2016) del psiquiatra y pastor dominicano Jose Dunker.
Una hipótesis que explicaría la ausencia de las ideologías en el discurso político es que, a partir de la caída del Muro de Berlín, las mismas dejaron de influir significativamente en el electorado de toda América Latina. Atrás quedaron los años en que el credo izquierdista –socialista o comunista– inspiró a la juventud a rebelarse en contra del estatus quo, arriesgando incluso su vida, para alcanzar una sociedad más justa. Con la transición a la democracia representativa muchos abandonaron la persecución del ideal colectivo para emprender proyectos políticos personales y partidarios. Se abrazó un ¨neoliberalismo¨ que proponía la supremacía del mercado sobre un Estado que debía controlar y regular poco.
Entre nosotros, eso ha dado pie a una gran época del enriquecimiento ilícito, tanto por parte de funcionarios como de empresarios y traficantes. Es una modalidad del ¨capitalismo salvaje¨ que corroe la institucionalidad democrática y su aberrante incidencia enferma la moralidad pública. Mientras al capitalismo salvaje se le critica que genera una variante empresarial que crea monopolios y oligopolios para controlar el mercado y generar una enorme desigualdad social, aquí se ha entronizado la variante empresarial de la corrupción partidaria que ha devenido en una sociedad corrompida. En la sociedad dominicana de hoy existe una alianza diabólica con la codicia.
Aunque los partidos y sus líderes son los llamados a conducir la sociedad, se otean por doquier señales claras de que han caído en el descredito público. La evidencia de esta sórdida realidad la proveen los sondeos de opinión. La encuesta Gallup-HOY que se publicó la semana pasada revelo que un 89% de los dominicanos piensa que la corrupción ha llegado a niveles alarmantes, mientras un 35% señala a la corrupción como el segundo gran problema nacional (después de la delincuencia). Además, un 60% piensa que hay más corrupción en el sector público que en el privado y a otro desconcertante 60% no le importa que los candidatos de los particos sean corruptos.
Lo anterior sugiere que existe un malestar moral de enormes proporciones, tanto a nivel de los partidos como de la sociedad. El 69% de los consultados considera como muy malo el desempeño de los partidos para enfrentar la corrupción, la tasa más alta de siete entidades que fueron ponderadas respecto a la tarea. También en la encuesta Latinobarómetro de la pasada semana se reporta que solo un 15% de los encuestados atribuyen credibilidad a los partidos políticos, frente al 75% para las iglesias y 42% a las Fuerzas Armadas. Evidentemente, los partidos y sus líderes deben regenerarse para poder reconquistar su credibilidad.
Frente a tal situación parecería urgente que los partidos y sus líderes recuperen sus ideologías. El PRD fue el primero de ellos en afiliarse a una organización internacional de credo socialdemócrata (la Internacional Socialista). Algún tiempo después lo hizo el PRSC al inscribirse en la Internacional Demócrata Cristiana. Al PLD no se le conoce afiliación oficial ninguna, pero el aval que le concedió la Internacional Socialista a su alianza con el PRD en el 2015 sugiere por dónde anda ese partido. Sin importar que la democracia cristiana, inspirada en la doctrina social de la Iglesia Católica, se sitúa a la derecha de la socialdemocracia, ambas se distancian del marxismo y el comunismo. Pero ambas organizaciones proponen la primacía de lo moral en la política y postulan al mercado como eje de la actividad económica.
Motivado por su preocupación por el devenir de la actual sociedad dominicana, Dunker comienza su brillante opúsculo revelando su sesgo cristiano. Cita la Biblia para señalar que Jesucristo promovió el bien común: ¨Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos. (Mt. 7.12).¨ De ahí parte el autor para cubrir, en una tersa, simple y bien hilvanada prosa, una excelente panorámica de 1) cuestiones sociales, 2) cuestiones históricas, y 3) cuestiones ideológicas. Tras un sucinto y lucido análisis de los principales pensadores occidentales y las percepciones de observadores contemporáneos sobre el dominicano, Dunker repasa también las diferentes corrientes políticas que han dominado al mundo en el último siglo, identificando sus virtudes y limitaciones.
En esa visión panorámica se podría echar de menos a algunos tratadistas, pero lo que Dunker ofrece es más que suficiente para desafiar al lector a encontrar soluciones. Aterrizando su análisis en la realidad nacional, Dunker identifica las actuales patologías sociales: ¨1) cultura del tigueraje, 2) corrupción, 3) comesolismo, 4) consumismo, 5) colusión marital, 6) capitalismo salvaje, 7) contaminación, 8) complejo de Guacanagarix, 9) caudillismo, y 10) culturización. El desenlace es el diagnostico de que la sociedad dominicana de hoy está enferma y necesita regirse por algunos principios básicos para reivindicarse.
Según Dunker, para corregir los males que afectan a la sociedad dominicana e instaurar el bien común será necesario hacer los siguientes diez cambios: 1) una revolución cultural que sustituya al tigueraje con el imperio de la ley y esto genere una nueva ciudadanía, 2) una revolución moral para reivindicar la ética en la administración pública y un combate frontal a la corrupción, 3) implantar un reparto igualitario que permita establecer la equidad y desterrar el comesolismo, 4) simplificar el Estado para promover la eficiencia y combatir el consumismo, 5) relanzar la familia combatiendo la colusión marital y reivindicando la familia nuclear, 6) adoptar una opción preferencial por la economía solidaria a través de una reinversión en cooperativas, 7) promover el desarrollo sostenible a través de la reforestación y el combate a la contaminación, 8) rescatar la soberanía combatiendo el complejo de Guacanagarix, 9) combatir el problema ancestral del caudillismo promoviendo el relevo del liderazgo, y 10) reafirmar la identidad cultural nacional. Cada uno de estos acápites es a su vez desglosado en una serie de medidas subalternas.
Por la novedosa conexión que Dunker hace entre la teoría social y política y la realidad nacional podría resultar controversial categorizar su obra. Una manera de hacerlo es apelando al discurso del destacado historiador Manuel Garcia Arevalo sobre la ¨Dimension y Perspectiva del Quinto Centenario del Descubrimiento de América¨ (1990). Este señala que de tal acontecimiento surgieron entre los europeos nuevas concepciones de un mundo utópico basado en la ¨sociedad idílica¨ del indígena americano concebido como el ¨buen salvaje¨. De ahí emergieron varias monumentales obras, entre las cuales la más sobresaliente fue la ¨Utopía¨ de Tomas Moro. ¿Podría el luminoso opúsculo de Dunker considerarse la gran utopía dominicana?
Frente a la realidad reportada por las encuestas, resulta obvio que la nación esta urgida de su rescate moral. ¿Podrían nuestros líderes partidarios beber de la fuente nutricia dunkeriana para enriquecer su discurso político? ¿Podrían ser ellos inspirados por la utopía? ¿O es que la codicia y la rapacidad no dan espacio para soñar?

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