Garibaldi, personaje fascinante (1 de 3)
Giuseppe María Garibaldi Raimondi fue un carismático y famoso hombre de armas, luchador patriótico, hábil político y revolucionario clave en el proceso de unificación de Italia. Era, además, mítico y aventurero.
Recorrió diversos lugares del mundo, dejando en Europa, las tres Américas, así como el arco de las islas Antillanas un historial de vida intensa que aún genera admiración entre los que se acercan a conocer su agitada existencia.
Fuera de Italia su cotidianidad fue más variopinta, lo cual ampliaré en otra entrega de esta breve serie. Como adelanto resumido debo decir que cuando vivió exiliado en New York tuvo que trabajar de obrero. Allí no llegó en clave de preparar asonadas.
En Centroamérica intentó consolidar algunos negocios de compraventa y también fue maestro de artesanía, enseñándoles a los indígenas de Monimbó (en la ciudad nicaragüense de Masaya) confeccionar objetos textiles con cabuya. En Uruguay, Brasil y Argentina, por ejemplo, dirigió cientos de combatientes, lo que le dio una aureola de líder militar.

Fueron muchos los episodios que protagonizó durante los 74 años que vivió, desde su nacimiento el 4 de julio de 1807 en Niza, cuando esa ciudad marítima del mar Mediterráneo pertenecía al entonces reino de Cerdeña, hasta su muerte el 2 de junio de 1882 en la pequeña isla de Caprera, donde originalmente fue enterrado, aunque luego el destino de sus cenizas se ha vuelto un enigma no resuelto.
Como “héroe del viejo y del nuevo mundo” fue calificado en el ensayo titulado Memorias de Garibaldi por su amigo Alejandro Dumas (padre), el célebre autor francés de las clásicas novelas Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo y otras obras que figuran en escalones prominentes de la literatura mundial.
Ese adjetivo, apoyado en los apócrafos de las notas del héroe que utilizó el referido autor, es recurrente en las muchas biografías que se han escrito sobre ese personaje épico, cuya vida siempre estuvo salpicada de sobresaltos y controversias, porque la tranquilidad siempre le fue elusiva.
En su país natal creó ejércitos y partidos políticos con el propósito de acabar con la fragmentación que se produjo allí desde que cayó el Imperio Romano de Occidente, el 4 de septiembre del año 476, cuando Odoacro, un general nacido en el seno de una tribu germánica, depuso al jovencísimo emperador Flavio Rómulo Augusto. A partir de ese hecho comenzó la época medieval.
En manuales sobre guerras se resalta que Garibaldi fue un pensador militar, lo cual se sustenta con la disciplina de combate que estableció entre los hombres bajo su mando. Dos ejemplos bastan: “los camisas rojas” y “los cazadores de los Alpes”, ambos cuerpos armados creados y dirigidos eficazmente por él.
Antes de Garibaldi surgir como lo que es en la historia otros habían intentado sin éxito lo que él luego concretizó. En el 1830 le precedieron en afanes patrióticos el genovés Giuseppe Mazzini, conocido como “el alma de Italia”, el piamontés Camilo Paolo Benso, conde de Covour, el escritor toscano Carlo Bini, el abogado ligurino Federico Campanella, el periodista genovés Giovanni Battista Cuneo y otros.
Todos ellos soliviantaron a la población con el objetivo de unificar las diversas regiones de la península italiana. Utilizaron una sociedad secreta fomentada en Nápoles en los primeros lustros del siglo XIX, conocida como la Carbonería. El resultado fue el fracaso.
En 1848 Garibaldi intentó participar en una revuelta que dio origen a la que se ha considerado como la primera guerra de independencia de Italia. Rivalidades internas torpedearon sus propósitos. Un año después encabezó la defensa de Roma. Fue vencido por las tropas de Carlos Luis Napoleón Bonaparte, entonces presidente de la Segunda República de Francia, antes de convertirse en Napoleón III, el último emperador de ese país.
En 1859 Garibaldi demostró de nuevo ser un gran jefe militar al triunfar en la batalla de Varese, en el norte de Italia. Estuvo al frente de los citados cazadores de los Alpes (con aguerridas unidades operativas y de apoyo) y también dirigió allí a miles de combatientes sardos. En esa ocasión, junto con guerreros piamonteses, le arrebató las zonas de Lombardía y Venecia al entonces imperio austríaco.
Esos hechos bélicos fueron la antesala de lo que ocurrió en el 1860, en la segunda guerra de independencia de Italia, cuando con mil combatientes bajo su mando salió de Génova en dos barcos de vapor. Esa era su flotilla de guerra y ese era su ejército. Con ellos hizo historia.
jpm-am
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