Fefita “La Grande” en Washington
Pasearse por las amplias avenidas de la ciudad de Washington, la capital de la más grande potencia económica, política y militar del mundo, Estados Unidos, suele ser “un sueño no soñado”, una vivencia lúdica, placentera, una realidad poco común para cualquier ciudadano, sobre todo si éste procede de un pequeño país del Caribe.
Toda una aventura. Y mucho mejor si esa experiencia uno la vive junto a un grupo de colegas dotados de gran sentido del humor y de la “chercha” elegante. En dos afortunadas oportunidades visité a esta ciudad para actividades académicas, específicamente a seminarios sobre comunicación que se impartían en la prestigiosa Universidad de Washington.
Iba a esta reputada academia invitado por un buen amigo, ido a destiempo, Leo Hernández, el estimado e inolvidable Pipigua (e.p.d.). Leo organizaba a grupos de periodistas, relacionadores públicos, locutores, políticos y otros comunicadores para asistir a estas actividades de formación que realizaba cada año este prestigioso recinto universitario dirigido a profesionales de América Latina y el Caribe.
En el primer viaje a Leo se le dificulta irme a buscar al Aeropuerto y tuve que contratar a un taxi para que me llevara al hotel. En el trayecto el taxista me preguntó en el idioma inglés sobre mi procedencia (tremendo lío), que de dónde yo era, lo entendí un poco y contesté con un inglés machacado:
-“I come from Santo Domingo, Dominican Republic, the land of Sammy Sosa…”
– ¡Ahh! Punta Cana, Punta Cana, ¡beautiful, beautiful!, comentó el taxista. Su respuesta me alegró bastante porque me di cuenta que éste hablaba un español entendible, mientras yo apenas conocía un poco de inglés.
Extraordinaria
En el trayecto al hotel disfruté de la extraordinaria ciudad que lleva el nombre del primer presidente de Estados Unidos, George Washington, oficialmente denominada Distrito de Columbia, capital federal de los Estados Unidos de América.
Wikipedia señala que Washington “se administra como distrito federal, una entidad diferente a los cincuenta estados que componen dicha nación, que depende directamente del Gobierno Federal”. “La ciudad de Washington –oficializada en 1791 dentro del Distrito de Columbia- nació como una ciudad planificada, y fue desarrollada a finales del siglo XVIII para servir como la capital nacional permanente, después de que diversas localidades pudieron ostentar dicha posición desde la independencia del país, en 1776; en tanto, el distrito federal fue formado para marcar la diferencia entre la capital nacional y los estados”.
El arquitecto francés Pierre Charles L´Enfant trazó el primer esquema de esta ciudad en el estilo neoclásico y en su plan contempló “amplias avenidas, en las cuales las calles principales desembocaban en grandes rotondas, proporcionando vistas de importantes monumentos”.
Pero de manera muy peculiar, el fenecido colega Leo Hernández me narró que el centro de aquella inmensa y hermosa ciudad era ocupado por habitantes negros, los cuales eran sus primeros pobladores. Pero ocurrió que convertida luego en la capital de Estados Unidos, planificadores urbanísticos y estrategas del gobierno trazaron la meta de sacar de allí a los habitantes de color.
Para ejecutar dicho plan, según nos comunicó Hernández, los proyectistas de la ciudad compraron a los negros las propiedades inmobiliarias (casas y otros inmuebles) con la promesa de venderles en los nuevos proyectos que se construyan en el lugar, pero estos tenían un valor tan elevado que la mayoría de los dueños originarios no tenían recursos con qué adquirir viviendas en los nuevos y suntuosos inmuebles.
-“Sacaron a los negros del centro de la ciudad de Washington –sin tirar un solo tiro-y estos tuvieron que ubicarse en las periferias”, me relató en tono jocoso el inestimable y nunca bien recordado amigo. “Todo esto aquí era de los negros”, precisó el colega mientras nos desplazábamos por una de las grandiosas avenidas de esta impresionante urbe.
Dominicanos
Una parte de los asistentes, incluyendo a Leo, nos hospedamos en el hotel Lombardy, el cual resultó que era administrado por una dominicana, mientras que también lo eran el ingeniero jefe de mantenimiento y la encargada de servicios, quienes al enterarse de que allí estábamos sus compatriotas, se alegraron bastante y nos ofrecieron todo el apoyo que requerimos, incluyendo la facilidad de un vehículo personal para trasladarnos a distintos sitios de la ciudad.
El hotel está bastante cerca de la universidad y eso nos permite trasladarnos a pie a este recinto, en el cual recibimos enjundiosos conocimientos sobre planificación estratégica acerca de la gestión de la comunicación política.
Después de la intensa labor académica, sacamos tiempo para conocer algunos atractivos de la ciudad, plazas, restaurantes y otros. Visitamos la embajada dominicana en Washington por invitación del exquisito embajador, don Flavio Darío Espinal y su esposa, quienes ofrecieron las mejores atenciones en aquel vetusto palacio que es la sede de nuestra embajada en la capital norteamericana.
Después del encuentro en la embajada nos trasladamos a la casa de una familia dominicana que es oriunda de San Cristóbal y que tenía una entrañable amistad con nuestro connotado presentador de televisión, Domingo Bautista.
Allí tuvimos que cumplir el compromiso de consumir una variada cena que estos compatriotas nos tenían preparada. Además de bailar salsa y otras músicas criollas, esta inolvidable tertulia estuvo adornada de mini-conferencias sobre estos ritmos tropicales ofrecidas por Bautista. Fue una noche suculenta adornada por los finos tratos del embajador Espinal y esposa, y de esos buenos dominicanos sancristobalenses.
Fefita La Grande
Pocos dominicanos, o quizá ninguno, pueden decir que no saben quién es, o han escuchado hablar de esta fabulosa artista y mujer. Pocos imaginan, sin embargo, el nivel de penetración que tiene esta extraordinaria exponente de nuestra música típica, el merengue de la güira, la tambora y el acordeón.
Manuela Josefa Cabrera Taveras, mejor conocida como Fefita, es oriunda del municipio San Ignacio de Sabaneta, provincia Santiago Rodríguez. Y según las crónicas periodísticas más recientes, “es la primera mujer exponente de República Dominicana en internacionalizar el merengue típico, llevándolo a Estados Unidos y Europa”.
Sobre la vida de esta artista que ya rebasó las ocho décadas y sigue activa “como el primer gandul”, se filmó y se está proyectando a nivel nacional e internacional una película acerca de su trayectoria de vida, y sus aportes al canto popular que le merecieron el premio Gran Soberano. De Sabaneta, Monte Cristi, Fefita para el mundo, podrá decirse.
En una oportunidad, y en un espacio de recreación después de agotar el compromiso académico en la Universidad George Washington, parte de los integrantes del grupo de comunicadores, entre ellos Leo Hernández, Domingo Bautista, Rosa Alcántara e Isabel Parra, salimos a caminar, a disfrutar de las inmensas avenidas de la ciudad de Washington.
Como buenos dominicanos, nos desplazamos por las amplias aceras de aquellas vías, en medio de “una sola chercha”, “un solo relajo”, entre risas, anécdotas y cuentos que nos hacían estallar en carcajadas, lo que llamó la atención de algunos de los transeúntes.
El ambiente alegre, desenfadado que creamos mientras caminábamos, motivó a una joven mujer norteamericana, de color negro, a acercarse a nosotros y entablar una afable conversación. Como era obvio, preguntó de dónde éramos y nos manifestó que le agradaba ese espíritu alegre que mostrábamos mientras caminábamos por la avenida.
No sé si fue Leo o Domingo Bautista que le preguntó si conocía a la República Dominicana, y ésta contestó que sí, que había viajado a Punta Cana y que le gustaba mucho la música dominicana. Tras esta confesión de la “gringa negra”, le llovieron una serie de otras preguntas acerca de República Dominicana, una de las cuales fue si conocía a algunos artistas del país.
Hubo un breve silencio. Se registró allí una expectativa instantánea a la espera de la respuesta de esta joven mujer que, dicho sea de paso, ya se había integrado como parte del grupo. Todos los allí presentes esperamos que ésta dijera que su artista dominicano preferido era Juan Luis Guerra que, en esos momentos llenaba salones, estadios, teatros, en todos los rincones del mundo, y su música es admirada y resaltada por todas partes, incluyendo la propia ciudad de Washington.
Pero para asombro de todos, la joven norteamericana expresó que la artista dominicana de su preferencia era “Fefita la Grande”. Nos lo dijo con tanto entusiasmo que apenas queríamos creerlo. Pero ella insistía en que amaba los merengues típicos de la gran Fefita, la soberana de la música de tierra adentro.
Y nos relató que no solo los escuchaba sino que en su casa había toda una colección de merengues de Fefita, los cuales, además, aprendió a bailarlos y a disfrutarlos como “un cibaeño cualquiera”.
Salimos del asombro cuando nos relató una parte esencial de su vida. Su madre, una mujer negra, se casó con un puertorriqueño que era un fanático de “la vieja Fefa” y que éste no solo escuchaba la música de la merenguera, sino que también los bailaba, y que, de paso, enseñó a la familia a bailar estos contagiosos ritmos nacidos de las entrañas del pueblo dominicano.
Por alguna razón la UNESCO optó por declarar este picante y contagioso ritmo tropical como “patrimonio inmaterial de la humanidad”, y los dominicanos, orondos, nos orgullecemos que Fefita la Grande haya contribuido a esta designación. Enhorabuena.
jpm-am
jajajajajajajajaja la más grande potencia económica política y militar del planeta,la verdad es que no se puede ser más.
señor periodista, algo que parece que usted no ha aprendido en su labor de periodista, es que la palabra negro, aunque no es una ofensa, dependiendo como usted se dirija, para referirse a una persona oh grupo etnico, fue cambiada hace tiempo por afro oh afroamericano, recuerde que en su pais , hasta los que se creen muy blancos, tienen el negro detras de la oreja.