¿Es la “Agenda Valórica” un eje de polarización en elecciones? (OPINION)        

Al abordar la “Agenda Valórica” resulta esencial examinar las ideas que en ese sentido nos legaron Edmund Burke y Thomas Paine,  dos figuras preponderante cuyas posiciones contrapuestas dejaron huellas indelebles en la filosofía política.

Edmund Burke, por un lado, planteaba que las instituciones, los valores y las costumbres eran un legado de sabiduría acumulada de las generaciones, y advertía que el idealismo revolucionario podía desembocar en el caos y la anarquía. Paine por su parte sostenía la tesis de que los individuos nacen con derechos inmutables que la sociedad no puede eliminar, si no asegurar y que una generación no tiene derecho a obligar a las futuras”.

En este contexto, resulta interesante analizar el Chile de hoy. Una nación que, con su Constitución de 1925 (de la que se cumplen cien años), adoptó un sistema de Estado no confesional, y el principio de laicidad, ratificado y sostenido en la Constitución del 1980 y en todas sus reformas posteriores.

En medio de la efervescencia del debate,  politólogos chilenos sostienen que el constructo denominado “Agenda Valórica” es de origen nacional. Sin embargo, esta afirmación no es del todo precisa. Si bien las tensiones entre la ética, la moral y la libertad personal tienen sus raíces en los postulados de autores ilustrados como Rousseau o Montesquieu, el concepto de “Agenda Valórica” como herramienta política es un derivado conceptual de las llamadas “guerras culturales” (culture wars) surgidas en los Estados Unidos.

Esta “guerra política” desarrollada en los años sesenta y setenta, un periodo marcado por el auge feminista, la revolución sexual, y la despenalización del aborto, provocó en Chile una reacción conservadora. Esta sentó las bases de la  derecha que se contraponía a estos postulados, que consideraban contrarios a la ética y moral social,

Es relevante destacar que, en este proceso, la “Agenda Valórica” ha sido adoptada tanto  por liberales como por conservadores como una herramienta útil en sus estrategias. Unos y otros han logrando transformar estos antiguos dilemas filosóficos en el eje polarizador del debate político, procurando en cada proceso electoral recomponer fuerzas para sus posicionamientos.

En la práctica, la Agenda Valórica trasciende el debate filosófico para aterrizar en propuestas de leyes concretas que actúan como puntos de no retorno entre sus posiciones. El ala conservadora, con la narrativa de defensa irrestricta de los valores éticos y morales, mantienen como un compromisarios explícito oponerse al aborto libre, al matrimonio igualitario y a la eutanasia, buscando blindar la objeción de conciencia institucional.

En contraste, los liberales promueven abiertamente la necesidad de avanzar hacia una legislación que garantice el aborto libre, legal y seguro, junto con la implementación de una educación sexual integral con perspectiva de género en todos los niveles educativos.

Estos ejes que delimitan la  polarización no solo definen el electorado duro de cada sector, sino que se han convertido en la principal herramienta de descalificación mutua, fijando posiciones en el debate, más allá de la economía, la seguridad pública y la inmigración ilegal.

Para algunos observadores del actual proceso, la elección chilena en este caso, ha dejado de ser un mero plebiscito sobre la gestión económica para convertirse en una encrucijada cultural. La “Agenda Valórica”, que tiene sus raíces en las guerras culturales de Occidente, obliga a los votantes a definirse no solo por sus intereses materiales, sino por sus convicciones más íntimas.

El próximo gobierno, sea cual sea su signo, deberá enfrentar la dificultad de gobernar a un país cuya fractura ideológica se ha asentado profundamente en los cimientos morales y éticos, haciendo de la polarización valórica uno de los principales desafíos para la gobernabilidad del país en el próximo cuatrienio.