El último discípulo de Balaguer

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El autor es político. Reside en Santo Domingo

POR MARINO BERIGüETE

El Partido Reformista tuvo su gloria. Fue gobierno, fue maquinaria, fue iglesia. Fue de Joaquín Balaguer en el sentido fundacional y nadie puede negar que fue su obra. Lo moldeó. Hizo de él una escuela de poder. La disciplina, la estrategia, el silencio. La paciencia como método y la astucia como arte.

Los cuadros que de ahí salieron aprendieron a caminar los pasillos del Estado con pasos sigilosos, como quien carga secretos en los bolsillos. Algunos lo traicionaron, claro. Otros se desviaron. Pero hubo quienes creyeron, y de esa fe hicieron carrera.

Entre esos creyentes había generaciones enteras que competían por la sonrisa del doctor. Por su afecto. Por un gesto, una señal, una palabra que significara bendición. Y hubo una generación que nunca lo logró. Nacieron demasiado tarde o llegaron demasiado pronto.

La generación de los años 60. Hijos del desarrollismo y nietos de la dictadura. Jóvenes con ideas modernas, ambiciones limpias o sucias, pero ambiciones al fin. Querían el poder, y el poder no los quería a ellos. No del todo.

Porque el poder, ese animal frío, no perdona. Ni olvida. Y en sus pasillos no se camina, se sobrevive. Ahí cada saludo es una trampa y cada abrazo puede ser un nudo corredizo. Balaguer lo sabía, y por eso jugaba al ajedrez con sus dirigentes. A unos los subía, a otros los bajaba. A todos los usaba.

Algunos se rebelaban, otros callaban. Pero todos sabían que estaban ahí porque él quería que estuvieran. Era el dueño de los tiempos.

Ito Bisonó

Ito Bisonó

Ito Bisonó fue el último eslabón de esa escuela. El último de los mohicanos reformistas. No vino a inventar nada, vino a ejecutar lo aprendido. Tenía formación, discurso, presencia. Tenía algo que escaseaba en la política dominicana: proyección. Y eso, en lugar de abrirle puertas, se las cerró. Porque el liderazgo político en este país tiene un problema con el talento ajeno: no lo tolera.
A Ito le tocó ser el mejor de su generación, pero no el elegido.

Pudo ser candidato presidencial. Lo tuvo cerca. Se perfilaba como la figura que podía actualizar el reformismo sin traicionarlo. Un hijo legítimo de Balaguer sin necesidad de parecer un calco. Pero no lo fue. No lo dejaron serlo. Porque los que nacieron en los años 50 aún controlaban los hilos, y no estaban dispuestos a soltar la aguja.

Fui testigo. No me lo contaron. Vi cómo el presidente de la encuestadora Gallup —entonces con peso real en la opinión pública— llegó con números en la mano. Carlos Morales Troncoso, otra figura heredada del balaguerismo, tenía chance real de ganar la presidencia con Ito Bisonó como vicepresidente. Danilo apenas marcaba un 17%. La fórmula Morales-Bisonó tenía un 25%. Era matemática simple. Pero la política no se guía por números, sino por pasiones. Y ahí, las pasiones estaban contaminadas de celos, viejos rencores, heridas nunca cerradas. Preferían perder a que ganara Bisonó.

Y él lo sintió. Lo sufrió. Lo golpearon. No en la calle, sino donde duele más: en la confianza. En el respeto. Lo empujaron hacia la orilla hasta que decidió nadar por otro río. Se fue de ese litoral político y, al menos públicamente, no ha mirado hacia atrás. No es que perdió su vocación. La conserva. Pero uno no vuelve a la casa donde lo humillaron, aunque la haya construido con sus propias manos.

Ruinas

Ahora ese partido que fue iglesia está en ruinas. Tocado. Hundido. Con dirigentes que no dirigen y una memoria que no inspira. Vive en la nostalgia y se alimenta de homenajes. Balaguer ya no está, y su escuela se quedó sin director. Los alumnos se dispersaron, algunos renegaron, otros se vendieron. Y los que quedan no saben si son museo o maquinaria.

Pero el país entra de nuevo en clima electoral. Las aguas se mueven. Y uno se pregunta: ¿no es este el momento para que Ito Bisonó, si le queda algo de fe, intente rescatar esa escuela? ¿No es este el punto donde el reformismo, si quiere vivir, necesita un liderazgo con historia y futuro a la vez?

No se trata de volver por orgullo. Ni de ajustar cuentas. Se trata de reconstruir algo que tuvo valor y que aún puede tenerlo. Porque la política dominicana, cada tanto, necesita equilibrio. Y ese equilibrio no puede venir siempre del mismo lado.

Ojalá Bisonó lo entienda. Ojalá entienda que la política no es una herida, sino una vocación que se recicla. Que el poder, como el río, siempre está en movimiento. Y que a veces hay que volver a nadar en aguas conocidas, no por nostalgia, sino porque aún hay algo que salvar.

La historia no se repite, pero a veces se reescribe. Con los mismos personajes, pero otras intenciones. Tal vez Bisonó no quiso mirar atrás porque el recuerdo le dolía. Pero quizá llegó la hora de hacerlo, no con rabia, sino con propósito. Porque si algo enseñó Balaguer fue esto: el poder no se llora, se construye. Aunque sea desde las ruinas.

jpm-am

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pedro rodr
pedro rodr
2 dias hace

Este escrito es real integro sin desperdicios y ameno,solo faltó.ESPACIO POLITICO PAGADO.****.

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