El pensamiento ordinario
Cuando el corazón te sorprende con sus inesperados latidos, es porque siente que está actuando y poniendo en cuestionamiento tu dignidad, fijaos bien, Dios no acepta la indignidad de los indignos, por eso, sin pensarlo te llena tu aparato digestivo de sorpresas indefensas que finalmente infectan los órganos que mueven el cuerpo humano hasta convertirlos en un simple esqueleto.
Ese armazón inmóvil, compuesto por los huesos y revestido de una capa flexible que en cualquier momento podría descomponerse, no es posible retenerlo en su hábitat familiar más de 24 horas, es preciso llevarlo al cementerio convecino al lugar donde ha muerto para que sea depositado en un nicho, una bóveda o debajo de la tierra, en el común residencial donde se encuentra la verdadera felicidad, porque ahí nadie te dirige la palabra, nadie te reclama, nadie te viola tus derechos, en fin, donde nadie toma decisiones por tí, aunque en ese camposanto no todos descansan en paz.
Ahí es donde van los faltos de sensibilidad, los ordinarios, los oportunistas, los carentes de dignidad, los que envidian los bienes ajenos, los lúgubres, los corruptos, los vándalos, los inmorales, los mentirosos, los nefastos, los que en vida no fueron buenos, eran mentirosos, cometieron crímenes, o crearon problemas por donde circulaban, debido a que su status no estaba acorde con las demás personas y simplemente se rehusaban a aceptar que la muerte es una condición de la vida, un momento en el ciclo continuo de la existencia natural y humana. Es ahí donde están los buenos y los malos.
En ese destino final de la vida (el cementerio) no todos descansan en paz. Según las sagradas escrituras “una persona que muere sin Cristo no está «descansando en paz» (Juan 3:18). «No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos» (Isaías 57:21). ¿Te das cuenta quién eres? ¡Somos lo que somos y no lo entendemos ni por asomo!, lo importante de la vida no solo es vivirla, sino cómo se vive hasta el día de nuestro “encuentro con Dios”.
No sé a tí, pero a mí lo ordinario me hace daño, me nubla la vista y me destiñe la piel, el ordinario me pone el rostro mediático, como si me fuera a morir, gracias a Dios quedo vivo, aún estupefacto. No es posible que exista la posibilidad de concertar una buena amistad con un enclave de la sociedad que oculte con inquina su fragilidad y excesivamente se comporte bajo los resortes de la iniquidad, muchas veces, haciendo creer que es bondadoso con actitudes exageradas.
El ordinario me apesta porque desprende un olor repulsivo, sus límites no tienen parangón y su estatus solo está dirigido a encallar su “sabiduría” en una sola dirección, esa que solo piensa en él y en nadie más, o sea, vive en un mundo desprevenido y atado a su personalidad individualista.
La metástasis del dolor que provoca lo ordinario tiene sus cimientos en las mentiras que buitrean las personas cuando se convierten en víctimas y victimarios, mediante el apostillamiento misericordioso de hacer valer lo que no tiene validez.
El personaje ordinario quiere o hace valer sus diatribas para hacer creer que tiene la verdad; y esa supuesta verdad, que según él le provee de confusión poco a poco, le va carcomiendo el corazón sin llegar a la etapa del arrepentimiento antes de morirse, o sea, finalmente realiza su encuentro inesperado con el infierno; es entonces cuando quiere vivir en la etapa del arrepentimiento; sin embargo, le resulta demasiado tarde.
Las actitudes ordinarias son cavilaciones que se sumergen en los corazones de los individuos que sin soslayar un instante, cada vez que dan un paso, aún sabiendo que están equivocados, que pueden resbalar en su propio aceite y caerse, consideran que todo le está saliendo a la perfección, hasta que llega el momento en que las espinitas comienzan a tocarle la sensibilidad del corazón y las venas paralizar su circulación.
No hay forma de que una mala persona, no importa la profesión que tengas, llegue a ser excelente profesionalmente, nunca podrá llegar a serlo, si no descubre con tenacidad la pericia de satisfacer su ego, ambición y avaricia.
Según la ética “el compromiso de satisfacer a todos está por encima de tus necesidades personales”. A tí profesional ordinario, pon en práctica el pensamiento socrático “sólo sé que nada sé”.
jpm-am